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TIERRA DE LOCOS
Columna
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El abrazo del oso a Messi

El manejo del fútbol argentino es una historia de sindicatos, empresas de juego y poder político, mucho poder político

Ernesto Tenembaum

Lionel Messi acababa de salvar a la selección argentina de quedarse fuera del Mundial de Rusia con tres goles maravillosos e históricos.

El país entero vivía un momento de desahogo, luego de semanas de angustia.

Y apenas el crack llegó al vestuario se confundió en un largo abrazo con una persona que, fuera de la Argentina, es prácticamente desconocida.

La política y el fútbol siempre estuvieron relacionadas y, en la Argentina, cada vez más. De hecho, el presidente Mauricio Macri inició su carrera política en la presidencia del club Boca Juniors, el más popular del país. La historia del hombre que abrazó a Messi en el vestuario es todo un retrato de una parte muy relevante del poder argentino.

El nombre del señor es Claudio Tapia, aunque todo el mundo lo conoce como Chiqui. Desde hace unos meses es el presidente de la Asociación de Futbol Argentino (AFA) y su protagonismo es una muestra fantástica de la movilidad social que existe en la Argentina, o al menos de una de sus vías. Porque el Chiqui, hace mucho tiempo, fue recolector de basura, barrendero, o sea, ejerció uno de los trabajos más duros que existen.

Los recolectores de basura en la Argentina están encuadrados en el sindicato de camioneros. Tapia fue elegido delegado de los camioneros por sus compañeros. Y desde allí empezó a crecer en la estructura hasta acercarse a altos niveles de conducción. En ese periplo se enamoró de Paola Moyano, su actual mujer. Paola es, nada más y nada menos, que la hija de Hugo Moyano, el jefe de ese sindicato y el gremialista más poderoso de la Argentina. Sin esa historia de amor, sin la familia a la que ingresó gracias a ella, no se podría entender qué hacía ese hombre abrazando al mejor jugador de fútbol de la historia.

Hugo Moyano, el suegro del Chiqui Tapia, es una de las personalidades más controvertidas e interesantes de la Argentina. Como su yerno, empezó bien de abajo, como empleado de una empresa de mudanzas llamada Verga Hermanos. Eso dio origen a varios chistes obvios y no siempre de buen gusto. Varias veces, Moyano confesó su admiración por Jimmy Hoffa, el mítico jefe del sindicato de camioneros norteamericano. Esa referencia sirvió para que sus enemigos lo calificaran como un mafioso.

Moyano ganó prestigio en la década de los 90. Cuando la mayoría de los sindicatos se sometían mansitos al liderazgo del presidente Carlos Menem, que imponía menores derechos para los trabajadores, Moyano resistió con coraje. Eso le permitió ser un referente de la resistencia y, cuando el poder cambió de orientación, el expresidente Néstor Kirchner lo eligió como su sindicalista preferido. Así llegó a la jefatura de todo el sindicalismo y a disponer de fondos infinitos. La luna de miel terminaría con la muerte de Kirchner: Moyano rompería con su viuda, Cristina Fernández de Kirchner, y paulatinamente se acercaría a Macri.

Quienes quieren a Moyano sostienen que defiende a sus trabajadores como nadie. Y es cierto. Los camioneros lo aman. Quienes lo resisten, destacan el imperio económico que construyó, no siempre con una ejemplar transparencia, donde se mezclan empresas constructoras, de salud, de seguridad, o señalan las conductas violentas de algunos miembros de su entorno. Moyano es el nombre de un sistema de poder sindical, económico y, además, es un hombre temido.

Tiene un hijo diputado que es tapa de las revistas del corazón por su romance con una top model, un yerno que preside el fútbol, otro hijo de modales ásperos que controla personalmente el sindicato. Su mujer conduce varias empresas. El hijo de su mujer empieza a aparecer también en las revistas como una especie de modelo sui géneris.

Y la historia se completa con el fútbol. Respaldado en el poder económico de su organización, Moyano se quedó con el club Independiente, uno de los más grandes del país. El Chiqui Tapia, gracias a su inserción en el poder moyanista, presidió un club pequeño, desde el cual forjó una alianza con muchos dirigentes como él. Su otro hijo maneja un club en Mar del Plata, la ciudad de la cual surgieron.

Desde esa plataforma, Tapia —o sea, la familia Moyano— aprovechó dos transiciones. Por un lado, había fallecido Julio Grondona, el mandamás histórico del fútbol del país durante 30 años, muerto a tiempo porque de lo contrario hubiera terminado involucrado en el escándalo de corrupción de la FIFA, de la que era su vicepresidente. Grondona no había dejado heredero. Por otro lado, Mauricio Macri, fugazmente aliado de Moyano, acababa de llegar al poder.

Moyano quiso ser presidente de la AFA. Macri lo vetó. Entonces Moyano echó a correr la candidatura de su yerno. Para conseguir el objetivo, se alió con el hombre del presidente en el fútbol: un poderoso empresario del juego llamado Daniel Angelici, que sucedió a Macri en la presidencia de Boca Juniors. Así las cosas, el yerno del sindicalista más poderoso y el dueño de los casinos se quedaron con el fútbol de la Argentina.

Entre tantos dimes y diretes, a la selección le cambiaban el técnico cada dos por tres, los jugadores no se entendían entre sí, la suerte no acompañaba, y casi nos quedamos sin Mundial.

Ese abrazo tan fuerte con Messi refleja la angustia contenida de ambos.

Pero todo lo anterior quedó en el olvido. Eso tienen los goles tan increíbles de ese muchacho único. A cualquiera le hace olvidar de todo lo demás.

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