Michael Oakeshott, el pensador escéptico que creía en la conversación

Conservador en política y radical en lo demás, el filósofo británico sostenía que conservadurismo es preferir lo familiar a lo desconocido

El filósofo británico Michael Oakeshott en su despacho el 20 de febrero de 1961.Evening Standard (Hulton Archive/Getty Images)

Se puede ser conservador en política y radical en todo lo demás”, decía Michael Oakeshott (1901-1990), uno de los filósofos británicos más destacados del siglo pasado. Oakeshott, autor de obras como Experience and Its Modes (la experiencia y sus modos), Rationalism in Politics and Other Essays (racionalismo en política y otros ensayos) y On Human Conduct, (sobre la conducta humana) era un filósofo político al que no le interesaba la política práctica, un pensador que detestaba el mundo moderno pero s...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Se puede ser conservador en política y radical en todo lo demás”, decía Michael Oakeshott (1901-1990), uno de los filósofos británicos más destacados del siglo pasado. Oakeshott, autor de obras como Experience and Its Modes (la experiencia y sus modos), Rationalism in Politics and Other Essays (racionalismo en política y otros ensayos) y On Human Conduct, (sobre la conducta humana) era un filósofo político al que no le interesaba la política práctica, un pensador que detestaba el mundo moderno pero se interesaba por la opinión de los jóvenes, un escéptico que tenía algo de romántico.

“Se le clasifica como conservador o liberal clásico, y en ocasiones él se denominaba escéptico”, dice por videoconferencia el profesor del Colorado College Timothy Fuller, que este año ha publicado Michael Oakeshott on the Human Condition (Michael Oakeshott sobre la condición humana). “El conservadurismo es un movimiento político con posiciones específicas que quizá apoyara o quizá no. Él pensaba que la política era un elemento inevitable de la condición humana, pero que hay cosas más importantes”. Oakeshott rehuyó la política práctica; cuando Thatcher llegó al poder, rechazó los reconocimientos que le ofrecían.

Elizabeth Corey, profesora en la Universidad de Baylor y autora de Michael Oakeshott on Religion, Aesthetics and Politics, (Michael Oakeshott sobre religión, estética y política) escribe por correo electrónico: “Su amor a la individualidad lo señala como pensador liberal, opuesto a los movimientos de masas y al gregarismo: para él, los individuos construyen quiénes son dentro de prácticas (tradiciones) que reciben, no a partir de la pura invención”.

Ideas que inspiran, desafían y cambian, no te pierdas nada
SIGUE LEYENDO

Según Oakeshott, “ser conservador es preferir lo familiar a lo desconocido, lo que se ha probado a lo que no, el hecho al misterio, lo real a lo posible, lo limitado a lo infinito, lo cercano a lo distante, lo suficiente a lo superabundante, lo conveniente a lo perfecto, la risa presente a la felicidad utópica”.

Hijo de un funcionario de Hacienda miembro de la sociedad fabiana (un movimiento socialista británico), Oakeshott estudió Historia en Cambridge; hizo estancias en Alemania y fue elegido fellow en 1925. En los años treinta publicó con Guy Griffith A Guide to the Classics: Or How to Pick the Derby Winner (Guía para las clásicas, o cómo escoger al ganador de un derbi). En 1940 intentó alistarse en el Special Operations Executive, que realizaba acciones encubiertas en Francia, pero lo descartaron por ser “demasiado inconfundiblemente inglés”. Desde 1951 ocupó la cátedra de Ciencia Política en la London School of Economics. Escribió sobre filosofía política, educación y filosofía de la historia; mantuvo un interés más bien privado por la teología; sus libros solían ser recopilaciones de ensayos con un aire inconcluso, porque pensaba que la filosofía debía parecerse más a una conversación que a un debate.

Escribió que el Quijote se desarrolla en la vida de todos nosotros: empezamos siendo Quijotes y nuestro Sancho interior va ganando terreno

Entre sus discípulos están los teóricos políticos Kenneth Minogue y Noël O’Sullivan. Su obra fue decisiva para el ensayista Andrew Sullivan y el filósofo político John Gray. El filósofo estadounidense Richard Rorty reconocía su deuda con él en Contingencia, ironía y solidaridad.

