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LAS PALABRAS
Columna
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Operación Peluca

No es necesario revisar el Latinobarómetro, para saber que la democracia peruana está en erosión y que su debilidad permite que surjan formas nuevas de autoritarismo

Gustavo Gorriti

En el Perú, las cámaras espía (cuanto más chuscas, mejor) marcan la historia. Hace pocos meses, las grabaciones subrepticias de Moisés Mamani, un congresista que actuó como agente provocador, derrumbaron el Gobierno de Pedro Pablo Kuczynski. Este mes, otra grabación oculta, a cargo del congresista y general retirado del Ejército, Edwin Donayre, tuvo como objetivo la memoria del país.

Disfrazado de colombiano sordomudo supuestamente desplazado por la violencia, con un sombrerillo y una peluca que hasta Lando Buzzanca (el súper agente 86 de antaño) hubiera encontrado ridícula, Donayre llegó, acompañado por un par de personas, al Lugar de la Memoria (LUM) —el museo que guarda parte del recuerdo de los años de sangre y tragedia que vivió el Perú a causa de la insurrección de Sendero Luminoso y, secundariamente, del MRTA— para tratar de demostrar que el LUM era un nido de apologistas del terrorismo.

La grabación subrepticia de la visita, guiada por una persona de buena fe, aunque ingenua y poco preparada, fue editada con toda la malicia del caso y difundida por Donayre para provocar un frenesí acusatorio en la mayoría fujimorista del Congreso. La ministra de Cultura fue perentoriamente convocada y tanto ella como el presidente de la república, Martín Vizcarra, respondieron en forma penosamente débil y apaciguadora. La guía, Gabriela Eguren, fue separada de su cargo, mientras los congresistas fujimoristas exigían una comisión investigadora para rastrear comunistas en el LUM. Una de ese grupo denunció a la institución por emplear a un “hijo de terroristas”: el historiador y poeta José Carlos Agüero.

Agüero era un niño cuando sus padres, militantes senderistas, fueron muertos extrajudicialmente. Desde esa pérdida y múltiple abandono, Agüero ha explorado con extraordinaria lucidez sus propias memorias junto con las de otros, cercanos y diversos, que sufrieron la feral violencia de esos años. Intentar descalificar a uno de los más inteligentes pensadores de hoy por quiénes fueron sus padres retrata bien a los fujimoristas, que ostentan sin empacho la mayor medida de poder en el país.

El estrafalario general Donayre, que no es formalmente fujimorista aunque actúe en feliz concierto con ellos, tiene una interesante trayectoria. Casi al tiempo que hacía público el vídeo sobre el LUM, una fiscal superior pedía 10 años de cárcel para el general de la peluca por “peculado doloso y contra la fe pública” en el largo caso de los generales gasolineros (que, según la acusación y las investigaciones previas, robaron sistemáticamente a su institución y al país con asignaciones fantasma de gasolina que se tradujeron en cuantioso dinero apropiado por los principales acusados, entre los cuales figura señaladamente Donayre). El general cuenta, por el momento, con inmunidad parlamentaria, pero eso no impide el juicio ni la sentencia. Solo posterga su eventual cumplimiento.

Hay más. Cuando los Wikileaks irrumpieron a la luz se pudo conocer un cable secreto enviado en 2009 por el entonces embajador de Estados Unidos en Perú, Michael McKinley, sobre “supuesta corrupción en el Ejército”, donde mencionaba la visita que hizo un alto mando militar a un empresario pesquero, detenido poco después cuando, según las autoridades, trataba de exportar 840 kilos de cocaína. El cable añadía que ese mando militar se reunió con el empresario pesquero a pedido de Donayre, entonces comandante general del Ejército.

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Donayre contestó furioso dándole un ultimátum de 24 horas a McKinley para que desmienta lo escrito. Pasaron las 24, las 48, las 72 y luego los años y el ultimátum se escurrió de la memoria, contra la cual, a lo que se ve, el general se encuentra en perpetua campaña.

Es el mismo que hace algunos meses interpeló así a la entonces ministra de Salud: “¿Es usted casada o soltera?”. “Soltera”. “… Ah, ya se ve. Porque las solteras tienen muchas navidades pero ninguna nochebuena”, sentenció Donayre.

Está claro que la patanería autoritaria no debería sorprender. Aunque se supone que vivimos en democracia no es necesario revisar el Latinobarómetro, para saber que se trata de una democracia en erosión, cuya debilidad permite que surjan dentro de ella formas nuevas de autoritarismo. Un autoritarismo lumpen, en este caso de derecha cerril, estrecha e inculta, cuyo dogmatismo prepotente va en relación inversa con su inteligencia.

Es una tendencia que, por supuesto, no se limita al Perú. Aquí figura como derecha, igual que, digamos, en Brasil con Jair Bolsonaro; en Venezuela o Nicaragua se presenta como izquierda. Pero la diferencia fundamental es si tomaron todo el Gobierno y controlan los aparatos de seguridad o no.

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