Lyndsey Stonebridge, historiadora: “En la crisis de los migrantes lo nuevo es la brutalidad de nuestra respuesta”
Esta profesora británica es experta en derechos humanos y refugiados. En su último libro, analiza las lecciones que nos dejó Hannah Arendt
Hay una doble recompensa al conversar con Lyndsey Stonebridge (Kent, 58 años). La visión de esta profesora de Humanidades de la Universidad de Birmingham sobre asuntos tan actuales como la tragedia de los refugiados, la justicia universal y los derechos humanos, o los efectos de la violencia en los siglos XX y XXI ofrece certezas necesarias. Y el hecho de que construya su discurso absolutamente orientado por el pensami...
Hay una doble recompensa al conversar con Lyndsey Stonebridge (Kent, 58 años). La visión de esta profesora de Humanidades de la Universidad de Birmingham sobre asuntos tan actuales como la tragedia de los refugiados, la justicia universal y los derechos humanos, o los efectos de la violencia en los siglos XX y XXI ofrece certezas necesarias. Y el hecho de que construya su discurso absolutamente orientado por el pensamiento de la filósofa y teórica política Hannah Arendt, de la que Stonebridge es una especialista consumada, permite satisfacer las permanentes preguntas que invocan siempre las mentes más influyentes: ¿qué habría pensado Arendt ante esto? ¿Cómo hubiera reaccionado ante esto otro?
La revista New Statesman señala el nuevo libro de Stonebridge, We Are Free To Change The World. Hannah Arendt’s Lessons in Love and Disobedience (Somos libres para cambiar el mundo. Lecciones de Hannah Arendt sobre amor y desobediencia, cuyos derechos tiene Planeta), como uno de los más relevantes de 2024. Recibe a EL PAÍS en su pequeño apartamento londinense, en el Brunswick Centre, una colmena modernista de viviendas y comercios en el barrio literario de Bloomsbury. Rechazado por muchos durante su construcción (1972), hoy es un edificio histórico admirado. Todo tiene su momento, si se deja pasar el suficiente tiempo.
Pregunta. Al echar la vista atrás en la historia reciente, ¿hay algo nuevo bajo el sol en la actual crisis de los migrantes?
Respuesta. Lo nuevo es la brutalidad de nuestra respuesta. En la última década, en Europa y en EE UU ha habido un intento por parte de la derecha populista de brutalizar todo el proceso. Han prolongado deliberadamente los tiempos de espera para obtener asilo o han utilizado terceros países para acoger a las personas y procesar el trámite.
P. El discurso ha calado. Empezó en manos del populismo, pero ha permeado en los partidos tradicionales.
R. Lo que debería preocuparnos, al margen del grado en que cada uno se sienta amenazado por la inmigración, es la normalización de esta política y esta estética de la crueldad. Por ejemplo, al encerrarlos en centros de internamiento. Es verdad que Europa ha tenido periodos atroces de crueldad, pero para nuestra generación se trata de un fenómeno nuevo. Y es preocupante, nos corrompe a todos. El populismo está legitimándolo y usando la crueldad y la violencia como un modo de inocular miedo y ansiedad. Es un pseudomisticismo, un nacionalismo tribal. Ni siquiera es un patriotismo genuino. Se basa en ver al otro como a un enemigo.
P. Hay un ambiente receptivo al mensaje.
R. Es como el debate en torno al Brexit. Parece que exista en muchos la voluntad, el deseo de ser engañados. Saben que hay un alto nivel de cinismo [en el mensaje del populismo]. En el Reino Unido la gente sabe que mil refugiados afganos no son la razón por la que es difícil que el médico de la sanidad pública te atienda. Pero compran el mensaje.
P. Hannah Arendt escribió ese maravilloso ensayo, Nosotros, los refugiados. ¿Qué podemos aprender de ella?
R. Ella vislumbró claramente, porque lo vivió, la clave de esta tragedia: el hecho de ser alguien sin Estado, sin hogar, sin raíces. Ahí está el problema, señaló. Si arrebatas a un grupo su ciudadanía, si lo arrojas fuera del mundo, lo dejas sin visibilidad.
