Los talibanes arrasan en una sorprendente escalada que pone en jaque al Ejército afgano

Los poderes locales ven a los insurgentes como los triunfadores inevitables y buscan un acomodo en lugar de la confrontación

Combatientes talibanes hacen guardia en Kunduz, el 9 de agosto. En vídeo, imágenes de los ataques en Afganistán y los bombardeos. Vídeo: ABDULLAH SAHIL / AP | EPV

Los talibanes de Afganistán se han hecho el lunes con una sexta capital de provincia. Aibak, en el norte del país, no tiene el peso estratégico de Kunduz, tomada la víspera, pero confirma el cambio de estrategia de la milicia: Tras la retirada de las tropas estadounidenses tiene por objetivo las ciudades en una sorpr...

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Los talibanes de Afganistán se han hecho el lunes con una sexta capital de provincia. Aibak, en el norte del país, no tiene el peso estratégico de Kunduz, tomada la víspera, pero confirma el cambio de estrategia de la milicia: Tras la retirada de las tropas estadounidenses tiene por objetivo las ciudades en una sorprendente escalada que está poniendo en jaque al Ejército afgano. El riesgo de que alcancen Kabul tal vez no sea inmediato, pero los desplazamientos de población están desestabilizando a un Gobierno que se siente abandonado por Occidente.

El gobernador adjunto de la provincia de Samangán, de la que Aibak es la capital, ha confirmado que los talibanes controlan por completo esa ciudad. En declaraciones a la agencia de noticias France Presse, Sefatullah Samangani ha relatado que los notables de Aibak pidieron al gobernador que retirara sus fuerzas para evitar los combates. Esta situación empieza a ser recurrente. Los poderes locales ven a los insurgentes como los triunfadores inevitables y buscan un acomodo en lugar de la confrontación.

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Ali Yawar Adili, analista del centro de investigación y estudios políticos Afghan Analysts Network (AAN), explica a EL PAÍS que “la salida de las fuerzas de Estados Unidos y de la OTAN ha permitido a los talibanes crear un clima militar favorable” en Afganistán. “Las fuerzas de seguridad estaban desmoralizadas. El Gobierno, por su parte, falló en planificar de forma adecuada para el entorno inmediatamente posterior a la retirada”, añade.

No es la primera vez que los talibanes intentan hacerse con ciudades importantes. Ya en 2015 lograron conquistar partes de Kunduz, pero las fuerzas especiales afganas, con asesoramiento y apoyo aéreo de las tropas estadounidenses, consiguieron echarlos. También esta vez el Gobierno ha prometido recuperar esa ciudad septentrional, que es la puerta de acceso al vecino Tayikistán. Pero, tal como señala el analista militar Brian M. Downing, el Ejército afgano tiene difícil poder hacer frente a la ofensiva casi simultánea de los insurgentes contra ciudades del sur, el oeste y el norte del país. Además de no contar ya con la ayuda internacional, ha perdido a miles de soldados entre bajas y deserciones en los últimos años.

Desde que el viernes la milicia logró la rendición de Zaranj (capital de la provincia meridional de Nimroz), las norteñas de Shibarghan (Jawzjan), Sar-e-Pol y Kunduz, la nororiental Taloqan (Tajar) y la citada Aibak, también en el norte, han caído como fichas de dominó. Pero los talibanes siguen luchando por Lashkar Gah (Helmand) y Herat, con la vista puesta en Kandahar, capital del régimen fundamentalista que instauraron a mediados de los años noventa del siglo pasado. Ni siquiera entonces lograron controlar todo Afganistán: el movimiento, eminentemente pastún, encontró un fuerte rechazo entre los tayicos, uzbecos, hazaras y turcomanos que se concentran en la mitad norte del país.

Aunque hoy sus éxitos en esa zona lleven a algunos analistas a minimizar el factor étnico, son esas mismas comunidades las que están reclutando levas para hacer frente a una eventual conquista talibán. El gobierno de esa milicia extremista suní, conocido por su misoginia, fue también muy cruel con las minorías, en especial los chiíes (entre el 15% y el 20% de los 32-35 millones de afganos y en su mayoría hazara).

Los peores augurios dan seis meses para que los talibanes lleguen a Kabul y, en el colmo de la humillación, incluso tomen la Embajada de Estados Unidos. No está claro que ese sea su objetivo. Además, alarmaría a las potencias regionales con las que el grupo está tratando de establecer un entendimiento. Aunque en lo ideológico ha dejado entrever pocos cambios, sus actuales dirigentes se han mostrado más pragmáticos. Primero aceptaron las conversaciones de Doha para ganar tiempo hasta la retirada estadounidense y ahora intentan evitar el aislamiento internacional que caracterizó su régimen. De ahí, las delegaciones que han enviado a Irán, Rusia y, sobre todo, China, muy interesada en preservar sus inversiones afganas (en especial en materias primas, incluidas las tierras raras que se utilizan en electrónica).

Adili apunta que, “para Kabul, el avance de los talibanes significa una perdida no solo de poder sino también de reputación, de centros de población y de fuentes de ingresos”. No obstante, considera que es pronto para predecir cuándo puedan alcanzar la capital dada la resistencia que están encontrando en algunas capitales provinciales como Herat y Lashkar Gah, donde los han rechazado.

Los talibanes no necesitan tomar Kabul para lograr el poder. Simplemente hacerse con el control de varias ciudades clave, incluida por razones de simbolismo Kandahar, que les asegura ganar la eventual negociación con el Gobierno central. Entre tanto, los afganos han vuelto a convertirse en rehenes de esa lucha. Las agencias de la ONU y las organizaciones no gubernamentales que trabajan sobre el terreno ya han dado la voz de alerta.

Desde principios de mes, cuando se intensificaron los combates entre los insurgentes y las fuerzas gubernamentales, Médicos Sin Fronteras (MSF) ha constatado un aumento de los heridos de guerra en su hospital de Lashkar Gah (que este lunes ha sufrido el impacto de un cohete). “Es la peor situación que hemos visto desde hace años. Nuestros compañeros están atrapados en el recinto intentando atender a quienes logran acceder a él y trabajando literalmente bajo las bombas”, ha declarado Filipe Ribeiro, representante de MSF en Afganistán. La organización también señala dificultades de acceso de los pacientes habituales a su clínica de Kahdestán, a su centro de tratamiento de covid en Gazer Gah (ambos a las afueras de Herat), y al Hospital Regional de esa ciudad donde gestionan un Centro de Alimentación Terapéutica.

En un gesto de impotencia, el vicepresidente afgano Amrullah Saleh ha recurrido a Twitter para hacer un llamamiento a “la ONU y otras organizaciones internacionales” para que faciliten asistencia al gran número de desplazados que han llegado a Kabul “debido a la brutalidad, los asesinatos por venganza, los saqueos y las violaciones de los talibanes”.

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