¿Es Angela Merkel feminista?
La canciller alemana, a punto de dejar el cargo, reniega de cualquier etiqueta al tiempo que defiende la paridad, escribe la periodista Ana Carbajosa en el libro que dedica a la gran líder europea
Las jóvenes promesas del centro-derecha alemán esperaban con emoción el discurso de Angela Merkel, el plato fuerte de su congreso anual de 2018 en Kiel. Acababan de reelegir a su presidente juvenil con un resultado espectacular y le tocaba el turno a la gran política consolidada. Esperaban oír sus consejos, sus ánimos, su bendición. Subida al escenario y flanqueada por los pesos pesados de las juventudes, Merkel les habló de la OTAN, de la cohesión en el partido, de cambio climático y de Europa. Fue al final cuando lanzó ...
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Las jóvenes promesas del centro-derecha alemán esperaban con emoción el discurso de Angela Merkel, el plato fuerte de su congreso anual de 2018 en Kiel. Acababan de reelegir a su presidente juvenil con un resultado espectacular y le tocaba el turno a la gran política consolidada. Esperaban oír sus consejos, sus ánimos, su bendición. Subida al escenario y flanqueada por los pesos pesados de las juventudes, Merkel les habló de la OTAN, de la cohesión en el partido, de cambio climático y de Europa. Fue al final cuando lanzó la puya. “Si me permiten una pequeña crítica. Su ejecutiva es maravillosamente masculina, pero falta el 50% de la gente”. Y añadió: “Les digo una cosa: las mujeres enriquecen la vida. No solo en lo privado, también en la política. No tengan miedo. No saben siquiera lo que se están perdiendo”.
Aquella reprimenda pública no fue una excepción. Meses después, Merkel viajó a Israel. Una de las fotos que emergieron de la visita fue de nuevo demoledora. En el centro, Merkel con chaqueta fucsia. Junto a ella, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, y 25 empresarios innovadores, encorbatados y vestidos en tonos gris y negro. Todos hombres. La alineación no se le escapó a la canciller, que les dijo: “Estoy muy contenta con este encuentro, pero estaría bien incluir a alguna mujer la próxima vez”. Sus declaraciones llenaron los titulares de la prensa israelí, que habló de vergüenza nacional y abrieron la veda para una protesta de empresarias israelíes del sector de la alta tecnología.
Y otra más, en la Asociación de Artes y Oficios, en el otoño de 2020. Cuando había terminado el turno de preguntas y después de que solo hombres se hubieran dirigido a la canciller desde el público, Merkel se tomó la justicia por su mano: “¿Tienen también a una mujer? Si una mujer quiere preguntar algo, acepto una cuarta pregunta”. Cuando activé el radar para detectar reprimendas de ese tipo, me di cuenta de que se habían vuelto constantes.
Merkel evita declararse feminista, en parte como reniega de cualquier otra etiqueta más allá de las siglas de su partido, pero defiende abiertamente la paridad como un fin incuestionable. Como otras tantas mujeres que han escalado hasta la cima, puede que Merkel empezara su carrera pensando que ella es la prueba viviente de que si una mujer tiene talento y trabaja duro, será tratada igual que un hombre. De hecho, ella explicó hace años que cuando fue nombrada ministra de Mujer y Juventud estaba en contra de las cuotas. “Estoy en contra de las cuotas, porque creo que las mujeres no las necesitan, que son algo degradante y deshonroso”, dijo en los noventa. Con el paso de los años, ha podido sin embargo comprobar que, a menudo, el talento y el esfuerzo no bastan. Que en 20 años, en Alemania ha habido progresos en el empedrado camino hacia la igualdad, pero han sido lentos e insuficientes. Se ha dado cuenta de que mujeres valiosas se han ido quedando atrás, atrapadas en estructuras laborales y sociales que boicotearon su progresión. Que se trata de un problema estructural, de poder enquistado que poco tiene que ver con la meritocracia. Ha podido constatar que el cambio, la igualdad real, solo llegará si hay un impulso político y legal decidido. Que por sí sola no va a llegar. (…)
Merkel ha sido la primera en casi todos los puestos que ha ocupado, incluida la primera mujer canciller de la historia de Alemania. Es algo que, además, muchos hombres no se han cansado de recordarle. Empezando por su supuesto apelativo cariñoso: Mädchen, la chica de Kohl, como se refirieron a ella algunos periodistas durante años. No hay que ser un lince para entender que por mucho supuesto cariño que hubiera detrás, aquel apodo la empequeñecía. Se le dejaba claro desde el principio que ella no estaba destinada a las alturas. Cuando dejó de ser la chica empezó a ser Mutti, la madrecita de la nación.