P. Y sin derechos…
R. Exacto. Solo tienes derechos dentro de una comunidad política. Somos nosotros los que nos concedemos derechos unos a otros. No puedes hacer desaparecer a gente del planeta. Se ha intentado antes. No funciona.
P. Nos alejamos y regresamos a Arendt, como a Albert Camus. Parece que cada generación los censura o los descubre…
R. Hay algo en torno a ella que se resiste a ser categorizado. Al principio quise titular mi libro Pensando como Hannah Arendt. Me la imaginé diciéndome: ‘¡No has entendido nada! Soy una pensadora antitotalitaria. No tienes que pensar como nadie… sino por ti misma’. Insistía en que cada contexto histórico debía ser entendido como algo sin precedentes. No existían grandes narrativas para explicar lo que estaba ocurriendo. Hay que responder en cada momento a la realidad.
P. ¿Hubiera apreciado este mundo hiperconectado, con redes sociales…?
R. Lo hubiera odiado. Lo que más temía era el conservadurismo social. Y las redes sociales conectan a todo el mundo entre sí, pero generan un cierto tipo de conservadurismo, porque provocan que la gente se reprima y autocensure, o al facilitar que algunos busquen escandalizar deliberadamente.
P. ¿Agotan nuestra capacidad de pensar?
R. Nuestra atención se ha convertido en una mercancía que se monetiza. Nuestra capacidad de concentración se ha monetizado, para convertirse en algo que se parece más a un bien de consumo. La capacidad para pasar a la acción [política] de modo genuino solo puede pasar en coordinación con más gente. Y la capacidad para reflexionar en solitario, por uno mismo, también desaparece, se queda sin espacio. Por eso todo el mundo está hoy tan cansado en Occidente.
P. ¿Hubiera estado Arendt a gusto con la izquierda actual?
R. Con algunas cosas, sí. Cuando Darnella Frazier, que tenía entonces 17 años, capturó en vídeo el momento en que la policía asesinaba a George Floyd, puso en marcha un movimiento [Black Lives Matter]. Arendt lo habría celebrado. Habría visto a alguien que escucha su voz interior, toma la decisión con gran valentía y cambia las cosas. Pero del mismo modo hubiera observado con sospecha toda la política en torno a las identidades. En parte porque pensaba que cualquier intento de realizarse existencialmente a partir de una identidad era falaz. La humanidad es demasiado plural, diferente y resbaladiza. Nunca sabemos exactamente quiénes somos. Si encerramos la emancipación en el corsé de la identidad, estás amarrando esa identidad y tu propia libertad.
P. La guerra entre Israel y Hamás. El eterno conflicto de un Estado que Arendt defendió, pero sin compartir el impulso sionista.
R. Se le habría partido el corazón. Y habría dicho: ‘Os lo advertí’. No creía en un hogar judío, pero sí en un Estado binacional. Había acumulado la experiencia previa de una Europa dominada por el fascismo, el etnocentrismo y el nazismo que le llevó a la conclusión de que las naciones-Estado basadas en una etnicidad concreta no funcionan. No puedes basar una nación en la exclusión, aunque solo sea por el mero hecho de que acabarás rodeado de naciones hostiles. En el año 1967, después de la guerra [de los Seis Días], llegó a estar muy preocupada por Israel. Creía en Israel, pero no era sionista. Hoy ni siquiera se puede afirmar sin problemas esa distinción, lo que da una idea de lo lejos que han llegado las cosas. Cuando intentas borrar a un pueblo, como ocurre con los palestinos, no solamente usurpas su identidad nacional, sino que estás atacando a la pluralidad del mundo. Estás atacando la mera idea de que diferentes personas puedan vivir en el mismo sitio. Así, todos perdemos.
P. El totalitarismo nunca desaparece del todo. La Rusia de Putin y su invasión de Ucrania resucitan en parte el siglo XX.
R. Cuando Arendt escribió Los orígenes del totalitarismo fue criticada por poner en el mismo nivel al comunismo y al fascismo. Pero la clave está en que ella detectó el impulso imperialista. Entendió lo que había detrás de esa apelación a la conciencia eslava en pro de una Rusia grande. No le habría sorprendido la deriva de Putin. Y habría respaldado por completo a Ucrania en su necesidad de preservar la frontera y su independencia.
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