La migración suma: los datos demuestran que el efecto económico es netamente positivo
El 80% del crecimiento que se ha registrado en España entre 2019 y 2025, se debe a la población extranjera, según el Banco Central Europeo. Los datos del Banco de España, el Gobierno, la OCDE, la Comisión Europea y el FMI refuerzan esta idea. Pero las cifras esconden un desafío formidable: para los extranjeros, el reto es seguir adaptándose; para la sociedad española, mantener su capacidad de acogida con un discurso político cada vez más duro en las derechas
El simple hecho de cruzar las fronteras de Europa es hoy más atractivo que cualquier utopía. La primera razón es económica: quienes lo logran multiplicarán su salario por una cifra que va del 4 al 12, según los cálculos del politólogo David Miller; como si un lector de este artículo que ganara unos 2.500 euros mensuales pasara a ganar de golpe entre 10.000 y 30.000 por irse a otro país. La segunda es la posibilidad de comprar tiempo: un joven que abandone Nigeria y logre la proeza de conseguir papeles en Europa ...
El simple hecho de cruzar las fronteras de Europa es hoy más atractivo que cualquier utopía. La primera razón es económica: quienes lo logran multiplicarán su salario por una cifra que va del 4 al 12, según los cálculos del politólogo David Miller; como si un lector de este artículo que ganara unos 2.500 euros mensuales pasara a ganar de golpe entre 10.000 y 30.000 por irse a otro país. La segunda es la posibilidad de comprar tiempo: un joven que abandone Nigeria y logre la proeza de conseguir papeles en Europa eleva automáticamente la esperanza de vida de sus futuros hijos unos 30 años de golpe. La tercera es esa idea genial con la que Europa salió de las guerras mundiales llamada Estado de bienestar, un imán que sigue haciendo atractiva a la UE a pesar de los fatalistas. “Higiene, vacaciones, anestesia, lámparas de lectura, naranjas en invierno, educación gratuita: la Europa occidental bien alimentada, libre de plagas”, según la feliz definición del escritor británico Ian McEwan. Quienes vienen por esos tres motivos son proletariado nómada, también llamados “migrantes económicos”. Hay una cuarta razón, quizá la más poderosa. En los próximos años crecerán las llegadas de los refugiados climáticos, y de los refugiados a secas, procedentes de los avisperos bélicos del vecindario del norte de Europa, de Oriente Próximo, del Sahel. “Nadie se va de su casa a menos que esa casa sea la boca de un tiburón”, dice la escritora británico-somalí Warsan Shire: quienes aun así se van son migrantes, exiliados, asilados, refugiados; hay varios nombres para describir ese viaje forzado por las más diversas causas.
Ahora pongámonos en este lado del muro: Europa ha levantado más de 1.500 kilómetros de vallas de alambre de espino desde la caída del de Berlín. La política ha caído presa del pánico, e izquierdas y derechas han ido fortificando las fronteras y endureciendo su discurso, como también las sociedades europeas han endurecido su aproximación, en un debate cada vez más ruidoso y cargado de prejuicios que tiende al desasosiego se mire por donde se mire. “Los migrantes van a destruir nuestras sociedades”, dicen los anti; “los migrantes van a solucionar todos nuestros problemas”, dicen los pro. La verdad, si es que existe ese bicho, está en algún lugar entre esos dos extremos.
Pero más cerca de uno que del otro. Hay buenas razones para desear que vengan los migrantes. Al continente le salen arrugas: la UE tenía una media de edad de 37 años en 2003 y pasará a tener más de 52 en 2050. Hay países, como Bulgaria, que han perdido una cuarta parte de su población. Zonas enteras de Europa están ya en un crudo invierno demográfico. Tres de los cinco países con las tasas de fertilidad más bajas del mundo son europeos (Italia, República Checa y España). “El declive demográfico viene sí o sí”, asegura Andrés Rodríguez-Pose, demógrafo de la London School of Economics, en una conversación con EL PAÍS.