La chica de Kohl y la madre cuidadora acabó convertida en la mujer más poderosa del planeta. Llegar hasta ahí no ha sido fácil. Ha sido la primera y hasta ahora única canciller en un país que presume de igualitario, pero donde la política sigue dominada por hombres. Merkel ha podido experimentar en su propia piel las dinámicas de poder masculinizadas, la complicidad que opera entre los barones de los partidos, muy evidente en la CDU. Ha visto cómo ella o sus compañeras han sido sometidas a la subestimación y el ninguneo de sus iguales hombres. Merkel ha tenido que sortear ese acuerdo tácito tejido en torno a complicidades masculinas, que en el caso de su formación política tiene incluso un nombre propio: el Pacto Andino. Se trata de la alianza informal sellada por una docena de hombres de la CDU y regada con Chivas Regal, por la que se juraron en secreto apoyo mutuo y lealtad eterna a finales de los setenta. Ocurrió durante un viaje para jóvenes políticos conservadores a América Latina, según publicó la prensa alemana. Son hombres que entraron en la CDU movidos por una aversión al espíritu de Mayo del 68. Con los años, el grupo fue incorporando de manera informal nuevos miembros. El excomisario europeo Günther Oettinger o uno de los candidatos a su sucesión, Friedrich Merz, habrían sido también miembros del selecto club. Querían repartirse el poder tras la era Kohl, porque ellos se consideran los verdaderos guardianes de su herencia y de las esencias del partido. Ellos eran la CDU, y Merkel, una advenediza. Algunos de ellos no han sido capaces de superar décadas después que una apocada científica del este terminara desbaratando sus planes. A ellos se les atribuye que Merkel no fuera candidata a canciller en 2002, cuando favorecieron al bávaro Stoiber, que poco después se estrelló en las urnas. Annette Schavan, amiga de Merkel, me describió cómo operaba esa alianza dentro del partido. “En 2000, cuando Merkel fue elegida presidenta de la CDU, era un partido de hombres, con pocas mujeres, muy del oeste. El llamado Grupo Andino, en el que estaban Merz, Oettinger, Koch…, era una agrupación relevante porque ellos tenían una idea de cómo debía ser el futuro del partido. Volaron por encima de los Andes y sellaron un pacto de no agresión política. Se prometieron fidelidad. Tenían un plan para ellos, para la CDU y para Alemania. No sabían quién sería canciller, pero estaba claro que los planes no incluían a ninguna mujer. Merkel era para esos hombres algo impensable. Era demasiado poco convencional, muy distinta a sus mujeres”.
Ese dominio masculino volvió a quedar meridiano en la carrera por la sucesión de Merkel. A medida que los aspirantes a candidatos de su partido fueron asomando la cabeza, quedó claro que el liderazgo de Merkel no había supuesto un antes y un después, sino tal vez un paréntesis. Todos los candidatos oficiales y el oficioso eran hombres. Todos del oeste y la mayoría católicos, abogados y padres de familia. La rareza que ha supuesto Merkel — mujer, del este, divorciada y sin hijos— en la historia política alemana volvía a quedar de manifiesto. Pero puede también, según creen numerosos analistas, que la política en Alemania haya cambiado para siempre y que ya no haya posible vuelta atrás. Que 16 años de un liderazgo radicalmente opuesto a las figuras masculinas borrachas de ego podría haber vacunado al país. De lo que no hay duda es de que, por su personalidad y por el mero hecho de ser mujer, Merkel ha supuesto un imán para el voto femenino. En Alemania me topé con un montón de mujeres que me explicaron que nunca se les había ocurrido votar al partido conservador, pero que habían votado a Merkel. Les convencía la idea de apoyar la figura de una mujer con la que empatizan por haber tenido que abrirse paso en un mundo muy masculino. Será interesante ver adónde va a parar ese voto el día que Merkel no esté.
Ana Carbajosa fue corresponsal de EL PAÍS en Alemania coincidiendo con el último mandato de Angela Merkel. Este es un extracto de ‘Angela Merkel. Crónica de una era’ (Península), que se publica este 1 de septiembre.
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