Maha Vajiralongkorn, el rey ausente contra el que protestan los jóvenes tailandeses

El monarca, que pasa la mayoría del tiempo fuera del país, está en el punto de mira por las protestas sociales que reivindican un cambio en esta institución del país del sudeste asiático

El rey de Tailandia y su esposa Suthida saludan a un grupo de ciudadanos en el aeropuerto de Udon Thani, el 10 de noviembre de 2020.ROYAL HOUSEHOLD BUREAU (Reuters)
Singapur -

De él ha trascendido, sobre todo, el lado extravagante: sus cuatro matrimonios, 20 concubinas, la afición por los tops de corte femenino o su pasión por Foo Foo, el perro al que nombró mariscal y dedicó un funeral budista de cuatro días cuando falleció hace unos años. Pero el rey de Tailandia, Maha Vajiralongkorn, ha dado muestras de ser más que un príncipe díscolo con fama de Don Juan, como su propia madre, la reina Sirik...

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De él ha trascendido, sobre todo, el lado extravagante: sus cuatro matrimonios, 20 concubinas, la afición por los tops de corte femenino o su pasión por Foo Foo, el perro al que nombró mariscal y dedicó un funeral budista de cuatro días cuando falleció hace unos años. Pero el rey de Tailandia, Maha Vajiralongkorn, ha dado muestras de ser más que un príncipe díscolo con fama de Don Juan, como su propia madre, la reina Sirikit, llegó a admitir. Ambicioso, calculador y peligroso, según sus críticos, en solo cuatro años en el trono ha acumulado más poder que su venerado padre, Bhumibol, y ha desatado las críticas de la juventud tailandesa, que exige en las calles reformas en una institución considerada sagrada hasta hace poco.

Cómo es realmente un rey criado en el extranjero que hasta ahora ha vivido la mayor parte del tiempo en Alemania, es la pregunta del millón. Algunos retales de su vida, protegida por la Ley de Lesa Majestad tailandesa, y filtraciones sobre su forma de reinar conforman un perfil complejo. No es solo un enfant terrible, más interesado en pasar el tiempo con “mujeres bonitas” que en sus quehaceres reales, como dijo en su día su madre. Es también un monarca “inteligente”, admiten sus críticos acérrimos, que no ha tenido escrúpulos en reforzar su papel en un país cuya élite no le recibió con los brazos abiertos cuando tomó las riendas de la Corona tras la muerte de su padre en 2016.

Maha Vajiralongkorn (Bangkok, 68 años) es el único hijo varón de Bhumibol y Sirikit, y como tal fue nombrado príncipe heredero al cumplir los 20 años. Estudiante mediocre, asistió a clases en el Reino Unido entre los 13 y los 17 años, para después matricularse en el Real Colegio Militar de Canberra (Australia), donde se graduó en 1976. Ya de regreso en Tailandia, se unió al Ejército, sirviendo como oficial la mayor parte de su vida. Tiene cualificaciones de piloto tanto civil como militar, y vuela su propio Boeing 737 cuando viaja fuera de Tailandia, según publicó la cadena británica BBC.

Su fama más consagrada, no obstante, es la de “mujeriego”. Padre de siete hijos de tres mujeres diferentes, ha protagonizado agrios divorcios con cada una de ellas. Tras separarse de su segunda esposa, Yuvadhida Polpraserth, una actriz tailandesa que acabó huyendo del país, desheredó a cuatro de sus cinco hijos comunes. Y cuando rompió su relación con la tercera, Srirasmi Suwadee, varios miembros de la familia de ella terminaron en prisión, acusados de abusar de sus conexiones con el monarca.

Es su cuarta esposa, la reina Suthida, con la que se casó cuatro días antes de su coronación, la que más influencia parece tener sobre el rey. “Me han dicho que se deja guiar mucho por ella, que es su asesora personal”, apunta Pavin Chachavalpongpun, académico tailandés en el exilio por sus críticas a la monarquía.

