Medir el bienestar

Los hogares han sufrido menos el impacto de las dos crisis padecidas este siglo

Una pareja en el lago del parque del Retiro, en Madrid, el pasado 22 de marzo.Burak Akbulut (Anadolu Agency/Getty Images)

Algunas de las razones por las que una parte de los ciudadanos percibe que está peor aunque la economía suba es porque efectivamente está peor. Así emerge esa contradicción tan habitual en los sondeos: un porcentaje opina que la situación general va mal o muy mal aunque la suya particular se mantenga o mejore. Quizá haya que ajustar más eficazmente las mediciones que se hacen del bienestar y observar los límites del...

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Algunas de las razones por las que una parte de los ciudadanos percibe que está peor aunque la economía suba es porque efectivamente está peor. Así emerge esa contradicción tan habitual en los sondeos: un porcentaje opina que la situación general va mal o muy mal aunque la suya particular se mantenga o mejore. Quizá haya que ajustar más eficazmente las mediciones que se hacen del bienestar y observar los límites del PIB como indicador del progreso social. Cada vez más a menudo se observa una distancia entre las aproximaciones más notables de las variables socioeconómicas y la percepción generalizada de la realidad.

En plena Gran Recesión, en 2010, el presidente francés, Nicolás Sarkozy, pidió a tres grandes economistas (Stiglitz, Amartya Sen y Jean-Paul Fitoussi) que organizaran una comisión de expertos para estudiar si el PIB es un indicador fiable. El informe, titulado Medir nuestras vidas, aseveraba que no cambiaremos nuestros comportamientos a menos que se transforme el modo de medir los resultados económicos. Según esos expertos, el bienestar tiene que ver tanto con los recursos económicos —los ingresos— como con aspectos no económicos de la vida de las personas —qué cosas hacen y qué cosas pueden hacer—. Habría llegado el tiempo de que la producción se sustituya por el bienestar, y que éste se refiera tanto a los ingresos como al consumo. Entre los factores claves estaría el nivel de vida material (ingresos, consumo y riqueza), la educación, las actividades personales (incluido el trabajo), las conexiones y las relaciones sociales, el entorno ambiental, la seguridad física y económica, etcétera.

Ahora, la Fundación BBVA y el Instituto Valenciano de Investigación Económica publican Más allá del PIB. El valor de la producción doméstica y el ocio en España, en el que actualizan las ideas del informe citado. El PIB es un indicador de la actividad económica diseñado para mensurar la producción y la renta generados en el mercado, pero no contempla otras dimensiones relevantes para el bienestar, como, por ejemplo, las actividades productivas desarrolladas en el seno de las familias (culinarias, de limpieza y mantenimiento del hogar, cuidados de las personas…) o el valor del tiempo que los individuos dedican al ocio. Consideran que habría que sustituir al PIB por otro indicador denominado “consumo ampliado de los hogares” que incluye el valor de estas actividades y que sería una aproximación más completa al bienestar de los ciudadanos.

Según este estudio, habría que incorporar tres elementos que influyen en la calidad de la vida: el consumo, porque está próximo a las condiciones de vida de las familias y al grado de satisfacción de sus necesidades; los servicios públicos a los que la población tiene acceso y que no generan gasto en las familias, y la producción doméstica que no se realiza en el mercado y el tiempo dedicado al ocio. Este indicador de consumo ampliado de los hogares asciende en la actualidad a cerca de los 2,5 billones de euros en un país como España, por lo que duplica el valor del PIB.

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Esta visión ofrece una imagen distinta sobre la evolución de la marcha de los hogares: a lo largo de las dos décadas largas que llevamos del siglo XXI el consumo ampliado oscila mucho menos que el PIB, lo que subraya lo sucedido durante la Gran Recesión y la pandemia de la covid. Por ejemplo, en 2020, el año del confinamiento de la población y demás restricciones, el PIB cayó por encima del 11%, mientras el consumo ampliado solo lo hizo un 4,6% porque dentro de los hogares las personas disfrutaron de un ocio de otro tipo (el equipamiento en tecnologías) y porque el trabajo doméstico (por ejemplo, con comidas preparadas en cada casa y compras online) sustituyó a parte del consumo del mercado, como la restauración y el comercio presencial.

Es imposible eludir que los sistemas de medición que presten poca atención a la intemperante emergencia climática proporcionan un peso insuficiente a algo que cada día es de mayor importancia para el bienestar ciudadano.

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