Europa se vacía y envejece en silencio, y eso tensará las costuras del Estado de bienestar. Ese tictac demográfico es una bomba de relojería. Habría varias maneras de desactivarla. Una: recortar los servicios públicos; buena suerte a los gobiernos que lo intenten. Dos: elevar los impuestos; muy buena suerte, de nuevo. Tres: aumentar la edad de jubilación y elevar las tasas de actividad laboral; Francia demuestra que no es nada fácil. Cuatro: elevar las tasas de fertilidad; todo lo que se ha intentado hasta ahora es muy caro o directamente no funciona. La quinta y definitiva fórmula es una combinación virtuosa de crecimiento y migración. Pero la UE apenas crece, y la migración es material político radiactivo.
La migración irregular asciende a unas 300.000 personas anuales en la Unión, menos del 10% de los cuatro millones de extranjeros que llegan en total. A España vinieron más de 600.000 de migrantes en 2024, de los que poco más de 60.000 eran irregulares, según los datos de Frontex, que registran fuertes caídas en los irregulares en lo que va de 2025. Tanto en España como en el conjunto de la UE, solo el 10% de quienes llegan son irregulares, a pesar de la vistosa cartelería de los partidos ultra: todo el debate político está centrado en ese 10%. La razón es simple, usar a los migrantes como arma política ha sido históricamente un éxito para quienes blanden esa arma. La migración, la vivienda y el poder adquisitivo —tres factores que están relacionados— van a ser cruciales en el ciclo electoral que se avecina. Un fantasma recorre Europa: la extrema derecha, que a su progresivo ascenso en las urnas (cosecha en torno al 25% de los votos) suma un éxito formidable al condicionar el discurso político del centro, especialmente en la agenda migratoria, con políticas cada vez más férreas en 26 de los 27 países europeos.
26 de 27. La excepción a esa regla de la decadencia demográfica en Europa, y sobre todo a esas políticas cada vez más rigurosas, es España, que ha pasado de 40 a 50 millones de habitantes en los últimos 30 años gracias a la migración. ¿Cómo se explica esa singularidad? Porque la economía española crece más del triple que la UE. Porque de la mano de ese auge ha conseguido crear tres millones de empleos en cinco años. Porque España tiene un Estado de bienestar menos lustroso que el de los grandes países, pero que no está nada mal. Y porque el Gobierno español ha activado medidas menos agresivas que el resto, según reconocen las fuentes consultadas en Bruselas, y parte de las olas migratorias está relacionada con esa aproximación política —y ciudadana: la acogida de los españoles sigue siendo buena— hacia la migración.
Será interesante ver cuánto dura esa constelación de factores: Spain is different en este asunto, pero también aquí crecen Vox y Aliança Catalana. También aquí la migración empieza a enseñar los dientes en las encuestas, “con actitudes cada vez más ásperas”, resume la socióloga Belén Barreiro. Y también aquí el centroderecha empieza a contaminarse con los argumentos venenosos de los ultras. La migración musulmana “es un problema serio”, mientras que la hispanoamericana “viene a trabajar”, ha asegurado el expresidente José María Aznar manejando una serie de datos de una calidad parecida a los que usó para informar a los directores de los diarios de que el 11-M había sido obra de ETA.
Santiago Abascal y Sílvia Orriols son dos líderes con un ideario racista. Defienden furibundas propuestas antimigratorias y sus partidos van como un tiro en las encuestas. Eso lleva al PP y a Junts a acercarse a sus postulados migratorios, con una retórica cada vez más desapacible. Los discursos duros son ya la norma desde el centroderecha hasta la extrema derecha en toda Europa, y empiezan a serlo en España. Incluso en la academia han aparecido voces sorprendentemente radicales. “Cada migrante que nos traemos nos sale a pagar”, decía tajante el catedrático de la Universidad de Pensilvania Jesús Fernández-Villaverde en una conferencia en la Fundación Rafael del Pino hace meses. Fernández-Villaverde es un economista brillante. Profusamente citado. Liberal. Con prestigio internacional. Millonario, según presume él mismo en redes sociales para sugerir que lo que dice no está condicionado por nada ni por nadie. Y con ideas cercanas al extremismo en lo tocante a la agenda migratoria: “A la corta son un chute de cocaína para las cuentas públicas, pero a la larga mantener el flujo migratorio nos convertiría a los españoles en minoría (…). No podemos traernos ni un solo migrante más sin grado universitario”. “Hace falta mano dura”, concluye: en este debate es fácil acabar llegando a ese sintagma, la famosa mano dura, por arte de birlibirloque. El birlibirloque de Fernández-Villaverde consiste en extrapolar a España datos de Dinamarca. “No tenemos datos en España: solo la Airef [la autoridad fiscal] podría hacer algo parecido, pero estoy dispuesto a apostar dinero a que en España el resultado es el mismo: la migración nos sale a pagar”, decía.