Suthida, que ejercía como jefa adjunta de su cuerpo de guardaespaldas hasta el enlace, sería de las pocas personas por las que Vajiralongkorn, que pasó a reinar como Rama X, se deja aconsejar. A diferencia de su padre, no tiene un consejo de sabios o una mano derecha. “Sus decisiones pueden ser erráticas e irracionales. Por ejemplo, si quiere despedir a alguien de repente, lo hace. No tiene que rendir cuentas a nadie. Esto nunca había ocurrido. Es peligroso”, añade Pavin. Siguiendo esa línea de imprevisibilidad, el monarca concedió estatus de consorte real a una de sus concubinas tan solo cuatro meses después de su boda con Suthida, lo que no ocurría desde que Tailandia dejó atrás el absolutismo y se convirtió en una monarquía constitucional en 1932. Sineenat Wongvajirapakdi cayó en desgracia al poco de su nombramiento, pero en septiembre fue perdonada y reincorporada al harén real.

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El rey obliga a sus mayores a postrarse ante él y afeita la cabeza de los cortesanos que le desagradan. Una de las primeras muestras de su ambición fue la decisión de tomar el control directo de la Oficina de Propiedades Reales, que tiene activos por un valor estimado de 32.800 millones de euros y cuya gestión era antes supervisada por el ministro de Finanzas. También asumió el control directo del estamento militar y ordenó cambios en la Constitución para poder vivir la mayor parte del tiempo en Alemania. “Le gusta Alemania porque puede liberarse de asistir a las ceremonias”, aseguró Sulak Sivaraksa, uno de los más prominentes activistas tailandeses, tras una audiencia de 90 minutos con el rey en 2017, según Nikkei.

Rama X se habría aprovechado también de la relación simbiótica entre el Ejército y la monarquía que existe en Tailandia desde hace décadas. El monarca promociona a miembros de la Guardia Real para asegurar la lealtad de las fuerzas armadas; el pasado septiembre, el general Narongpan Jittkaewae, quien formaba parte de este cuerpo, fue nombrado jefe del Ejército en un momento crucial, cuando miles de manifestantes habían tomado las calles pidiendo reformas democráticas y en la institución monárquica, algo inédito.

La reacción de Rama X ante estas protestas, protagonizadas sobre todo por jóvenes que exigen también la dimisión del primer ministro, el general Prayut Chan-ocha, es analizada con lupa. Actualmente en Bangkok, donde se espera que el rey esté al menos hasta final de año, un periodo excepcionalmente largo, sus apariciones públicas han sido escasas. En una de ellas, el pasado 1 de noviembre durante una concentración de partidarios de la monarquía, respondió por sorpresa a un corresponsal que le preguntó si había “margen para la negociación” con los manifestantes prodemocracia. “Tailandia es la tierra de los acuerdos”, aseguró. Y reiteró: “Queremos a todos por igual”.

Pero esa supuesta voluntad de diálogo está en entredicho. Abundan las publicaciones que vinculan al rey —a través de su jefe de seguridad, Jakrapob Bhuridej— con el secuestro y asesinato de disidentes y activistas antimonarquía. “Conocemos su tendencia a la violencia, pero no la podemos probar. Gente que solía trabajar para él ha sido encarcelada o ha muerto misteriosamente”, relata Pavin desde Tokio.

El académico teme que la paciencia del monarca “se colme” y ordene una supresión violenta de las protestas —cuyos organizadores han anunciado un receso navideño y aseguran que regresarán en 2021—, como ocurrió durante una revolución estudiantil en 1973. “No deberíamos sorprendernos si acaba ocurriendo”, agrega.

No obstante, el rey parece estar tanteando de momento cuál es el apoyo popular del movimiento, que, pese a multitudinario e inédito por sus demandas, aún no cuenta con la alta participación de los cientos de miles de personas que salieron a protestar por otras cuestiones en el pasado. Pase lo que pase, la osadía de los jóvenes de cuestionar el papel de la monarquía ha roto un tabú en Tailandia que hace presagiar que el rey cada vez lo tendrá más difícil para reinar a su antojo sin rendir cuentas.

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