Emmanuel Macron afronta la desescalada en un clima de desconfianza en Francia

La crisis hace aflorar diferencias entre el presidente francés y su primer ministro, mientras diputados de su partido amagan con formar un grupo disidente

París -
El primer ministro francés, Édouard Philippe, y el presidente, Emmanuel Macron, el 8 de mayo en ParísPool/ABACA (GTRES)

El presidente francés, Emmanuel Macron, quiere reinventarse con la crisis del coronavirus, pero el nuevo mundo se parece en muchos aspectos al antiguo. La popularidad del mandatario no despega, pese a un breve repunte durante el confinamiento, y la desconfianza en el poder, que afloró en la revuelta de los chalecos amarillos o las protestas contra la reforma de las pensiones, se consolida. La crisis ha hecho aflorar las diferencias de Macron con...

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El presidente francés, Emmanuel Macron, quiere reinventarse con la crisis del coronavirus, pero el nuevo mundo se parece en muchos aspectos al antiguo. La popularidad del mandatario no despega, pese a un breve repunte durante el confinamiento, y la desconfianza en el poder, que afloró en la revuelta de los chalecos amarillos o las protestas contra la reforma de las pensiones, se consolida. La crisis ha hecho aflorar las diferencias de Macron con el primer ministro, Édouard Philippe, mientras un grupo de diputados de centroizquierda, integrados hasta ahora en la mayoría presidencial, amaga con formar un grupo parlamentario disidente.

La fecha ha pasado casi desapercibida: el 14 de mayo se cumplen tres años de la investidura de Macron como presidente de la República. El joven dirigente llegaba con un mensaje europeísta y liberal, dispuesto a deshacer los viejos corsés de la partitocracia y el estatalismo. Durante casi tres años, metódicamente y sin los titubeos de sus antecesores, puso en marcha el programa: reforma laboral, reforma de los ferrocarriles, reforma del seguro de paro, reforma de las pensiones... Otra época, otro mundo.

La desescalada, después de dos meses de confinamiento, es un experimento lleno de riesgos para los gobernantes. Sanitarios y también políticos. Macron afronta el trance con la tranquilidad de saber que le quedan dos años de mandato —el presidente es inamovible— y que en la oposición no se dibuja una alternancia clara. La pandemia ha barrido con todo. En marzo el presidente suspendió la reforma de las pensiones, que había encendido la calle en diciembre y enero. En abril declaró: “Sepamos salir de los caminos trillados, de las ideologías: reinventarnos. Y yo el primero”.

No será fácil. Las inercias de la política francesa son resistentes. Es cierto que el confinamiento en marzo y abril propició un raro episodio de unión sagrada, el cierre de filas ante una amenaza. Pero estos momentos no suelen perdurar. La popularidad de Macron subió, sí, pero nunca alcanzó el 50% y el llamado efecto bandera —el aumento de apoyos para el líder en tiempo de guerra— fue inferior a otros países. En paralelo, la falta de anticipación o los mensajes confusos sobre el uso de mascarillas erosionaban la confianza en las autoridades. La Corte de Justicia de la República, encargada de juzgar a miembros del Gobierno por actos delictivos o criminales, ha recibido ya 63 denuncias por la mala gestión y su impacto en la salud de las víctimas de la covid-19, según ha explicado el fiscal general François Moulins a la emisora RTL.

“Vivimos, desde hace tiempo, en una sociedad de la desconfianza, y sin duda esta crisis la ha reforzado”, dice Jérôme Fourquet, politólogo de instituto Ifop y autor de L’archipel français (El archipiélago francés), libro de referencia sobre las fracturas políticas, sociales y demográficas de este país. “Como en otros países, al principio se produjo el reflejo de la unión sagrada en torno al Gobierno, pero este fenómeno fue menos destacable que en otros países como Reino Unido, Alemania o Italia”, argumenta Fourquet. Y añade: “Incluso postulándose como jefe de guerra, Macron no obtuvo un repunte mecánico de su popularidad como otros: subió, sí, pero no mucho”.

La desescalada y el regreso paulatino a la vida cotidiana amenazan con destapar una “olla a presión social”, según Le Monde, en la que los conflictos afloren después de meses en cuarentena, pero en un contexto de recesión económica profunda y desigualdades agravadas. “Yo no apostaría por que haya tensiones políticas y sociales”, discrepa Fourquet. “Históricamente, las crisis sociales ocurren en periodo de recuperación: cuando la gente levanta la cabeza, piden su parte del pastel. Ahora llegará la hora de salvar la piel, el empleo, llegar a fin de mes cuando alguien en casa haya perdido el trabajo o esté a tiempo parcial”.