La Airef no ha hecho exactamente el mismo ejercicio, pero los datos que ofrece desmienten el enfoque del catedrático de Pensilvania, que no quiso responder a las preguntas de este diario. El Banco de España rechazaba también sus conclusiones con Pablo Hernández de Cos como gobernador, y sigue rechazándolas con José Luis Escrivá. Lo mismo hacen La Moncloa y el Ministerio de Migraciones. Y la OCDE, y el BCE, y la miríada de expertos que se han aproximado a este asunto, si exceptuamos informes como el de la Fundación Disenso, vinculada a Vox. La Comisión Europea coloca a España entre los países en los que el efecto económico de la migración es positivo: los migrantes “contribuyen al crecimiento”, aportan ingresos públicos “y cuestan a las finanzas públicas menos que los nacionales”, según el informe El impacto fiscal de la migración en la UE. Hasta una docena de expertos consultados para esta pieza cargan contra la extrapolación de datos daneses para llegar a una tesis tan contundente sobre España: los migrantes daneses, buena parte de ellos refugiados, son difíciles de integrar; en España un 40% son latinoamericanos, con una cultura y un idioma que facilitan la asimilación.
La conclusión es clara: el efecto económico de la migración es netamente positivo, según una docena de estudios académicos e institucionales consultados para este texto. Solo puntualmente, en algunas áreas, se tensan los servicios públicos. Y solo más adelante en el tiempo, con las segundas y terceras generaciones (a las que difícilmente se les puede llamar migrantes), ese efecto podría diluirse, cuando los migrantes gasten más en educación y sanidad, y cuando empiecen a cobrar las pensiones a las que tienen derecho. “La entrada de migrantes impone desafíos: su impacto dependerá de la integración”, sintetiza el informe de Bruselas.
La integración, en fin, es la clave, pero el debate migratorio va por otros derroteros y desprende un olor avinagrado. “De discutir sobre derechos y economía hemos pasado a un debate sobre seguridad”, admite el exvicepresidente de la Comisión Europea Margaritis Schinas, uno de los artífices del Pacto Migratorio recién aprobado en la Eurocámara y figura destacada del centroderecha europeo. “Las fronteras abiertas ya no son solamente un símbolo de libertad, sino también un símbolo de inseguridad”.
En los últimos 30 años, España pasó de ser un país de emigrantes a receptor neto. Hoy llegan unos 600.000 al año, de los que apenas un 10% son irregulares: se trata de la segunda oleada migratoria, que arrancó en 2019; la primera sucedió a caballo entre el siglo pasado y el actual, y después la Gran Crisis drenó el censo de extranjeros. Todas las estimaciones (Airef, INE y Europop) rebajan las cifras al entorno de unos 250.000 migrantes a partir de 2027. La ONU pronostica que bajarán de los 100.000. Todos esos estudios vaticinan un futuro oscuro para la demografía (y para la economía) sin migrantes de por medio. Con migración cero hasta 2060, el PIB español caería casi un 30% y la población bajaría de nuevo a 40 millones de personas, según las estimaciones de la Comisión.
El porcentaje de población extranjera en España es hoy del 15%, y estaría siempre por debajo del 20% en el próximo medio siglo: lejos de la profecía de “los españoles serán minoría” de Fernández-Villaverde, una frase que alude sin citarlo al famoso “gran reemplazo”, el espantajo ultra en este asunto. Esas cifras de entrada coinciden con un aumento del PIB y de la renta per capita, con un récord de empleo y con la menor tasa de paro en 15 años. Y con la mejora de las cuentas públicas. No han provocado una rebaja de salarios, según las estadísticas oficiales, ni un deterioro en los servicios públicos a pesar del argumentario antimigración, con “el efecto llamada” a la cabeza, que se repite desde los tiempos de Reagan y Thatcher pero que no tiene sustento en la literatura académica.
Estos son los grandes números de la migración en España: positivos (con algunas zonas de sombra), a pesar de los catastrofismos interesados.
