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DE MAR A MAR
Columna
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Un cisne blanco

El ‘no’ en el plebiscito se debe a equivocaciones estratégicas y una pérdida de sensibilidad

Carlos Pagni
Una partidaria del sí llora tras conocer los resultados del referéndum.
Una partidaria del sí llora tras conocer los resultados del referéndum.AP

La victoria del no en el plebiscito colombiano por los acuerdos con las FARC provocó una ola de sorpresa. Como si fuera un Brexit caribeño. Es extraña esa extrañeza. Porque todo el proceso estuvo plagado de incertidumbre sobre el desenlace. El triunfo del no fue un cisne blanco. No un cisne negro. Igual que si se hubiera impuesto el . Sólo la percepción de esta paridad permite calibrar los desaciertos políticos de Juan Manuel Santos en la gestión del pacto.

La primera señal de que la moneda estaba en el aire se puede encontrar en las elecciones de hace dos años. El partido del expresidente y acérrimo opositor Álvaro Uribe ganó la primera vuelta. Y Santos revirtió ese resultado en la segunda, por un margen muy pequeño: 50,75% frente al 46,97% del candidato Óscar Zuluaga. Desde entonces, la imagen presidencial tomó una curva descendente hasta niveles que rondan el 20%. Quiere decir que sólo por una inexplicable distracción podría ignorarse que el uribismo es una fuerza nada desdeñable. El domingo se corroboró.

La segunda evidencia es que el referéndum no gustaba. Muchos colombianos estaban fastidiados porque la dirigencia política les transfiriera la decisión sobre un entendimiento cifrado en 297 páginas. Quien mejor lo percibió fue Santos, que debió gestionar en el Congreso una reducción del piso de participación necesario para concederle validez. Esta presunción también se verificó. Como consigna el experto Juan Gabriel Tokatlián, el plebiscito fue paupérrimo comparado con el que aprobó en 1957, casi por unanimidad, las reformas que acompañaron el nacimiento del Frente Nacional.

Pero lo que mejor demuestra que no se podía descartar el éxito del no es que muchos de los líderes del sí creían que la consulta era inconveniente. Podía sacrificar una iniciativa de largo plazo en el clima coyuntural de la política. Entre los que pensaban así está el expresidente César Gaviria, que fue el jefe de la campaña oficial.

Las urnas demostraron los dos principales errores políticos de Santos. Primero, haber negociado con una guerrilla despiadada, sin buscar antes el consenso de sus opositores. Segundo, haber sometido el acuerdo a votación. Tal vez el presidente contaminó un objetivo histórico, de alcance nacional, reducir a las FARC, con otro circunstancial y personal: humillar a Uribe y completar su parricidio.

La derrota del domingo abre incógnitas más amplias sobre la gobernabilidad

Además de estas equivocaciones estratégicas, hubo una pérdida de sensibilidad. Es posible que la proximidad a la que obligó la larguísima negociación haya atenuado en el gobierno colombiano el espanto que en gran parte de la población seguían provocando las FARC. Un olvido que cometió también la comunidad internacional, que mira a la distancia. Sólo así se explica el lugar concedido a los jefes de una guerrilla degradada en la ceremonia de Cartagena, el lunes pasado. Algunos especialistas sospechan que esa estética pudo aumentar la indignación.

Este desajuste en la percepción podría verificarse de nuevo en estas horas. Tal vez el resultado del plebiscito no sea tan pernicioso para la paz como se lo percibe desde fuera de Colombia. Es catastrófico, sí, para Santos. La primera tarea a la que se abocó el presidente, la misma noche de la derrota, fue cerciorarse de que el Ejército y las FARC mantendrían el cese del fuego.

Desde La Habana, Rodrigo Londoño, Timochenko, ofreció esa garantía de inmediato. Primer signo promisorio. Las FARC no quieren retomar la violencia. Temen a la justicia internacional. Sus líderes tienen orden de captura en España, por su relación con ETA. Y pedidos de extradición de Estados Unidos. ¿Admitirán una dejación de armas unilateral? ¿Seguirán haciendo concesiones, como la reparación a las víctimas? Ese curso de acción convalidaría la postura extraoficial de los militares colombianos: las FARC están desahuciadas. Esta es la hipótesis de quienes reprochaban a Santos un exceso de generosidad.

Segunda señal optimista: en su declaración posterior al plebiscito, Uribe no habló del narcoterrorismo. Y admitió dialogar con el Gobierno. Hasta insinuó un pliego de condiciones, basado en sus reproches de campaña. Entre ellos, la impunidad para los delitos de lesa humanidad. O la asignación de escaños legislativos a los cabecillas de las FARC. El rescate de la paz le exigirá a Santos una segunda derrota, conceptual. Un nuevo trato demostraría que el suyo no era el mejor posible, como insistió durante el proselitismo. Un argumento no sólo objetado por sus rivales, sino por organizaciones de derechos humanos como Human Rights Watch.Santos anunció que buscará un acuerdo con el uribismo. Es decir, se dirigirá hacia el que debería haber sido su punto de partida. Si logra el objetivo, el proceso de paz parecerá una de esas películas que cambian de sentido cuando se las proyecta de atrás para adelante.

Congeniar con Uribe ahora es más indispensable. Porque los resultados del domingo aumentan las chances de un triunfo opositor en 2018. En tal caso, cualquier entendimiento con la guerrilla sería implementado por una administración de otro signo político. Una escena no prevista en la táctica de Santos.

La negociación con el uribismo será compleja. Sobre todo porque la divergencia frente a las FARC no es la causa sino la consecuencia de un duro desencuentro. El hermano menor de Uribe, Santiago, fue llevado preso, acusado de vincularse con grupos paramilitares. Y más de una decena de colaboradores del expresidente están siendo investigados. Uribe denuncia que esos procesos son parte de una persecución de Santos y las FARC, complotados para establecer el castrochavismo en Colombia. Estas acusaciones son la plataforma de su negociación con Santos.

La derrota del domingo abre incógnitas más amplias sobre la gobernabilidad. Sobre los laureles del plebiscito el oficialismo lanzaría una gran reforma tributaria. Ahora todo es un enigma. Comenzando por la sucesión de Santos. Cae como candidato Humberto de la Calle, negociador con las FARC, que acaba de dimitir. Y tal vez asciende el vicepresidente Germán Vargas Lleras, a quien le recriminaron cierta tibieza en la defensa de los pactos de La Habana.

Con Santos aparecen otros derrotados. Entre ellos, los hermanos Castro, padrinos de las conversaciones. O Nicolás Maduro, que tiene en el fortalecido Uribe un enemigo intransigente. El presidente colombiano sometió a consulta un convenio inscrito en una trama internacional compleja. La oposición a Santos quedó aislada hasta del Partido Republicano. El reencuentro de los EE UU con Cuba no se termina de entender sin las negociaciones con las FARC. Por eso la disidencia doméstica contrasta con el consenso internacional. Si hasta Hillary y Trump estaban de acuerdo.

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