Una epidemia de talas amenaza los árboles de Caracas
Grupos ecologistas y ciudadanos protestan por la deforestación indiscriminada en la capital
En Caracas no hay tantas calles o barrios con nombres de próceres como de árboles. Los Caobos. Los Mangos. La Floresta. Las Palmas. Araguaney. La capital venezolana debe su envidiable clima fresco, que miles de migrantes extrañan en otras latitudes, a su extenso y generoso arbolado. Planificado o espontáneo, incluso declarado patrimonio. Los árboles cara...
En Caracas no hay tantas calles o barrios con nombres de próceres como de árboles. Los Caobos. Los Mangos. La Floresta. Las Palmas. Araguaney. La capital venezolana debe su envidiable clima fresco, que miles de migrantes extrañan en otras latitudes, a su extenso y generoso arbolado. Planificado o espontáneo, incluso declarado patrimonio. Los árboles caraqueños tienen enérgicos defensores. Poetas mayores venezolanos como Eugenio Montejo han escrito sobre el lenguaje de los árboles que “pasan sus vidas meditando, moviendo sus ramas”. Desde hace meses, una voraz epidemia de talas indiscriminadas ha llenado de cadáveres los alcorques de las calles.
En una Venezuela cansada de protestar, que no terminaba de superar el sopor de la abstención en las recientes elecciones regionales, un grupo de caraqueños realizó a finales de noviembre una marcha por tres municipios de la capital en condena al nuevo paisaje de troncos mutilados. La tala de más de un centenar de árboles en la principal autopista de la ciudad, una vía que atraviesa el valle de Caracas en su lado más largo, ha llevado a los grupos ambientalistas a plantarse.
El Gobierno de Nicolás Maduro encargó a Carmen Meléndez —una de sus más estrechas colaboradoras, hoy electa alcaldesa de Caracas— las obras conmemorativas por los 200 años de la Batalla de Carabobo. La celebración incluyó rebautizar la vía como autopista Cacique Guacaipuro, pintar todos los muros adyacentes con símbolos y petroglifos venezolanos y colocar una enorme escultura metálica dorada en una de las islas deforestadas para desplazar al conquistador mestizo Francisco Fajardo, que hasta ahora le daba nombre, y al que Maduro se refiere como genocida. En los últimos meses, centenares de palmas datileras —ajenas al clima caraqueño— han sido sembradas a lo largo de 28 kilómetros en sustitución de los árboles talados, presumiblemente para reforzar la nueva imagen indigenista de la autovía.
“Ese fenómeno de sustituir árboles por palmas, esa aversión a los árboles que también se ve en zonas de la ciudad que se han llenado de torres financieras, obedece a un negocio”, señala tajantemente el periodista Cheo Carvajal, director de Ciudad Laboratorio, un observatorio urbano que promueve ciudades más caminables y vivibles. “Un árbol no es un quita y pon. Un árbol es un valor”, insiste.
Las palmeras datileras, angustiosamente soportadas con palos después de su trasplante, viajaron en gandolas desde la Isla de Margarita —en el oriente del país— para dotar las obras del Gobierno en la capital y otras ciudades. Tras la incesante extracción de ejemplares de una especie que está protegida, surgieron denuncias en la isla que aseguran que cada palma estaba siendo vendida por entre 60 y 80 dólares. El Gobierno no ha dado información sobre el proyecto ni la inversión.
Carvajal es el autor de un manifiesto leído en la marcha por los árboles. El documento, titulado Plantados, será entregado en la Fiscalía y en los concejos municipales de los cinco municipios de la capital. Es la primera respuesta a la agresiva tala en la autopista, pero también una alerta sobre sus implicaciones. “Una palma no capta la misma cantidad de CO₂ que un árbol, no da la sombra. No se sabe si van a pegar luego del trasplante ni qué va a pasar con la fauna asociada a esos árboles talados. Son demasiados problemas con relación a una decisión poco transparente”, dice el activista.
Caracas es una ciudad con una biodiversidad de aves como ninguna otra. Las guacamayas azules y rojas que han colonizado muchos balcones roban protagonismo, pero son más de 300 las especies de aves que conviven con los caraqueños. La metamorfosis que vive la principal autopista de la capital con las talas y la aparición de las palmas datileras ha generado tanto ruido que hasta Maduro lo ha escuchado. “Hay que meterle el ojo a la tala de árboles en Caracas”, dijo el mandatario en una de sus intervenciones televisivas hace unas semanas.