Para Jorge del Palacio, profesor en la Universidad Rey Juan Carlos y editor y traductor de la antología Ser conservador y otros ensayos escépticos (Alianza, 2017), Oakeshott recoge una tradición británica y la pone en el mundo de la segunda posguerra: “Es interesante que no hable de una ideología, sino de una actitud”, dice por teléfono. Se trata de una postura escéptica, reticente ante los proyectos totalizadores y ante la idea de que la vida es la resolución de un problema tras otro: una concepción que él llamaba “racionalismo”, nacida a partir del siglo XVII en Europa, que asume que el conocimiento es técnico, y que no solo rige la política sino muchos otros aspectos de la sociedad. Para Oakeshott, hay conocimientos que son prácticos, se desarrollan de manera tradicional y no pueden aprenderse solamente en los libros. Esa actitud irónica y cautelosa tiene también raíces continentales: una de las principales es Montaigne. Decía que el Quijote anticipaba y criticaba el racionalismo, y escribió que esa novela se desarrolla en la vida de todos nosotros: empezamos siendo Quijotes y nuestro Sancho interior va ganando terreno. Otros autores de esa tradición escéptica que admiraba eran Hobbes y Hume. (Reconocía la influencia de Hegel, pero había leído más a Nietzsche de lo que daba a entender: se le daba bien borrar las huellas).

Su pensamiento evolucionó, pero fue fiel a algunos temas, como el valor de la conversación y la importancia de preservar lo que no está orientado a un objetivo. Pueden vincularse a conceptos como la “asociación civil”, una de las tipologías que inventó para explicar la política. La asociación civil es un tipo de organización que tiene un consenso sobre las normas que comparte, pero no sobre los fines; la asociación empresa es el tipo de asociación política que persigue un fin y subordina todo a ese fin.

Oakeshott es poco conocido en el mundo de habla hispana. Según Jorge del Palacio, “un católico tradicionalista lo lee y ve que lo que prevalece es un canto al escepticismo, un minimalismo político, cierta distancia frente a la praxis política, una presentación de mínimos que no se puede traducir fácilmente a política o guerra cultural”.

Luke O’Sullivan, profesor en la Universidad Nacional de Singapur, editor de seis libros suyos y autor de Oakeshott on History (Oakeshott sobre la historia), subraya el contexto de los artículos de Rationalism in Politics, los más conocidos y accesibles: tras la Segunda Guerra Mundial, liberales y conservadores temían perder en la paz aquello por lo que habían luchado en la guerra, y eran muy reacios a la planificación. “Obras como On Human Conduct son más sustanciales y rigurosas. Fue uno de los grandes filósofos de la historia del siglo XX”, explica por videoconferencia. Su pregunta, naturalmente, era escéptica: ¿cómo saben los historiadores lo que creen saber?

Para O’Sullivan, del conservadurismo estándar lo alejaba su rechazo a la idea de ley natural y su estilo bohemio de vida, y al liberalismo lo acercaban la defensa del imperio de la ley y la asociación civil. A su juicio, en algunas cuestiones Oakeshott siguió apegado al socialismo romántico de sus orígenes familiares. No lo motivaban el estatus o el dinero. Dejó el socialismo, pero en cierto modo siguió siendo un romántico inglés.

Oakeshott, que admiraba la idea de la aventura, quiso escribir una biografía del vicealmirante Nelson y tenía entre sus autores predilectos a san Agustín e Isak Dinesen. Combinó una personalidad analítica con una existencia caótica: se casó tres veces y tuvo numerosos romances (uno de ellos con la novelista y filósofa Iris Murdoch). Su empeño en el individualismo, en vivir “como el personaje de una novela”, “tuvo un coste considerable para quienes lo rodeaban, en particular las mujeres de su vida”, explica O’Sullivan. La relación con los amigos, escribió, “es dramática, no utilitaria”; mientras que “el amor, como la embriaguez, no se puede disimular”. En su discurso de jubilación, dijo: “He intentado ser un filósofo, pero la felicidad no dejaba de interrumpir”.

Apúntate aquí a la newsletter semanal de Ideas.

Sobre la firma

Más información

Archivado En