- Crecimiento. Las migraciones acompañan los ciclos económicos: los flujos se adaptan a las condiciones del mercado laboral. El impacto en el PIB español es muy positivo. La población extranjera ha aportado el 80% del crecimiento entre 2019 y 2025, según el BCE (una cifra similar a la de Alemania y superior a las de Italia, Francia y Países Bajos). Ese impacto positivo se deja ver incluso en la renta per capita: los migrantes aportan una cuarta parte del aumento del PIB por persona entre 2022 y 2024, según el Banco de España. El FMI considera que la migración ha elevado medio punto de PIB el potencial de crecimiento.
- Empleo. La última oleada migratoria, desde otoño de 2018, ha provocado un aumento de la afiliación a la Seguridad Social de 1,1 millones de personas. La gran mayoría con contrato indefinido. Las bases de cotización han crecido el 31,4%. Uno de cada siete trabajadores españoles es extranjero: son claves en los cuidados (72%), la hostelería (48%), la construcción (34%) y en sectores de alto valor añadido como las profesiones científicas y técnicas (25%). Son más jóvenes que los autóctonos; 32 años de media de edad (frente a 44,5 de los españoles). Solo un 2% de ellos son funcionarios. Y crean muchas empresas; muchos de ellos son autónomos. Persisten brechas y desequilibrios, pero se van suavizando.
- Salarios. La dinámica salarial inició un cambio de patrón en 2019 por varios motivos: la recuperación poscovid y los aumentos del salario mínimo han reducido la penalización salarial de los extranjeros. A partir de 2023 esa brecha se reduce con claridad. “No hay ralentización de los salarios nacionales por la inmigración”, concluye un informe de La Moncloa. Se concentran en empleo y ramas de actividad de salarios medios y bajos, tienen más subempleo que los trabajadores autóctonos y algo más de temporalidad, según las cifras que ofrece Trabajo. Pero todo ese abanico de datos ha mejorado en el último lustro.
- Balanzas fiscales. Los migrantes contribuyen más a las arcas públicas: pagan en torno a 1.600 euros netos como media, frente a los 1.500 de los nacionales, según los datos de la Comisión Europea. Aportan 21.000 millones anuales a las arcas de la Seguridad Social (10,6% del total) y perciben el 1% de las pensiones. Los migrantes “compensan el déficit en la aportación de los nacionales”, según la Comisión. La OCDE estima que el gasto público que supone cada migrante es un tercio menor que el de un español: tienden a usar menos la educación, la sanidad y los servicios sociales, aunque los expertos apuntan a que eso cambiará si siguen adaptándose. Menos del 5% de los migrantes percibe el ingreso mínimo vital. Las regularizaciones han tenido un impacto neto muy positivo sobre las arcas públicas, que se estima en 3.500 euros por migrante. España ha regularizado a 858.038 migrantes desde 2018; hay una regularización pendiente, varada en el Congreso, que podría afectar a entre 450.000 y 686.000 personas.
- Productividad. “El peso de las ocupaciones elementales se ha reducido entre 10 y 12 puntos desde 2013”, según un segundo documento de La Moncloa al que ha tenido acceso este diario. Tres de cada cuatro migrantes que trabajan en España son latinoamericanos y europeos: con esa base, la capacidad de adaptación de la fuerza laboral extranjera ha permitido ligeros aumentos de productividad incluso en sectores de alto valor añadido, según datos de Contabilidad Nacional, en áreas como las tecnologías de información y la comunicación y las actividades profesionales, científicas y técnicas.
- Educación. La estadística oficial registra una brecha formativa entre los nativos y los migrantes, aunque el Banco de España concluye que va a la baja. La Comisión Europea subraya que una cuarta parte de los migrantes no europeos ya tiene estudios superiores, frente al 44% de los españoles. El nivel educativo ha mejorado en la actual oleada migratoria. Algo más del 40% tiene estudios primarios; algo menos del 30% tiene estudios secundarios, y casi un 30% ha completado ciclos universitarios.