Anillados y envenenados
Para Yrama Capote, ambientalista de largo aliento, lo que está ocurriendo es “un escándalo mayor” que ha acabado con samanes y caobas que llegaron mucho antes que las autopistas. La mujer ha defendido desde hace más de una década el arbolado de su vecindario —la parroquia San Pedro— al punto de lograr una medida judicial de protección que lo declaró patrimonio. “Mi parroquia San Pedro es la más arbolada de Caracas”, dice con orgullo. Capote se ha puesto delante de tractores para evitar lo que considera un crimen. Tiene 70 años y viene de una familia que se sostuvo por décadas con el vivero San Casimiro, en el Estado central de Aragua, que produjo un incalculable número de árboles forestales y frutales para el provecho agrícola y la reforestación.
En 2014 volvió a sus orígenes con un vivero comunitario, sin ánimo de lucro, que produce unos 300 árboles al año, con los que ha logrado poblar un desértico parque de su comunidad, la ribera de un río cercano convertido en cloaca que fue arrasada por una ampliación vial y un trozo de bosque devorado por los incendios en una universidad. Este semillero es de los pocos en Caracas que puede atender una reforestación como la que necesitan algunos espacios de la ciudad. Hoy tiene 500 plantas en crecimiento, preparadas con materiales reciclados y su propio compost.
Pero no solo en la autopista se han registrado talas y podas radicales o mal hechas. Las alcaldías locales las autorizan en avenidas y calles y también se han registrado recientemente en lugares como la Ciudad Universitaria, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, actualmente sometida a remodelaciones por parte del Gobierno. “Los árboles se están derrumbando. Los dejan desequilibrados, le cortan mucho de un lado y se derrumban”, dice la activista. Capote señala que podar un árbol inadecuadamente puede producirle enfermedades que lo lleven a la muerte. “La indiferencia de las autoridades y la impunidad permite esto”.
Con los años ha identificado distintos tipos de agresiones. Dice que de noche suelen oírse las motosierras, pues en ese horario actúan los que no han obtenido los permisos para, por ejemplo, podar un árbol frente su propiedad. Cuando salen los defensores para evitar la tala, entonces los matan lentamente con el “anillado”, un corte profundo en toda la circunferencia del tronco que evita que circule la savia que lo alimenta, o con el envenenamiento con gasoil en las raíces para secarlos. Tanto Capote como Carvajal reconocen que durante años se han cometido errores urbanísticos con el uso de especies para arborizar que rompen aceras y tuberías de servicios, que no hay que volver a cometer. Pero advierten que muchos árboles se talan por capricho y la máxima de que por cada árbol cortado hay que plantar ocho no se cumple.
En ciudades del interior de Venezuela viene ocurriendo desde hace un par de años una deforestación que alimenta el negocio de la leña que suple la grave escasez de gas para cocinar que atraviesa el país petrolero por la caída de la producción de crudo. Capote no cree que lo que está pasando en Caracas esté directamente relacionado con eso, pero recientemente una policía local apresó a nueve hombres que cortaron ilegalmente varios árboles en una vía principal y tenían como objetivo venderlos como leña en la periferia de la ciudad, según las autoridades. En algunos mercados callejeros de la ciudad se ven pacas de leña en venta.
En 2020 un grupo de científicos y ambientalistas de varias universidades y organizaciones publicó una investigación sobre esta amenaza extendida. Encontraron que la leña es el principal sustituto del gas en varias localidades del país, luego de analizar una muestra del 16% de municipios de casi todos los Estados del país. En 90% de ellos era de uso corriente y entre las fuentes de obtención estaban las áreas naturales urbanas y las áreas protegidas.
En tiempos de calentamiento global y cumbres climáticas, no habría que insistir en todos los beneficios que traen los árboles, como limpiar el aire, refrescar las islas de calor que son las ciudades, proveer refugio y alimento, amortiguar el ruido, entre muchos otras. En el manifiesto firmado por varias organizaciones en rechazo al arrase que vive Caracas destacan que los árboles, más que “una promesa de fuego o un paisaje”, son un símbolo del ciclo de la vida. Por eso los caraqueños se plantaron ante los taladores, porque —apunta Carvajal— “salvar el planeta es salvar el árbol que tienes en la esquina”.
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