La justicia británica decide este lunes si extradita a Julian Assange a Estados Unidos

El fundador de Wikileaks, preso en una cárcel de Londres, está acusado por la justicia norteamericana de 18 delitos de espionaje e intrusión informática

Julian Assange, durante su traslado a un tribunal de Londres, el 11 de abril de 2019.DPA vía Europa Press (Europa Press)

Julian Assange fue elegido por los lectores del semanario Time como persona del año hace ahora una década. Y lo hizo por delante de figuras como Lady Gaga y Barack Obama. El editor, hacker y activista australiano, fundador del portal de filtraciones Wikileaks, era el hombre del momento tras poner patas arriba cientos de miles de secretos de Estado con varias filtraciones, entre las que destacaba la de ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Julian Assange fue elegido por los lectores del semanario Time como persona del año hace ahora una década. Y lo hizo por delante de figuras como Lady Gaga y Barack Obama. El editor, hacker y activista australiano, fundador del portal de filtraciones Wikileaks, era el hombre del momento tras poner patas arriba cientos de miles de secretos de Estado con varias filtraciones, entre las que destacaba la de más de 250.000 cables de la diplomacia estadounidense. Este lunes, una juez británica resuelve si Assange, de 49 años, preso en Londres, es extraditado a EE UU, donde se le acusa de 18 delitos de espionaje e intrusión informática.

Corría finales de agosto de aquel año 2010, en el que Wikileaks sacudía una y otra vez la opinión pública de medio mundo, cuando Assange envió a este periodista un escueto mensaje: “Tener tiempo ahora es simplemente imposible”. El australiano trabajaba, quién lo iba a saber, junto a su socio en el proyecto, el alemán Daniel Domscheit-Berg —entonces conocido como Daniel Smith— en una filtración masiva de cables diplomáticos, mensajes recibidos o enviados a legaciones norteamericanas que destapaban los secretos de la política exterior de Washington. La aproximación a la prensa de Assange era tímida y desconfiada —más cercano fue siempre Domscheit-Berg—. Pero sabía que la necesitaba para llegar al mundo.

Aquellas revelaciones de Wikileaks, el conocido como Cablegate, fueron publicadas el 28 de noviembre de 2010 por cinco diarios internacionales: The Guardian, The New York Times, Le Monde, Der Spiegel y EL PAÍS. Fue la gota que colmaría la paciencia de EE UU, que ya tenía en el punto de mira al australiano, un emprendedor tremendamente creativo, experimentado hacker, activista de la transparencia informativa, convertido en pocos meses en ídolo de masas. Al menos durante un tiempo.

Lo que Assange y Domscheit-Berg lograron era sencillo, pero complejo a la vez: Wikileaks trata de mediar entre personas con información relevante que quieren publicar bajo el anonimato, los whistleblowers, como se les conoce en inglés, y el resto del mundo. Y lo hace con un sistema enrevesado que protege la identidad de las fuentes. El editor australiano ha manifestado que ni siquiera él sabe quién le filtra información.

La fama de Wikileaks se había construido desde 2006 a fuego lento hasta el Cablegate. La película El quinto poder, estrenada en 2013, retrata la inevitable ascensión de Assange y su metamorfosis como tirano de su proyecto. En una de las secuencias, Assange trabaja junto a Domscheit-Berg y la activista y política islandesa Birgitta Jónsdóttir en Collateral Murder, la publicación de un vídeo secreto grabado en julio de 2007 por soldados estadounidenses, autores de un bombardeo en Bagdad que costó la vida a una docena de civiles.

Julian Assange se dirige a los indignados en Londres, en octubre de 2011.LEON NEAL (AFP)

La película está basada en gran medida en el libro Mi tiempo con Julian Assange en la web más peligrosa del mundo. Fue escrito por Domscheit-Berg en 2011, poco después de romper con Assange por sus ramalazos dictatoriales, según él mismo ha expresado públicamente.

Assange había llegado, en efecto, a un acuerdo con aquellos cinco diarios del Cablegate: se publicarían los cables —filtrados por la exanalista norteamericana Chelsea Manning, según se supo a la postre— siempre que fueran editados para proteger las identidades de los que allí aparecían. En septiembre de 2011, de forma unilateral, el activista australiano se saltó el acuerdo y publicó todo el material sin editar. Fue un punto de inflexión en su rara relación con la prensa —hasta Reporteros sin Fronteras, que apoyaba el proyecto Wikileaks, criticó la medida—.

Pero Assange y su web habían destapado ya algunas de las prácticas abusivas de EE UU en sus guerras en Irak y Afganistán; los archivos secretos de Guantánamo; las ejecuciones extrajudiciales de la policía keniana; las prácticas fraudulentas del banco Kaupthing, punta del iceberg de la crisis política en Islandia...

Para entonces también, en agosto de 2010, dos mujeres habían denunciado ante la policía sueca delitos sexuales cometidos presuntamente por el editor australiano. Assange pasaba algún tiempo en Suecia, un país más garantista en la protección de filtraciones y a donde llevó los servidores de Wikileaks. Cuando la jueza ordenó, en noviembre de ese año, su detención por posible abuso sexual, Assange se encontraba residiendo en Reino Unido. La justicia sueca procedió a pedir la extradición —archivó el caso en noviembre de 2019— y fue concedida, pero el australiano encontró un recoveco para no ser enviado a Estocolmo, desde donde, según creía, le mandarían hacia Washington: solicitó y obtuvo el asilo en la Embajada de Ecuador en Londres.

El permiso estuvo en vigor desde junio de 2012 hasta el 12 de abril de 2019, fecha en la que Assange fue arrestado por agentes de Scotland Yard. Durante su larga estancia, Wikileaks siguió haciendo amigos en Washington, sobre todo en el Partido Demócrata. A lo largo de 2016, el portal de filtraciones publicó miles de correos electrónicos del Comité Nacional Demócrata, que dejaron entrever ciertos tejemanejes contra Bernie Sanders en favor de Hillary Clinton. También ese año, el proyecto pilotado por Assange dejó al descubierto correspondencia de John Podesta, jefe de campaña de Clinton. El australiano ha rechazado en varias comparecencias que la fuente fuera un hackeo ruso; también ha insistido en que no puede revelar la identidad de los filtradores. Sea así o no, Donald Trump ha abierto la puerta al indulto de Assange siempre que revele el origen de las filtraciones sobre el Partido Demócrata. Pero eso no ha pasado.

Desde su detención en Londres a las puertas de la misión ecuatoriana, el australiano ha estado preso en la cárcel de Belmarsh, en el sureste de Londres. La justicia británica así lo ha requerido para evitar una posible fuga ante la solicitud de extradición formulada por la justicia de EE UU y evaluada el pasado año en el tribunal londinense de Old Bailey. Washington le acusa de 17 delitos de espionaje y uno de intrusión informática, con penas que podrían acumular 175 años de cárcel. Los psiquiatras consultados durante el proceso judicial en Old Bailey han manifestado que Assange padece “un trastorno del espectro autista” y, en el caso de que acabe en un vuelo con dirección a EE UU, existe un claro riesgo de suicidio.

Sobre la firma

Más información

Archivado En