El festival de los robots. Por qué no comparto el temor humano a la tecnología
Dudo que vayamos a ser doblegados por robots. Y esa idea tampoco me quita el sueño
No comparto el temor humano hacia la tecnología o la inteligencia artificial. Dudo que seamos doblegados por robots, aunque la idea de que eso ocurra tampoco me quita el sueño. Menos aún en estas latitudes del planeta, donde vivimos gobernados por formas de inteligencia sumamente cuestionables y, sobre todo, corrompibles.
Desde siempre, la ciencia ficción nos ha dibujado escenarios distópicos protagonizados por la rebelión de las máquinas o de cualquier criatura no humana: “Lo siento, Dave, me temo que no puedo hacer eso”, decía ...
No comparto el temor humano hacia la tecnología o la inteligencia artificial. Dudo que seamos doblegados por robots, aunque la idea de que eso ocurra tampoco me quita el sueño. Menos aún en estas latitudes del planeta, donde vivimos gobernados por formas de inteligencia sumamente cuestionables y, sobre todo, corrompibles.
Desde siempre, la ciencia ficción nos ha dibujado escenarios distópicos protagonizados por la rebelión de las máquinas o de cualquier criatura no humana: “Lo siento, Dave, me temo que no puedo hacer eso”, decía HAL 9000 en 2001: una odisea del espacio. Pero quizá por una suerte de nostalgia —seguramente ligada a una feliz infancia frente a series como Perdidos en el espacio o dibujos como El Vengador—, siempre he sentido una gran afinidad por los robots.
Los receptores más recientes de mi afecto son los YuMi. Estas criaturas pálidas y bajitas fueron creadas en 2015 por la empresa sueca ABB Robotics y acumulan bondades y competencias capaces de deslumbrar a cualquier empresario que quiera multiplicar la productividad al potenciar la capacidad humana de ensamblaje. Además de mantener a sus jefes lejos de cualquier sindicato y demanda por accidente.
Hay un YuMi que se ha ganado mi corazón, uno que operaba bajo el sol, plantado en el lodo de la región de Madre de Dios, y que tuvo la tarea de proteger, durante los seis meses que duró un proyecto piloto, 22.000 hectáreas de selva en la Amazonía peruana reforestando un terreno equivalente a dos canchas de fútbol al día —en una mañana llegó a plantar hasta 600 árboles— en una de las zonas del planeta más diversas y afectadas por la minería y la tala ilegal. Primer dato deprimente de esta nota: Perú ha perdido un poco más de dos millones y medio de hectáreas de bosque desde que inició el siglo.
¿Por qué no considerar también a las máquinas como aliadas y no solo amenazas? ¿Por qué no imaginar a maestros humanos apoyados por la IA cuando ya está comprobado que 8 de cada 10 niños peruanos no entienden lo que leen y el pronóstico empeora cada año? El trabajo de YuMi sirvió para liberar a los guardabosques y que estos se enfocaran en labores más idóneas para un humano, como persuadir y educar a depredadores y pobladores. Ni hablar de los enormes beneficios de la robótica en la medicina, la ciencia, la exploración espacial, la seguridad en industrias y servicios. ¿Cuántas vidas humanas —policías, bomberos, militares— se han salvado gracias a la robótica? ¿Cuántas más podrían hacerlo?
Exagero, con humor, pero verdadera curiosidad: ¿por qué no fantasear con un congreso fruto de la IA, o una presidencia fría, práctica, sensata e incorruptible? Pongámonos serios: gobernar implica una larga serie de acciones que se deben apoyar en datos y análisis, y es ahí donde estos aplicativos podrían ser útiles, sobre todo en países con mandatarios que declaran cosas como: “Yo no sé cómo ser presidente, yo llegué aquí por mandato del pueblo” (Pedro Castillo, presidente de Perú entre el 28 de julio de 2021 y el 7 de diciembre de 2022). Claro, estos sistemas informáticos tienen limitaciones. Para gobernar se requiere mucho más que analizar estadísticas. Es necesario considerar factores éticos, culturales y sociales. ¿Pero acaso no han demostrado los últimos presidentes peruanos (todos presos por corrupción menos uno que se suicidó para no ser detenido) ser ineptos, ignorantes, mezquinos y ladrones? Al menos, por ahora, me queda la certeza de que el trabajo de YuMi en Madre de Dios es más valioso que el mío. Y lo honro por eso.
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