Lukashenko despeja el terreno ante su visita a Moscú

El respeto por la voluntad popular no tiene carácter ni occidental ni oriental, sino que es un derecho cívico básico recogido en las constituciones de los dos países eslavos

El presidente de Bielorrusia, Alexandr Lukashenko, saluda con el puño cerrado al salir de la plaza Roja en Moscú, el pasado 24 de junio.Maxim Shemetov (Reuters)

Antes de su inminente visita a Moscú, con detenciones y expulsiones, Alexandr Lukashenko ha disuelto el presidium del Consejo de Coordinación de Bielorrusia. Aferrado al poder desde hace 26 años, el presidente, de origen rural, parece actuar como un campesino que limpia su territorio de las malas hierbas peligrosas para la cosecha. Pero el ...

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Antes de su inminente visita a Moscú, con detenciones y expulsiones, Alexandr Lukashenko ha disuelto el presidium del Consejo de Coordinación de Bielorrusia. Aferrado al poder desde hace 26 años, el presidente, de origen rural, parece actuar como un campesino que limpia su territorio de las malas hierbas peligrosas para la cosecha. Pero el encarcelamiento y la deportación de los líderes de las manifestaciones masivas por unas elecciones honestas no solucionan los problemas del desfase entre dos mundos, el que representan los centenares de miles de personas que se lanzan a la calle todos los fines de semana y un dirigente anacrónico que considera su país como una propiedad.

Lukashenko piensa que sin líderes el movimiento caerá, pero creo que se equivoca, porque el consejo coordinador, de hecho, no ejercía como órgano de liderazgo de la oposición”, opina el politólogo ruso Gleb Pavlovski. "Está claro que Lukashenko, que no se fía de nadie, temía que el consejo coordinador se pusiera en comunicación con Moscú, porque solo él cree tener derecho a controlar los contactos con el Kremlin”, dice el experto en el Gobierno ruso. Además, el bielorruso teme que, “cuando se encuentre de visita en Moscú el consejo coordinador pueda crear un gobierno paralelo”. “En Bielorrusia hay una dualidad de poder y para Lukashenko es muy importante aparentar que ejerce el control. No puede ir a visitar a Putin en la posición de debilidad de una persona que ha perdido ese control”, dice Pavlovski.

Según el politólogo, lo que ahora pretende Lukashenko es “arrastrar a Putin, involucrarlo en su situación para no encontrarse solo, sino para compartirla con Putin, para que Putin se vea obligado a estar de su parte. Así que intenta disminuir el corredor de maniobra del presidente ruso”, continúa el politólogo. Prever cómo continuará este tira y afloja en Bielorrusia es difícil, por la existencia de imponderables vinculados a la condición de “tirano, enfermo y caprichoso” de Lukashenko, que además es “traidor” e “de ninguna fiabilidad”, señala el veterano analista.

Para Putin, Bielorrusia es un activo geoestratégico clave. Tanto él como Lukashenko representan variantes de un sistema autoritario y personalista acostumbrado a manipular resultados electorales, aunque esto último es más acusado en Bielorrusia que en Rusia. “En las elecciones regionales rusas a diferencia de las estatales es posible la diversidad”, matiza Pavlovski.

Pero si Lukashenko y Putin comparten rasgos de Gobierno, la población de Bielorrusia y la de Rusia se están diferenciando hoy cada vez más entre sí, como ha puesto de manifiesto la reacción de rechazo a los resultados de los comicios presidenciales del 9 de agosto, en los que a Lukashenko se le atribuyó un 80% de los votos.

En Rusia la gente no sale a la calle en tales proporciones y con tanta persistencia tras las irregularidades electorales de turno. Y las informaciones sobre el envenenamiento de Navalni, por ejemplo, no han motivado reacciones de protesta, y esta falta de reacción e indiferencia indica que el suceso no es de particular interés y esto es algo que Pavlovski, con todo su bagaje, no sabe cómo explicar.

Putin, que felicitó a Lukashenko tras los comicios, no ha dejado un margen de maniobra ante su vecino. Sin embargo, algunos analistas esperan que el líder ruso se escabulla de un abrazo demasiado efusivo de su aliado con algunas promesas de apoyo económico para Bielorrusia, desde la renegociación de la deuda a las inversiones o compra de activos de empresas a cambio de una mayor integración.

Con sus manifestaciones solidarias y sus mujeres valientes, Bielorrusia ha sorprendido al mundo, pero tras lo que está sucediendo hay un largo camino de maduración. Los años de Gobierno de Lukashenko no han sido un tiempo muerto. Cada elección “ganada” por el dirigente concluía con represión y a consecuencia precisamente de esa represión centenares de jóvenes estudiantes tenían que exiliarse a los países vecinos. En Vilna, la capital de Lituania, tuvo que refugiarse la Universidad Europea de Humanidades (EHU) de Minsk, cuando Lukashenko la clausuró en 2004.

Por la institución independiente y abierta al mundo, que el profesor de filosofía Anatoli Mijáilov fundó en 1992, han pasado ya más de 3.500 alumnos y en el último curso, su número fue de 685, de los cuales el 95% fueron bielorrusos, según informa EHU. Al contemplar el grado de unidad y la conciencia cívica de los bielorrusos es necesario mencionar instituciones como la EHU y, si a la “intelectualidad técnica” nos referimos, hay que mencionar también el contraste entre el universo de los “aitíchniki” (ingenieros programadores), formados por cierto en Bielorrusia, y los controles y limitaciones del régimen al Internet.

El pueblo bielorruso del que está orgullosa la Nobel de Literatura Svetlana Alexíevich ha cristalizado como nación europea y no está dispuesto a dejarse humillar. Su ejemplo puede tener efecto en la conciencia de los rusos, hoy en general más inertes que los bielorrusos. Puede que en Bielorrusia se sientan más los aires del Báltico y de la UE que en Rusia, pero el respeto por la voluntad popular —que está en el origen de las protestas— no tiene carácter ni occidental ni oriental, sino que es un derecho cívico básico recogido en las constituciones de los dos países eslavos, y, ni en Bielorrusia ni en Rusia los líderes pueden ser declarados imprescindibles e irreemplazables. Ellos, sin embargo, se empeñan. “Solo yo puedo defender a los bielorrusos”, dijo esta semana Luksashenko en su entrevista con los directores de los medios estatales rusos. “Sin Putin no hay Rusia”, declaró una vez Viacheslav Volodin, el jefe de la Duma Estatal de Rusia.

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