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Argentina no logra resolver sus misterios

La AMIA, Nisman, López y ahora el último desaparecido muestran una enorme dificultad para conocer la verdad

Carlos E. Cué
Marcha a 11 años de la desaparición de Julio López, este lunes en Buenos Aires.
Marcha a 11 años de la desaparición de Julio López, este lunes en Buenos Aires. AP

Una de las particularidades de Argentina consiste en que el debate público parece casi siempre suspendido en el tiempo. Pocos países en el mundo viven tan pendientes de lo que sucedió hace 50, 70 o incluso 140 años. La posición política de millones de ciudadanos se explica por su opinión sobre Perón, fallecido en 1974, o su reivindicación de la Argentina de 1880, cuando se empezó a construir el país moderno con la extensión de una educación pública que fue un modelo para el mundo. Algunos historiadores como Felipe Pigna son auténticas estrellas mediáticas. Argentina vive mirando al pasado. Y sin embargo, pese a ese análisis constante de la historia, el país no consigue resolver los misterios más importantes de su pasado reciente. Los grandes escándalos quedan en una nebulosa de dudas y conspiraciones que nunca terminan.

Las últimas tres tragedias que conmocionaron al país siguen sin resolverse mucho tiempo después: el atentado de la AMIA en 1994, con 85 muertos, la desaparición en plena democracia, en 2006, de Julio López, después de testificar contra Miguel Echecolatz, uno de los más conocidos torturadores, y la muerte del fiscal Alberto Nisman en 2015. Y ahora todo parece indicar que se sumará también a esta neblina de misterio el último desaparecido, Santiago Maldonado. La policía ha hecho un último intento con más de 400 agentes sobre el terreno para buscar su cuerpo o alguna pista. Pero no encontró nada. El nuevo enigma argentino alimenta la leyenda de un país que va dejando heridas abiertas con cada tragedia.

En las últimas dos semanas, todas estas tragedias recientes han confluido de una u otra manera en los medios argentinos, lo que demuestra que siguen vivas años después y sobre todo que se ha avanzado muy poco desde que sucedieron. La llegada a Buenos Aires de Benjamín Netanyahu, el primer ministro israelí, devolvió al primer plano el atentado de la AMIA, la más importante asociación judía argentina. Tanto Netanyahu como Mauricio Macri hablaron de un atentado ocurrido hace 23 años como si fuera reciente. Y lo es porque de alguna manera aún hoy el caso sigue abierto, no se sabe quién lo hizo, la justicia no avanza y casi cada argentino tiene su versión, en la que los servicios secretos juegan un papel fundamental. Cristina Kirchner aún sufre un importante coste político en la comunidad judía por haber pactado un memorándum con Irán en 2013. Ella insiste en que solo quería intentar resolver el atentado 20 años después, pero lo cierto es que no lo logró y el misterio sigue creciendo.

La muerte de Nisman también ha vuelto al primer plano más de dos años y medio después. Después del cambio de fiscal, de tribunal, de peritos, el caso vuelve a dar otro giro de 180 grados, el enésimo, y las nuevas investigaciones apuntan que no se suicidó, como decían los primeros informes oficiales, sino que dos personas lo asesinaron. Pero ha pasado tanto tiempo, la escena del crimen quedó tan contaminada en las primeras horas -las imágenes de policías pisando las huellas de sangre y limpiando la pistola marcaron el descrédito definitivo- que ya se ha convertido en un asunto puramente político: los que apoyan a Mauricio Macri creen que lo mataron, y responsabilizan al Gobierno de los Kirchner directa o indirectamente –"es un disparate que hayamos tenido algo que ver", dijo la expresidenta la semana pasada- y los kirchneristas están convencidos de que se suicidó y los nuevos informes están redactados por orden del Gobierno. No hay manera de convencer a los argentinos de la existencia de expertos independientes y creíbles que resuelvan un crimen así tanto tiempo después con una fiabilidad técnica absoluta.

El caso de Julio López, de cuya desaparición se han cumplido 11 años esta misma semana, también generó otra movilización, con centenares de personas reclamando que se sepa la verdad. Pero el cadáver no aparece y Miguel Echecolatz, que presuntamente desde prisión dio la orden para que lo ejecutaran en plena democracia, nunca confesó ni ofreció ningún dato y ahora está cercano a la muerte en un hospital próximo a la cárcel de Ezeiza donde cumple su pena. La justicia y la policía tampoco fueron capaces de encontrarlo.

De hecho, Argentina ha sido un modelo para el mundo en su política de derechos humanos y juicios contra los represores -aún hoy hay más de 500 en la cárcel- pero falló en la parte de la investigación sobre los cadáveres. Los genocidas mantienen su pacto de silencio y ninguno ha contado dónde escondieron los cuerpos que no tiraron al Río de la Plata, así que para muchas familias el misterio sobre el paradero de su desaparecido sigue muy presente.

El último gran misterio argentino es el de Sergio Maldonado. Pese a todos los intentos, la policía y la justicia están fracasando de nuevo en resolverlo. El cadáver no aparece 50 días después de que fuera visto huyendo de la Gendarmería en un operativo contra un grupo mapuches que ocupan tierras de Benetton en la Patagonia. El caso ha mostrado una vez más las enormes dificultades que tiene tanto la policía como la justicia argentina para investigar tragedias. La búsqueda en serio, de forma masiva, solo se produjo el lunes, con más de 400 policías desplegados por toda la zona donde desapareció. No encontraron ni una sola pista sólida. Y el caso camina de nuevo por la misma senda que los demás.

A falta de pruebas definitivas y sin cadáver, los mapuches, los kirchneristas y todos los que no creen la versión oficial seguirán por siempre convencidos de que la Gendarmería lo detuvo, lo mató y escondió el cuerpo. Los que respaldan al Gobierno seguirán convencidos de que los mapuches tuvieron algo que ver en la desaparición o incluso que el hombre sigue vivo en algún lugar, como aún sostienen algunas versiones pese a que no hay ninguna evidencia que las avale. Otros creerán teorías intermedias, como la del propio juez, Guido Otranto, que dice que lo más probable es que se ahogara, a pesar de que los investigadores señalaron que ese río es muy poco profundo en esa zona y sin corriente y el cuerpo no aparece por mucho que lo buscan. Argentina sigue así acumulando misterios sin resolver que alimentan la división política.

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