La visión de una crisis migratoria perenne y que va a más se compadece mal con la realidad, y a la vez contrasta con la de algunos expertos que dicen que es la solución a todos los males: demográficos, del mercado laboral y del Estado del bienestar. “Marcos tan sesgados”, asegura el experto Hein de Haas en Los mitos de la inmigración, “llevan a malas políticas y a malos debates”. La Estrategia de seguridad nacional de la Administración de Trump, conocida esta semana, alerta de la “desaparición de la civilización” en Europa con políticas como las migratorias, “que están transformando el continente y generando conflictos”. Ese tipo de informes, con membrete oficial, son un dopaje extraordinario para los ultras en la UE. Las cifras demuestran que la migración ni es tan masiva con respecto a los patrones históricos ni tan transformadora a escala nacional, aunque a veces puede ser disruptiva localmente si llegan muchos a la vez, se instalan en guetos y no terminan de adaptarse. Ahí sí pueden estresar los servicios públicos y mercados como el inmobiliario, especialmente en las autonomías con más llegadas (las islas, Cataluña, Comunidad Valenciana y Madrid).
“La mayor parte de la gente tiene visiones más o menos equilibradas sobre la migración: hay preocupación pero también se entiende que los migrantes son realmente imprescindibles en algunas actividades y que tienen derechos. Hay un pánico político y un miedo social injustificados, tal vez por los excesos que vemos en redes sociales”, explica por teléfono Joan Monràs, catedrático de la Universidad Pompeu Fabra. “Llegan siendo jóvenes, no consumen educación ni sanidad y muchos de ellos terminan volviéndose a su lugar de origen. Si tienen hijos, no computan como extranjeros: hacer los números no es sencillo. Pero algunas cosas sí son fácilmente constatables: las regularizaciones han funcionado, la capacidad de adaptación a España es mejor que en otros países porque muchos proceden de América Latina, y el nivel educativo mejora. Si les damos oportunidades de adaptarse e integrarse, contribuirán aún más”.
Todo el mundo mal llamado desarrollado se enfrenta a problemas similares: hombres y mujeres viven cada vez más años y tienen cada vez menos hijos, y eso genera una presión brutal sobre las finanzas y los servicios públicos, y desafíos formidables si aparecen fenómenos como las banlieues, los suburbios de las grandes ciudades francesas. La migración está llamada a paliar algunos problemas, pero genera fricciones y controversia: junto a la pérdida de poder adquisitivo, el descontento por la falta de controles fronterizos explica parte de la llegada del trumpismo y de la ola populista en Europa.
Una porción no menor de ese enfurecimiento político está basada en prejuicios. “La paradoja es que el mayor rechazo no se produce donde hay más migrantes, sino donde hay menos, o en lugares donde se producen aumentos repentinos”, afirma María Romero en su despacho de Analistas Financieros Internacionales; “hay un círculo vicioso que consiste en restringir la migración, y con esa pérdida provocar un impacto económico y acabar teniendo peores niveles de servicios públicos, y que después eso provoque restricciones aún mayores en la política migratoria”, añade. Raquel Carrasco, de la Universidad Carlos III, asegura que las extremas derechas presentan a los migrantes “como ladrones de empleos o gorrones del Estado de bienestar, en contra de lo que dicen los números, para distraer la atención de las causas reales de la pérdida de seguridad en el mercado de trabajo, el estancamiento salarial, una educación cada vez más cara y problemas más acuciantes en vivienda y sanidad tras años de políticas equivocadas”. “Pero la evidencia científica, a pesar de los Fernández-Villaverde, es que no se detectan efectos económicos negativos: al contrario. Ni siquiera hay cifras que demuestren que en España hay más criminalidad tras el boom migratorio”, cierra.
Bruselas cree que el Ejecutivo español puede permitirse un discurso distinto de los que proliferan en el resto de Europa por la fortaleza de su economía, porque los acuerdos con Marruecos para frenar la entrada de irregulares han funcionado y, sobre todo, porque casi la mitad de la migración procede de América Latina y es más fácilmente adaptable que la de quienes llegan al centro y el norte de Europa. Pero las fuentes consultadas advierten de que en lugares como las islas Canarias la política migratoria española no es tan distinta de la del resto de Europa: la negativa de varias autonomías a aceptar menores no acompañados procedentes de África que aguardan en suelo canario recuerda peligrosamente a las actitudes de la crisis de refugiados de 2015 en Europa central y del este.
Hace solo 10 años, todo el continente se preguntaba cómo era posible que la extrema derecha no lograra enseñar los dientes en España. Hoy, España es aún la excepción europea en el discurso migratorio. Veremos por cuánto tiempo.