Norbert Bilbeny, filósofo: “Contemplar el universo nos da serenidad de conciencia”
El catedrático emérito de Ética de la Universidad de Barcelona avisa de que el alud de respuestas que da la tecnología aleja la posibilidad de hacer preguntas
En 1938 los contendientes de ambos bandos de la Guerra Civil miraron al cielo con pasmo. Se había teñido de rojo y naranja, lo que solo podía significar una cosa: una gran explosión se cernía sobre sus cabezas. Pero no ocurrió nada. Era una aurora boreal que excepcionalmente se llegó a ver en latitudes bajas. Este es uno de los episodios que el filósofo y ensayista Norbert Bilbeny (Barcelona, 71 años) recuerda en su nuevo libro, Universo y sentido. En busca del sentido en la inmensidad (Anag...
En 1938 los contendientes de ambos bandos de la Guerra Civil miraron al cielo con pasmo. Se había teñido de rojo y naranja, lo que solo podía significar una cosa: una gran explosión se cernía sobre sus cabezas. Pero no ocurrió nada. Era una aurora boreal que excepcionalmente se llegó a ver en latitudes bajas. Este es uno de los episodios que el filósofo y ensayista Norbert Bilbeny (Barcelona, 71 años) recuerda en su nuevo libro, Universo y sentido. En busca del sentido en la inmensidad (Anagrama), en el que relata varios momentos en los que los humanos hemos mirado al cielo, con curiosidad y asombro. En él se hace la gran pregunta —¿qué sentido tiene que exista el universo?— para señalar que pese a todas las respuestas que dan los telescopios y las sondas, el cosmos sigue siendo el gran desconocido.
Autor prolífico además de pintor abstracto, este catedrático emérito de Ética en la Universidad de Barcelona tiene más de 50 libros publicados, el penúltimo, una biografía sobre Immanuel Kant. En 1997 ganó el Premio Anagrama de Ensayo con un texto sobre cómo la era digital estaba cambiando la percepción, casi 30 años antes de que la inteligencia artificial inundase la cotidianidad. Con la misma cabellera que tenía cuando impartió clases en Berkeley —también estuvo en Harvard, Toronto o París—, se explaya en sus respuestas sentado en su despacho. En ocasiones, el filósofo da paso al entusiasta de la observación de astros: “Lo más impresionante es ver el firmamento en el desierto o en alta mar. ¡Tienes que ver Ganímedes, la nebulosa de Orión, las Pléyades!”. De noche sale a su terraza con unos prismáticos de 20 aumentos, las reconoce y se despide de ellas hasta el día siguiente.
Pregunta. El título del libro es, como mínimo, ambicioso.
Respuesta. El trabajo está hecho con modestia. Modestia inevitable, el universo es muy desconocido, pero está por todas partes. Es un objeto que hay que estudiar.
P. ¿Desde cuándo le interesa la cosmología?
R. Desde pequeño. Salía a pasear y ya miraba por encima de las casas. Y de noche, el cielo me causaba una gran impresión, me secuestraba. Después del espectáculo humano, de ver, sentir y tratar con una persona excelente, el otro gran espectáculo es el universo.
P. Los antiguos veían los planetas como una herramienta para la navegación, la agricultura… ¿Y hoy?
R. Eran herramientas, pero también un signo: ahí tenemos el zodiaco. El cielo ayudaba a interpretar la vida, la realidad. El cosmos tenía un sentido. Hoy hemos ganado en imágenes científicas, cada vez más nítidas, pero hemos perdido el sentido.
“La tecnología es el campo de las respuestas. Y la filosofía y la cosmología, de las preguntas”
P. ¿Y cuál es la respuesta que ha encontrado usted?
R. Las respuestas son múltiples, y sobre todo es la actitud de interrogación. La primera cuestión es cuál es la razón de existir del universo. Y la otra es qué valor tiene para mí percibir, conocer y preguntarme sobre el universo. Son dos caminos, uno intelectual, y el otro sentimental, en último término moral. La tecnología es el campo de las respuestas, pero cada vez cuesta más hacerse preguntas. Y la filosofía y la cosmología son el campo de las preguntas.
