“Centrales sindicales”, camino del olvido

La herramienta Ngram, de Google, muestra una espectacular subida de esa expresión entre 1972 y 1980, y luego una caída que se convierte en desplome

Manifestación de trabajadores en el Paseo de Zona Franca (Barcelona) convocada por las centrales sindicales en protesta por el recorte de las pensiones, en junio de 1985.

Las palabras “centrales” y “sindicales” aparecían unidas a cada rato durante la Transición como si fueran el secretario de CC OO y el de UGT, que también van unidos siempre. Los políticos de entonces se reunían con las centrales, los grandes pactos (el ANE o Acuerdo Nacional de Empleo; el AMI o Acuerdo Marco Interconfederal) los firmaban los empresarios con las centrales; las centrales sindicales apoy...

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Las palabras “centrales” y “sindicales” aparecían unidas a cada rato durante la Transición como si fueran el secretario de CC OO y el de UGT, que también van unidos siempre. Los políticos de entonces se reunían con las centrales, los grandes pactos (el ANE o Acuerdo Nacional de Empleo; el AMI o Acuerdo Marco Interconfederal) los firmaban los empresarios con las centrales; las centrales sindicales apoyaban los Pactos de La Moncloa, las huelgas eran convocadas por las centrales sindicales. Casi hasta daba la impresión de que había que escribirlo todo junto: centralesindicales.

Probablemente algunos periodistas huían entonces, de forma inconsciente, de la expresión “los sindicatos” (aunque no desaparece). Porque en el franquismo también había “sindicatos”, y existía incluso la Delegación Nacional de Sindicatos. Eso sí, se trataba de sindicatos verticales, que agrupaban tanto a empresarios como a trabajadores (“productores”) de cada sector. Y todos ellos se agrupaban en uno, la Organización Sindical Española, el único sindicato legal. Todo ese engendro se conocía como “Sindicatos”. Mis recuerdos infantiles me traen la imagen del edificio de Sindicatos en Burgos. La gente decía “eso está al lado de Sindicatos”, por ejemplo. En Burgos y en otras muchas ciudades. Ahora en ese edificio de mi localidad natal tienen sus sedes CC OO y UGT, que de nuevo no sólo comparten unidad de acción sino también unidad inmobiliaria.

La idea de “centrales sindicales” evocaba la existencia de una organización central con distintas ramas horizontales en los diferentes sectores de producción. En el nuevo lenguaje político de entonces el término “sindicato” se llevaba mal con su propio plural, por la referida connotación franquista. Si acaso, se hablaba de “el sindicato de ferroviarios de UGT”, o “el sindicato de la Enseñanza de Comisiones Obreras”. Pero una cierta conciencia léxica acudía enseguida a la palabra “centrales” para subrayar las diferencias con los viejos sindicatos.

¿Y en qué momento dejamos de usar esa nueva locución? La herramienta de Google llamada Ngram muestra una espectacular subida de la expresión “centrales sindicales” entre 1972 y 1980; y a partir de ahí, una caída que se convierte en desplome desde 2003. El archivo de EL PAÍS ofrece 485 titulares sobre España con “las centrales”, “centrales sindicales” o “central sindical” entre 1976 y 1989, que bajan a 149 entre 1990 y 1999, y descienden a 128 entre 2000 y 2009; y a solamente 61 en los últimos 12 años, todo ello sin que disminuyera la información laboral. En 2021, 64 titulares han incluido la palabra “sindicatos”, pero ninguno se ha referido a las “centrales”.

Además, el banco de datos de la Real Academia únicamente recoge un uso de “central sindical” o “centrales sindicales” en España anterior a 1977: en una publicación socialista de 1934. Pero en la Transición (1976-1982) prolifera esa locución, para decaer después. ¿Por qué se produjo eso? Quizás porque el tiempo influye en cómo percibimos las palabras: hoy en día, olvidado aquel rastro del franquismo, “sindicatos” ha perdido su matiz peyorativo.

Por eso en todo el proceso de la reforma laboral se ha hablado ya de “sindicatos” y no de “centrales”. Quizás se trate de una señal más de que la etapa franquista va quedando lejos en la memoria colectiva. Esto tiene una parte buena: somos una sociedad nueva y moderna; pero otra mala: tal vez se nos está olvidando cómo era la España que defiende Vox.

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