Paradoja europea: aumenta el voto ultra pero la inmigración no es un problema en la UE

La extrema derecha pone el foco en los inmigrantes pero el último Eurobarómetro muestra que a los europeos les preocupa la pobreza y la sanidad

Nicolás Aznárez

La mejor demostración de cómo la extrema derecha consigue distorsionar la realidad e instalar en el debate político temas que no forman parte de las principales preocupaciones de los ciudadanos, sino de sus propios programas políticos, la acaba de dar el Eurobarómetro encargado por el Parlamento Europeo, previo a las elecciones del 9 de junio. El resultado muestra que los europeos son cada vez más conscientes de que su angustia se debe a la extensión de la ...

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La mejor demostración de cómo la extrema derecha consigue distorsionar la realidad e instalar en el debate político temas que no forman parte de las principales preocupaciones de los ciudadanos, sino de sus propios programas políticos, la acaba de dar el Eurobarómetro encargado por el Parlamento Europeo, previo a las elecciones del 9 de junio. El resultado muestra que los europeos son cada vez más conscientes de que su angustia se debe a la extensión de la pobreza, al deterioro del sistema público de salud y a la posibilidad de una guerra, es decir, la invasión rusa de Ucrania. Basta ya de tragarnos que es la inmigración “desbordada” la que saca de quicio a los ciudadanos de los países de la Unión. Basta de no escuchar lo que dicen esos ciudadanos y de aceptar que sus intérpretes más sinceros son los portavoces de la extrema derecha. Porque esa incapacidad para impedir que el programa ultra ocupe el espacio del debate político y mediático es la única explicación para la paradoja que se está produciendo actualmente en la Unión: los mismos sondeos que anuncian que la extrema derecha experimentará un incremento notable de voto en las elecciones de junio muestran que ese incremento no se compadece con las verdaderas preocupaciones de los ciudadanos, lejanas de esos programas.

Resulta que si se les pregunta, esos ciudadanos están más preocupados por el deterioro de los sistemas públicos de salud (en España se ha batido el récord de 850.00 personas en las listas de espera para someterse a una operación quirúrgica), por los puestos de trabajo y por su seguridad que por la presencia de inmigrantes. Y si se escucha a los jóvenes, les sigue inquietando bastante más el cambio climático que la presencia en su ciudad de personas de otro color o religión, por mucho que se intente esconder el tema de la amenaza climática para beneficiar a unos grupos empresariales empeñados en retrasar unas imprescindibles medidas de adaptación que pueden reducir sus márgenes de beneficio.

(La posibilidad de que Teresa Ribera, una de las mejores expertas en el cambio climático, encabece la lista europea del PSOE sería un movimiento decisivo del presidente Sánchez, para reclamar protagonismo español en la futura Unión, pero dejaría un hueco importante en su propio Gobierno).

En el nuevo Eurobarómetro destaca una cosa: el pesimismo de Francia. Es curioso que ese país, que forma parte del núcleo duro de la Unión, que fue fundamental en la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero y de donde procedían dos de sus principales inspiradores, Jean Monnet y Robert Schuman, haya sido también el responsable de hundir la Europa Común de Defensa, que tanto echa ahora de menos, y cuya existencia negó en 1954, con un voto negativo en la Asamblea Nacional, y también el país que impidió la promulgación de una Constitución Europea, rechazada en el referéndum de 2005 por el 52% de los ciudadanos franceses. Hoy es igualmente el país que menos confianza tiene en el futuro de la Unión: un 52% es pesimista, frente al 42% optimista. Una cifra bastante distinta del optimismo español (63% optimista, frente al 31% pesimista) o el incluso aún mayor de los italianos (66% optimistas y 32% pesimistas, quizás porque, como ironizaba un analista de ese país, los italianos no confían en las estructuras del Estado propio y esperan que la Unión les proporcione unas más sólidas).

El 70% de los españoles encuestados afirman que es “muy probable” que vayan a votar el 9 de junio para elegir a los representantes de España en el Parlamento Europeo, pero es posible que ese porcentaje sufra variaciones dependiendo del resultado de las previas elecciones autonómicas, sobre todo las catalanas, que se desarrollarán poco antes, el 12 de mayo: no se movilizarán de igual manera los votantes si el resultado favorece un Gobierno catalán presidido por el socialista Salvador Illa que si pone en pie un Gobierno exclusivamente independentista. En cualquier caso, los españoles no se diferencian mucho de la media europea a la hora de enumerar los temas que preferirían ver tratados durante la campaña de las elecciones europeas (¿y quizás también en las campañas autonómicas o españolas?). Una vez más, esos temas son la lucha contra la pobreza y la exclusión social, el apoyo a la salud pública, la creación de nuevos puestos de trabajo y, al mismo nivel, la defensa y seguridad de la Unión. ¿Qué ofrece la extrema derecha en estos capítulos como para que más europeos estén pensando en darle su voto? Nada, pero ni los políticos de otras tendencias ni los medios de comunicación son capaces de exponerlo. No encuentran la manera de salir de esa trampa, y se discute su discurso, en lugar de cambiar el debate.

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