Columna

Francia amarga

Un nuevo estado de ánimo: la derechización de la opinión pública en favor de la extrema derecha

François Hollande.SEBASTIEN BOZON (AFP)

Un año después de la victoria de François Hollande en las elecciones presidenciales frente a Nicolas Sarkozy, el balance es amargo. El sentimiento dominante es el de la decepción. Por parte de la derecha conservadora, no extraña, pues esta perdió la batalla sobre todo a causa del rechazo visceral que una mayoría de franceses, incluso entre las clases acomodadas, oponía a Sarkozy, preside...

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Un año después de la victoria de François Hollande en las elecciones presidenciales frente a Nicolas Sarkozy, el balance es amargo. El sentimiento dominante es el de la decepción. Por parte de la derecha conservadora, no extraña, pues esta perdió la batalla sobre todo a causa del rechazo visceral que una mayoría de franceses, incluso entre las clases acomodadas, oponía a Sarkozy, presidente demasiado “ligero” para representar simbólicamente a la República. François Hollande supo valerse de esta debilidad de su adversario para llegar al Elíseo. Sin embargo, durante la misma campaña, el nivel de adhesión al programa del candidato de la izquierda no dejó de bajar. Su victoria fue muy ajustada, mucho más de lo previsto.

No se esperaban milagros de Hollande, salvo su compromiso a favor de dos objetivos fundamentales: reequilibrar el eje franco-alemán, que con Sarkozy se había debilitado demasiado en detrimento de Francia (el famoso Merkozy); y detener el implacable proceso de desindustrialización, responsable del auge del paro. La primera promesa, que significaba cambiar el pacto de estabilidad europeo, asentar una estrategia de crecimiento a largo plazo (lo que piden tanto el FMI como la OCDE), fue enterrada unos días después de su elección en la cumbre de Bruselas de junio de 2012, con un nein rotundo de Angela Merkel. La segunda aparece hoy como una herida sangrienta: diariamente se registran 900 parados más, el desempleo supera los cinco millones de personas, algo jamás visto desde la II Guerra Mundial. Las reformas adoptadas —“contrato de generación”, es decir, un contrato de relevo; jubilación a los 60 años para los asalariados que hayan cotizado 42 años; empleos del futuro (para jóvenes); aumento de la imposición sobre las grandes fortunas; creación de puestos de trabajo en educación nacional—, aunque bien acogidas por la ciudadanía, no pesan mucho a la hora de valorar la política global del presidente.

De ahí el enfado generalizado, al que se añade una crisis moral devastadora por el caso de Jérôme Cahuzac, el ministro de Presupuesto culpable de evasión fiscal. El rechazo es dramático: el 75% de los ciudadanos proclama su desconfianza hacia Hollande. Como aderezo de esta bebida amarga, el Partido Socialista, principal apoyo del presidente, está al borde del estallido, dividido entre “rupturistas” que piden una estrategia más firme frente a Alemania y “evolucionistas” que aceptan como destino inevitable la actual política de austeridad impuesta por la amiga germana. Además, lo peor está por llegar en 2013 y 2014, pues quedan pendientes cuatro reformas: reducción de los recursos públicos para las familias, desvalorización de las pensiones, reducción de las compensaciones y restricción del fondo para la formación de los jóvenes, medidas todas ellas necesarias para conseguir un déficit presupuestario por debajo del 3% en los dos próximos años. Con lo cual, la catástrofe electoral amenaza tanto las próximas municipales, en marzo de 2014, como las europeas, en junio de ese año.

De ahí el auge de un nuevo estado de ánimo en Francia: la derechización de la opinión pública en beneficio de la extrema derecha. El éxito de la movilización en contra del matrimonio gay, sorprendente incluso para muchos republicanos, no hubiera sido tan impactante si no existiera esta crisis de confianza. La ideología Le Pen, mezcla de nacionalismo chovinista y xenófobo, de crítica populista a los partidos tradicionales y de rechazo total a la idea de Unión Europea, gana lentamente, pero de forma segura, terreno en la mente de la gente. Si, por una parte, la derecha conservadora intenta recuperar políticamente este desarraigo moral, por otra, los socialistas parecen paralizados: el Gobierno de Jean-Marc Ayrault ya está políticamente agotado; el primer secretario del partido socialista, Harlem Désir, leal y serio, sufre ataques despiadados dentro del partido por ¡defender a este Gobierno! ¿Podrá François Hollande aguantar cuatro años más así? Es la cuestión destilada, en adelante, por la derecha.

La tragedia es que no hay ahora alternativa para Francia, salvo que la situación cambie en caso de que Angela Merkel sea derrotada en las elecciones alemanas de septiembre de 2013 y que lleguen los socialdemócratas al poder. Entonces se podría dar un nuevo compromiso entre la austeridad y el relanzamiento de la economía europea. Tras un año en el poder la izquierda francesa ha experimentado que incluso un peso pesado como Francia no puede afrontar las coacciones europeas si no existe una voluntad firme, un proyecto coherente y una alianza estratégica con otros países de la Unión.

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