Hasta que caiga el meteorito en 2032
Nuestro presente se acerca al futuro apocalíptico de las distopías de la ciencia ficción: ¿alguien más cuenta los años que nos quedan?
“Tenemos tiempo hasta que caiga el meteorito en 2032”, me escribe mi amiga Rosa Montero por WhatsApp, hablando de nuestras cosas. Y añade: “Fecha perfecta, porque tendré 81 años y es cuando quiero morirme. Sabes que viene un meteorito peligroso en 2032, ¿verdad?”. Pero yo, cuando recibí el mensaje, no sabía lo del meteorito, aunque por lo que he podido le...
“Tenemos tiempo hasta que caiga el meteorito en 2032”, me escribe mi amiga Rosa Montero por WhatsApp, hablando de nuestras cosas. Y añade: “Fecha perfecta, porque tendré 81 años y es cuando quiero morirme. Sabes que viene un meteorito peligroso en 2032, ¿verdad?”. Pero yo, cuando recibí el mensaje, no sabía lo del meteorito, aunque por lo que he podido leer no está tan claro dónde va a caer, así que no hace falta que se asusten, por ahora. La cuestión es que cuando recibí el mensaje de Rosa sí que me asusté, pero no por el meteorito sino por lo mucho que me cuesta, que nos cuesta a veces, atrapar el instante con las amigas. “Tenemos tiempo hasta 2032″, escribe Rosa. Y yo pensé que quería tener tiempo hoy, ahora, con ella.
La cuestión del paso del tiempo, la caza del instante y la melancolía que todo ello genera en nosotros es mucho más compleja que el miedo que estalla en la palabra meteorito en la pantalla de mi móvil y su reflexión no cabe, como sabemos, en una columna ni en un wasap. Pero el de Rosa no es un mensaje más sino uno que me envía al poco de publicar su última novela, Animales difíciles (Seix Barral), que es además el cierre de una saga de cuatro novelas escritas a lo largo de más de 20 años y que tratan precisamente sobre el paso del tiempo. Bruna Husky, una androide tecnohumana que conoce desde su creación el día preciso de su muerte, es la protagonista de la saga. Y este mensaje entre nosotras es, en cierto modo, el cierre de más de 1.500 páginas.
“Bruna despertó sobresaltada y recordó que iba a morir. Pero no ahora”. Así comenzaba la primera novela, con un sobresalto (el meteorito, la muerte, la imposibilidad de atrapar el instante) que ha seguido palpitando a lo largo de los años de vida de Bruna, y de Rosa. Hasta el punto de que ahora que Bruna no está ya en manos de su autora, ahora que la saga ha terminado, es la propia Rosa quien se ha colocado una fecha final: el año 2032. Asisto pues a la fusión definitiva entre la autora y el personaje, Rosa es por fin Bruna y Bruna siempre fue Rosa.
Por lo demás, 20 años después de esa novela, nuestro presente no ha hecho otra cosa que acercarse al futuro crepuscular que describe la saga en el siglo XXII. Así que el futuro era hoy, la androide era ella y la ciencia ficción era filosofía existencial de toda la vida, como siempre sucede cuando es buena. ¿Alguien más lo siente? La llegada del meteorito, digo. ¿Algún otro ser sobresaltado con la IA, la crisis climática, los genocidios que nos rodean? ¿Alguien más ha contado cuánto falta hasta que el futuro nos aplaste?
No seré yo quien los anime a contar los días. Pero sí a que se asomen a contemplar cómo Rosa Montero va creando ficciones maravillosas en otros planetas, en otros mundos y al mismo tiempo, sin darse del todo cuenta, va contando su propia vida. A veces sucede que el paso del tiempo, la melancolía, el desamor y otros meteoritos se vuelven soportables a través de la creación de belleza. Una clase de magia que sucede gracias a eso que hay de humano en nosotros y que busca la belleza, y hasta la soporta, que diría Rilke. Creo que eso es lo que quería decirme Rosa en su mensaje. Que no dejemos de buscar la belleza… y de cuidar a las amigas. No me he resistido a compartirlo. No se resistan a leer a Bruna, digo a Rosa. Ellas lo cuentan mejor que yo.