Otro problema inmediato, para Macron, es la anunciada deserción de, como mínimo, una decena de diputados de su partido, La República en marcha (LREM), para constituir un nuevo grupo que podría llamarse Ecología, democracia y solidaridad, y que aglutinaría a exsocialistas y exverdes desencantados con el presidente. El número de diputados que formaría este grupo —entre los disidentes de LREM y otros independientes que se sumarían al proyecto— oscila entre los 23 y los 58, dependiendo de los medios que han anticipado la noticia. Suficientes, en todo caso, para que LREM pierda la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, aunque la mantendría gracias a los dos socios de Gobierno: los centristas de MoDem y el centroderecha de Agir.

"No sé en qué acabará esta iniciativa, pero observo que llega a contratiempo”, declara a EL PAÍS la secretaria de Estado y portavoz del Gobierno, Sibeth Ndiaye. “Nuestros compatriotas están extremadamente atentos a que, pese a las divergencias políticas, vayamos en el mismo sentido para salir de la crisis y organizar la poscrisis. Y esta iniciativa de división llega en un momento que me parece particularmente poco oportuna”.

Es como si, al inicio de la desescalada, la cohesión de la mayoría fuese una preocupación mayor que una oposición, discreta durante las últimas semanas. La pandemia ha reforzado una figura que ya estuvo en primer plano durante la reforma de las pensiones: la del primer ministro, Édouard Philippe. Hombre de la derecha moderada, más sobrio y experimentado que el presidente, Philippe ha sido el rostro del Estado en esta crisis, quien ha dado la cara cada semana y se ha llevado los golpes pero también el respeto de muchos, incluso de sus adversarios.

El coronavirus ha tenido un efecto-lupa sobre las diferencias entre Macron y Philippe: sobre el polémico mantenimiento de la primera vuelta de las elecciones municipales el 15 de marzo, sobre el calendario de votos parlamentarios del estado de alarma o sobre el vocabulario adecuado para la situación. Un ejemplo: cuando el primer ministro mencionó hace unos días el “riesgo de desmoronamiento de la economía”, el presidente replicó: “Yo no uso estas grandes palabras”.

En un sondeo publicado esta semana, Philippe alcanza un 57% de popularidad, nueve puntos más que Macron. La máquina de los rumores sobre la posible sustitución del primer ministro se ha disparado. “El actual jefe del Gobierno ha demostrado en la gestión de esta crisis un enorme dominio, el presidente de la República da fe respecto a él de una confianza total”, zanja la portavoz Ndiaye.

El nuevo complejo francés

La crisis del coronavirus ha reavivado el complejo de Francia —potencia nuclear y miembro del Consejo de Seguridad de la ONU, pero atrapada desde hace décadas en una sensación de declive— respecto a Alemania, potencia económica mundial y política en la UE, y ahora señalada por muchos como país ejemplar en la gestión de la pandemia. La crisis, con su elevado número de muertos y los errores en la gestión, ha golpeado en un momento de malestar social, después de un año y medio de protestas de los chalecos amarillos y de manifestaciones y huelgas contra la reforma de las pensiones. “Esta crisis sanitaria actúa como un revelador del desclasamiento de Francia”, decía en abril Jérôme Fourquet, del instituto Ifop. Es decir, este país habría dejado de estar en primera división. “Seré brutal y pido excusas: en nuestra representación del mundo y de Europa, si hubiese que fijar dos campos, Francia estaría más cerca de España e Italia en términos de gestión de crisis que de Alemania, Austria y los Países Bajos”. El contraste es un contraste de personalidades. “Hoy la personalidad política con más confianza de sus ciudadanos es la canciller Angela Merkel”, dice el ensayista Dominique Moïsi. “Es injusto, pero ella tranquiliza, mientras que Emmanuel Macron no tranquiliza: es joven, brillante, lírico, pero los franceses no sienten una empatía espontánea hacia él. Diría incluso que el primer ministro, Édouard Philippe, tranquiliza más que el presidente de la República”. El contraste entre Francia y otros países, no sólo Alemania, afecta a los sistemas políticos. “En Gran Bretaña el poder simbólico está disociado del poder real: la reina de un lado, el primer ministro del otro. En Francia el poder simbólico y el poder real están concentrados en una sola persona que es el objetivo, obligatoriamente, de todas las críticas. Y es posible que este sistema sea difícilmente sostenible”.

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