Las protestas en Sri Lanka hunden el turismo: “Dicen que esto es el paraíso, pero estamos en el infierno”
La crisis económica y la inestabilidad política dan la puntilla a un sector básico para el país
Dinesh es un espantapájaros. La verdad es que solo asusta a los cuervos, que en Colombo, la capital de Sri Lanka, monopolizan el cielo, la tierra y, si nadie lo impide, las mesas de los comensales del Blu Sunset, un club con piscina que de noche acoge fiestas y conciertos. Con 35 años y tres hijos, fue contratado hace solo dos meses para que los cuervos no molesten ni picoteen en los platos. “No he estudiado veterinaria, pero sé que son animales muy inteligentes”, dice. Dinesh hace como que dispara un tirachinas invisible contr...
Dinesh es un espantapájaros. La verdad es que solo asusta a los cuervos, que en Colombo, la capital de Sri Lanka, monopolizan el cielo, la tierra y, si nadie lo impide, las mesas de los comensales del Blu Sunset, un club con piscina que de noche acoge fiestas y conciertos. Con 35 años y tres hijos, fue contratado hace solo dos meses para que los cuervos no molesten ni picoteen en los platos. “No he estudiado veterinaria, pero sé que son animales muy inteligentes”, dice. Dinesh hace como que dispara un tirachinas invisible contra un cuervo que descansa en la rama de un árbol. El animal ni se inmuta.
De etnia tamil, Dinesh viene cada semana desde Jaffna, al norte de la isla, para proteger de los cuervos… a nadie. Para ser sinceros, tiene muy poco trabajo. “No sé cuánto me durará esto… Sin combustible, sin poder hacer excursiones y con las protestas, los turistas no quieren venir”, lamenta el hombre, que planea emigrar a Oriente Medio para trabajar de cualquier cosa, “siempre que no sea en la construcción”, dice mientras mira hacia la lengua de mar que separa el Blu Sunset del parque Galle Force, en Colombo, epicentro del levantamiento popular que ha derrocado al Gobierno en Sri Lanka.
Tras el fin de la guerra civil, con la victoria sobre la guerrilla tamil en 2009, el país apostó fuerte por el turismo. Se vendió al mundo como un paraíso. Naturaleza no le falta, y fauna tampoco, y desde el aire la isla parece una esmeralda, toda cubierta de verde. El edén sigue ahí, pero no tienta ya con tanta fuerza a los viajeros en un contexto de crisis económica y política. Para los locales, si alguna vez lo fue, ya no existe. “Dicen que esto es el paraíso, pero ahora estamos en el infierno. Hasta 2019 tuvimos cierta estabilidad, las cosas iban bien. Pero los políticos nos han fallado”, se queja Rishadi, de 36 años, uno de los fieles que sigue en las carpas instaladas frente al Índico contra el presidente, Gotabaya Rajapaksa, que dimitió el jueves pasado y permanece huido en Singapur.
El declive del turismo obedece a muchas causas: la nefasta gestión económica del Gobierno, sobre todo, pero también el contexto internacional y una cadena de sucesos más o menos azarosos que se han sucedido en el tiempo y que han impedido a la isla levantar cabeza. Los atentados terroristas del Domingo de Pascua de 2019 —con 269 muertos en Colombo— frenaron la euforia: el número de visitantes cayó un 18%. La recuperación fue rápida, pero la covid arrasó con todo. Los visitantes son la tercera fuente de divisa extranjera para el Gobierno, y esta desapareció, lo mismo que los 4.400 millones de dólares que dejó el turismo en el último año realmente bueno, 2018. La falta de divisas constriñó la capacidad del Gobierno —que acababa de aprobar una rebaja de impuestos a los ricos— para importar productos, en especial la energía, que se paga en dólares.
“Antes tenía 20 alumnos, ahora tengo dos”
Fort Colombo, la estación central de la capital, sigue siendo un hormiguero, pero ya no se ve ese ir y venir de mochileros despistados buscando un tren a las playas (estas sí, paradisíacas) del sur del país, a la histórica Kandy o a la imponente Galle, de aires coloniales. Con la escasez de combustible, los desplazamientos en la isla se han complicado: hay menos buses y taxis y se viaja más apretado; puede resultar difícil, en según qué lugares, encontrar un vehículo privado con el depósito lleno.
Llegar a Kalpitiya, por ejemplo, nunca fue fácil. Pero ahora menos. Hace siete años, Rubén Gómez fundó en esa pequeña península del noroeste de la isla la escuela de kitesurf Margarita. No es una zona especialmente explotada para el sector turístico —que antes de la pandemia representaba el 12% del PIB y daba empleo a más de 400.000 personas— pero a él y a su mujer, que organiza retiros de yoga, les iba bastante bien. “Crecimos y crecimos... Hasta los atentados. Ahí se paró. Y cuando volvíamos a despegar vino la covid”. Rubén no volvió a abrir la escuela hasta diciembre de 2021 y, una vez más, “todo parecía ir sobre ruedas”. Los estudios indican lo mismo: la eliminación de cuarentenas para personas vacunadas, poco antes de esa fecha, disparó las reservas. En especial, y esto ya es casi de mala suerte por lo que ocurriría después, de rusos y ucranios, que a principios de 2022 representaban el 25% de viajeros.
Pero una vez más, todo se torció. Las noticias sobre la crisis del país (escasez de combustible, alimentos y medicinas) empezaron a extenderse y tomaron forma de protesta a partir de abril, cuando el país se declaró en bancarrota. “Me empezaron a cancelar reservas. Sobre todo los alemanes, que lo quieren todo con seguridad”. La protesta unitaria y el asalto al palacio presidencial del pasado 9 de julio, el golpe de mano que llevó al presidente a huir, ha hecho aumentar las cancelaciones porque pocos quieren arriesgarse a ir en un clima de inestabilidad. “En enero tenía a unos 20 o 30 estudiantes en la playa. Hoy tengo a dos”. La misma sensación de tristeza, de paraíso perdido, se ve en las zonas. Rubén se esfuerza en demostrar que la zona está tranquila, que se puede ir y disfrutar… “No sirve de nada si los gobiernos recomiendan no venir”.
Es el caso de España. En mayo, el Ministerio de Asuntos Exteriores recomendó “no viajar” al país por el “desabastecimiento y escasez de productos básicos”. En julio, añadió que “la seguridad personal es muy inestable”. Esas recomendaciones no frenaron a una familia extensa de Murcia que llegó a Sri Lanka antes del asalto al palacio y que han pasado dos semanas fenomenales recorriendo las maravillas de la isla. “Si no llega a ser por el guía y porque mi hija me escribió preocupada diciendo que había habido un golpe de Estado, no nos enteramos de nada”, sonríe Dolores, contenta porque en Bentota, el destino de playa que todo el mundo bautizaría como “paraíso” (arena infinita, océano infinito, palmeras infinitas), el hotel estaba casi vacío: “¡Teníamos la piscina para nosotros solos!”
Sigue toda la información internacional en Facebook y Twitter, o en nuestra newsletter semanal.