Trump ha sido una anomalía. Si gana el martes, dejará de serlo

Se aviva el debate académico sobre si se le puede calificar o no de fascista

Donald Trump durante un mitin en Pensilvania, el pasado 19 de octubre de 2024.Brian Snyder (Reuters / Contacto)

Por qué vota tanta gente a Trump sabiendo lo que representa y a quién representa, por qué sigue habiendo tantos indecisos con la campaña que ha hecho, y tantos abstencionistas. Cuestiones nada retóricas. En un cuento de Stefan Zweig la acción transcurre el 21 de enero de 1793, el día de la ejecución de Luis XVI; a orillas del Sena, a pocos pasos de la plaza de la Concordia donde se alza la guillotina, unos hombres están pescando, dando la espalda a aquel espectáculo único. Concentran su atención en sus respectivos corchos, que flotaban en el río y ni siquiera volvieron la cabeza cuando los vít...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Por qué vota tanta gente a Trump sabiendo lo que representa y a quién representa, por qué sigue habiendo tantos indecisos con la campaña que ha hecho, y tantos abstencionistas. Cuestiones nada retóricas. En un cuento de Stefan Zweig la acción transcurre el 21 de enero de 1793, el día de la ejecución de Luis XVI; a orillas del Sena, a pocos pasos de la plaza de la Concordia donde se alza la guillotina, unos hombres están pescando, dando la espalda a aquel espectáculo único. Concentran su atención en sus respectivos corchos, que flotaban en el río y ni siquiera volvieron la cabeza cuando los vítores de la multitud anunciaron que acababa de consumarse el mayor acontecimiento en los anales de la historia del país.

Miraron hacia otro lado. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? El fascismo ha sido hasta hace poco un concepto raro y obsceno en la política estado­unidense. Y sin embargo, desde 2016, cuando Trump ganó las presidenciales, se multiplica su presencia. Ya entonces se hablaba de un “Trump fascista”. El general John Kelly, que fue su jefe de Gabinete, dice ahora que Trump admira a Hitler, que lo copia porque simplificaba al máximo los problemas de la Alemania de entreguerras; en su experiencia, el expresidente entra en la definición de “fascista”. El general retirado Mark Milley, que fue jefe de Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas de EE UU durante el mandato del republicano, ha dicho de éste que es “fascista hasta la médula”. Y James Mattis, que fue secretario de Defensa también con Trump, ya declaró que ha sido el primer presidente que ha conocido en su vida que no ha tratado de unir a los estadounidenses, lo que compara con la estrategia nazi de “dividir y conquistar”. Con estos precedentes no es de extrañar que cuando preguntaron por el asunto a Kamala Harris, respondiera que sí, que Trump es evidentemente un fascista.

Hay un debate académico sobre el asunto. El fascismo es una ideología cerrada y un movimiento político de carácter totalitario y antidemocrático, que ha tenido mucha más presencia en Europa que en EE UU, donde gran parte de la población —incluso la que vota a Trump— manifiesta desinterés e incluso rechazo ante las ideologías compactas. El fascismo tiene un significado preciso, con unas ideas, una estética y un régimen específico, aunque con el paso del tiempo se haya degradado y se haya utilizado en el lenguaje cotidiano como un agravio más, que funciona muy bien.

Trump es un personaje muy peligroso, no tiene coherencia intelectual e ideológica para ser etiquetado como fascista en el sentido más profundo del término. Más bien le representa una vulgaridad con ideas ultraderechistas, que incluso banalizan el concepto histórico de fascismo. Supremacista blanco (aunque en la campaña haya tonteado con algunas minorías para que le voten), el trato a la mujer (los insultos y el ninguneo a Kamala Harris), la calificación a la prensa de “enemigos del pueblo” (más que China y Rusia), el trato inmisericorde a los inmigrantes, ausente de cualquier grado de compasión, el negacionismo del cambio climático, la insensibilidad ante el sufrimiento de los más débiles, la corrupción en la forma de llevar sus negocios privados, etcétera. Según algunos académicos es una figura arbitraria y xenófoba con muy mala reputación, pero etiquetarlo de fascista sería otorgarle una coherencia que no posee. Pero, como dice el dicho, si grazna como un pato, camina como un pato y se comporta como un pato, entonces es seguramente un pato.

Así es como el fascismo habría llegado a EE UU, no con las botas altas militares y los brazos en alto, sino a través de un mercachifle que se hizo famoso en televisión, que es un multimillonario mentiroso, un ególatra de libro de texto que ha sacado provecho del resentimiento, de las consecuencias de la Gran Recesión, y de las inseguridades de las clases medias y bajas.

Trump ha sido hasta ahora una anomalía política. Dejará de serlo si vuelve a ganar las elecciones el próximo martes.

¡Suerte!

Más información

Archivado En