P. ¿Nos esperan descubrimientos que revolucionen nuestra manera de entender el mundo?
R. Descubrimientos que cuestionarán nuestra inteligencia, nuestra sensibilidad. Es difícil que en los billones de planetas que hay no haya vida, inteligente o no. Tenemos que dejar ir nuestra imaginación para asumir que un día descubriremos algo que no tenga nada que ver con lo que conocemos.
P. Habla del asombro que genera el universo, y de cómo puede estimular la acción.
R. Lo decía Aristóteles. La ciencia y la filosofía empezaron con el espectáculo de la naturaleza. Los sabios de Grecia, China, Mesopotamia, India… sentían el pasmo, y les excitaba la curiosidad, que lleva a la investigación y a más curiosidad. La pregunta fundamental que se hacían los antiguos es: ¿de qué está hecho todo? Unos decían de agua, otros de fuego, de tierra, alguno dijo: de átomos. Aún nos lo preguntamos. ¿Qué es la energía oscura, por qué existen a la vez la fuerza de la gravedad y la de la expansión si son contradictorias? ¿Por qué hay fenómenos imprevisibles? Einstein lo decía: partimos del sentido del misterio. ¿Por qué hay algo en lugar de no haber nada? Todavía estamos con esta pregunta que se hizo Leibniz, el filósofo y matemático del siglo XVIII.
P. También cita el teorema de Gödel, otro gran matemático: cualquier sistema de conocimiento aritmético es incompleto porque no se puede demostrar con sus propios axiomas. ¿Es imposible entender el universo desde dentro?
R. Esto lo ha explicado la mecánica cuántica. En la observación de cualquier objeto, el observador transforma la actividad de este objeto. Nunca tendremos un conocimiento perfecto, neutro. El universo se conoce a sí mismo con nosotros: el sol no sabe que quema, lo sabemos nosotros, que a la vez estamos hechos de hidrógeno, como el sol. Lo de que somos polvo de estrellas es literal. Eugeni d’Ors decía que la primera obligación del paisajista es no formar parte del paisaje, pero no es posible. Este es el enigma.
“Tenemos que asumir que un día descubriremos algo que no tenga nada que ver con lo que conocemos”
P. ¿Qué filósofos y científicos le han acompañado en el libro?
R. Todos han contribuido. Desde los antiguos Vedas hasta Stephen Hawking o Richard Feynman, o el mismo Einstein. Dentro de la filosofía occidental, me parece prodigioso Giordano Bruno, al que quemaron en Roma: el universo es infinito y hay infinitos astros, decía, en movimiento perpetuo. Kepler, Galileo, Newton, ese siglo fue maravilloso.
P. ¿Qué preguntas le hace al universo desde la ética?
R. ¿Qué hago yo aquí? ¿Quién soy, cómo soy? ¿Por qué hacemos el mal o nos angustiamos, si sabemos que nos tenemos que morir? La consciencia de la fugacidad y la pequeñez nos hace reconocernos como seres reflexivos, y nos da el entendimiento de que las cosas perduran. Soy fugaz pero soy afín al universo, que es perenne. Contemplar el universo nos da esta serenidad de conciencia. ¿Al final no te casas con esta chica? Es un drama, pero tranquilo: mira las Pléyades, sabes que no somos nada. El universo también nos da identidad, porque en la pequeñez vemos nuestra grandeza, nuestra capacidad de conocer: ¡es que estamos mandando sondas más allá del sistema solar!
P. Usted empezó estudiando el Noucentisme [movimiento artístico] y los pensadores catalanes, y ha ido abriendo el foco hacia el cosmopolitismo. ¿La visión del universo debería hacernos más cosmopolitas?
R. Claro, estamos en los tiempos de las migraciones, la inteligencia artificial. Nuestra mente tiene que ser abierta, generosa. Los discursos extremos, en Estados Unidos o Europa, son los de la pequeñez mental. Esta inteligencia, la humana, es la que me preocupa, no la artificial. La personalidad es un cosmos, un caos que intentamos ordenar. Y el cosmos de Trump, vaya caos. Pero triunfa: la espuma de nuestros días no ha sabido dar otro personaje que este.
P. ¿Trump tendría que mirar más al cielo?
R. Que mire al cielo, que lea libros…, pero no tendrá ni tiempo ni ganas. Marco Aurelio hablaba de la ciudadela interior: el más grande emperador será quien mande sobre sí mismo.