La democracia está afectada de fugas en todos los países, incluidos los más ricos

Lo que ahora se baraja es si existen suficientes indicios de una salida autoritaria global en el mundo

Pedro Sánchez durante el debate de investidura del pasado 15 de noviembre en el Congreso de los Diputados.Pablo Blázquez Domínguez (GETTY IMAGES)

España ha salido bien parada en la última medición de la calidad de la democracia (The Economist) en un contexto marcado por lo contrario: los principales observatorios que desde hace años ejercen esa función indican que ...

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España ha salido bien parada en la última medición de la calidad de la democracia (The Economist) en un contexto marcado por lo contrario: los principales observatorios que desde hace años ejercen esa función indican que la democracia se encuentra en retroceso en el mundo; el deterioro se aprecia en todas las regiones del planeta, en casi todos los países, incluidos aquellos con altos niveles de renta, y en todas las culturas. Hace unos meses, la Fundación Alternativas otorgaba a la democracia española una valoración de 6,22 sobre 10 puntos, en el panel de expertos que habitualmente publica.

El semanario británico citado distingue entre democracias plenas, democracias defectuosas, regímenes híbridos y regímenes autoritarios en diversos grados. España está en la cola de la primera categoría, pero hace dos años se encontraba entre las democracias defectuosas. Y ello pese al intenso ruido. La cuestión que ahora se baraja es si hay indicios de una salida autoritaria global o más bien se trata de una erosión gradual de las principales instituciones representativas. Como expresó el profesor John Keane hace ya tiempo, el asunto es si la democracia se está convirtiendo en algo dinámico, ruidoso y afectado por las fugas, y si hemos entrado en una era de lo que él denomina democracia monitorizada.

Los abundantes estudios que surgen sobre la crisis de la democracia coinciden en un aspecto: el neoliberalismo aplicado a principios de este siglo en tan fuertes dosis ha ido demasiado lejos hasta convertirse en una amenaza para el liberalismo clásico. O dicho de otra manera, el capitalismo depredador, desregulador, causante de enormes desigualdades, está debilitando hasta el extremo a la democracia. La economía y la política. Ello y las cuatro crisis que han azotado al planeta en los últimos años —la Gran Recesión, la covid, la emergencia climática y la nueva guerra fría (Ucrania, Gaza…)— acentúan la fragilidad del sistema político. Existe una sensación de fracaso de la democracia como el modelo que creyó haber alcanzado la victoria final a partir de la caída del muro de Berlín.

Ahora, el economista Jordi Sevilla pone en circulación otro concepto, el de “democracia radical”, en su último libro (Manifiesto por una democracia radical, Deusto). Según Sevilla, lo que llevamos de siglo XXI no es aquello para lo que nos habíamos preparado: cada problema de hoy responde al fracaso de una predicción o de una política, y sobre todo a la frustración sobre un neoliberalismo que nos cubrió de optimismo mediante la repetición dogmática “de unas consignas tan simples como dogmáticas”. El siglo XXI se inauguró con un gran optimismo colectivo, basado en unas pocas promesas: que la victoria de la democracia sobre el comunismo significaba el final de la historia; que no hay alternativa al capitalismo, que ha ganado la batalla a todos los sistemas alternativos; que la globalización, al estrechar la interdependencia entre los países, reduciría los riesgos de conflictos basados en gran medida en pugnas por la hegemonía económica mundial, a la vez que se diluiría el nacionalismo; que las nuevas tecnologías basadas en lo digital darían poder a los ciudadanos, reduciendo el papel de las instituciones tradicionales e impulsando un refuerzo de la democracia en todos los sentidos, también en el económico; etcétera.

El balance de las tres primeras décadas del siglo es, según el antiguo ministro de Administraciones Públicas, un fiasco apoteósico del neoliberalismo: todas esas promesas han ido decayendo una tras otra. Ello no es la primera vez que sucede, pero recuerda otros momentos de la historia como los años treinta del siglo pasado. La democracia debe dar la batalla en dos territorios paralelos a la vez: el de la eficacia, para ser superior en su gestión y en sus soluciones; y el de la legitimidad, para corregir sus muchos problemas acumulados y, sobre todo, para ser más amplia y profunda. Este libro contribuye a evitar lo que decía Joan Didion: vivimos en la época de los charlatanes y vamos a tener crecepelo de modo permanente.

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