¿Qué hacer con ‘La familia de Juan Carlos I’?
El cuadro sigue en un lugar de honor del Palacio Real pese a los escándalos del rey emérito. Cambiarlo de sitio es un dilema político y protocolario
La familia de Juan Carlos I fue instalada en el Salón de Alabarderos del Palacio Real en junio de 2015 para, en palabras de Patrimonio Nacional, “dar la bienvenida al visitante a este edificio como residencia oficial de SS. MM. los reyes de España”. Había pasado un año de la abdicación del padre de Felipe VI y, a pesar de ello, la esperada —y deseada— pintura en la que Antonio López trabajó dos décadas presidía el ...
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La familia de Juan Carlos I fue instalada en el Salón de Alabarderos del Palacio Real en junio de 2015 para, en palabras de Patrimonio Nacional, “dar la bienvenida al visitante a este edificio como residencia oficial de SS. MM. los reyes de España”. Había pasado un año de la abdicación del padre de Felipe VI y, a pesar de ello, la esperada —y deseada— pintura en la que Antonio López trabajó dos décadas presidía el lugar de mayor exposición popular de Palacio, a falta de un retrato de la familia real vigente (con la reina Letizia y sus dos hijas). Patrimonio tenía una complicada justificación para encajar la obra en el primero de los 20 salones que cada año visitan 1,5 millones de personas. La excusa que ha mantenido el cuadro ahí, al final de la escalera principal de Sabatini, es que Felipe VI aparece “acompañado de su familia paterna”, a pesar de que el protagonismo queda claro ya en el propio título de la obra: Juan Carlos I aparece en el medio del retrato, flanqueado, de un lado, por las infantas Cristina y Elena, y del otro por la reina Sofía y por su hijo Felipe, entonces príncipe.
El retraso de la inauguración del Museo de las Colecciones Reales, prevista para 2017 y que quizá suceda en 2021, es el otro motivo que ha prolongado la presencia en Palacio del más importante retrato real de Juan Carlos I. El expresidente de Patrimonio Nacional Alfredo Pérez de Armiñán, cesado el pasado febrero, había planificado cerrar el itinerario del nuevo centro con la obra de López. Sin embargo, según fuentes de Patrimonio Nacional, el proyecto museográfico ha sido revisado con la llegada de la nueva presidenta, María Llanos Castellanos, y ahora el encargado de despedir el recorrido será Miquel Barceló, con Saison des pluies núm 3 (temporada de lluvias), una obra de 1990.
Fuentes de esta institución reconocen que en el organismo se debate dónde instalar La familia de Juan Carlos I, una vez Casa Real y Gobierno tratan de desvincular el reinado de Felipe VI del de su padre, después de salir a la luz las cuentas ocultas que el monarca emérito tenía supuestamente en Suiza. Hace unos días, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, declaró al respecto: “Son informaciones inquietantes que nos perturban a todos, a mí también. La justicia actúa y la Casa Real está marcando distancias [con Juan Carlos I] y eso es algo que yo agradezco”. Por su parte, el propio rey emérito ha asumido que debe dar un paso al lado para proteger a la monarquía de la investigación, y sopesa incluso una mudanza de la Zarzuela. De ahí que un cuadro que conecta tan explícitamente el legado del padre con el del hijo resulte un símbolo especialmente poco apropiado en este momento.
Para el historiador Álvarez Junco mover el lienzo dejaría claro que el reinado de Felipe VI no tiene que ver con el de su padre
Toda sociedad construye monumentos y esculturas basados en hechos y personajes que la vertebran, un homenaje a sus supuestos valores ejemplares. Si dichos valores se pierden y la ejemplaridad moral se deshace con cada noticia, ¿qué hacer con los símbolos que ensalzan al personaje? Para el historiador José Álvarez Junco, quizá la mejor opción sea, en el caso de La familia de Juan Carlos I, mover ese lienzo de lugar, y lanzar así un mensaje a la ciudadanía: el de que un reinado, el del hijo, no tiene nada que ver con el otro, el de su padre. Al fin y al cabo, apunta, el comportamiento que menos toleran los españoles en sus mandatarios es la corrupción. Junco opina que Juan Carlos I fue un líder muy positivo para el periodo de la Transición —y, de hecho, el historiador consideraba a España, hasta ahora, más juancarlista que monárquica—, pero reconoce que el personaje ha perdido sus valores ejemplares.
Al margen de las controversias, ni el cuadro de Antonio López se había pensado para ese lugar ni el protocolo justifica que siga ahí. Patrimonio Nacional lo encargó en 1994 para colocarlo en el Palacio Real de Aranjuez. Tampoco sería la primera institución en cambiar la imagen de un monarca por la de otro: en 2014, tras la abdicación de Juan Carlos I, una inmensa fotografía (casi tres metros de altura) de Felipe VI sustituyó en el salón del Pleno del Ayuntamiento de Madrid, en el Palacio de Cibeles, al retrato de su padre pintado por Manolo Valdés, que ahora descansa en la Plaza de la Villa de la capital.
Movimiento delicado
El arte es la herramienta ideal para construir vidas intachables e inalcanzables. Pintura y pintores han puesto a disposición de los protagonistas la exageración de unas virtudes que terminan por derrumbarse en contraste con las crónicas históricas y periodísticas. Es una pelea mítica entre la historia y la historia del arte, entre la verdad y la publicidad, entre los hechos y la imagen. La construcción de la presencia ideal del adulado, además, caduca cuando el nuevo interés político da por amortizado al anterior.
Y como construcciones que son, las imágenes también entran en crisis. Para Juan Andrade, doctor en Historia Contemporánea y profesor en la Universidad de Extremadura, el rey emérito aparece representado en el cuadro de López como padre ideal de una familia que se reconcilia y de una democracia que lo necesita; como una figura del gusto de la clase media, “cómodo pero austero”, sin galas, con ropa común, “protocolario pero campechano”. Un retrato de eufemismos exagerados que se ha convertido en una imagen incómoda, subraya Andrade. Enrique Moradiellos, Premio Nacional de Historia de 2017, reconoce que cambiar la pintura de sitio es una cuestión compleja —y que, en definitiva, no se puede ocultar la historia—, pero subraya que en este momento el desprestigio del rey emérito daña a una institución que lo trasciende. Aunque insiste con el refrán “en tiempos de tribulación, no hacer mudanza”, considera que esta no es la imagen políticamente más inteligente para recibir a la ciudadanía. “Ha cambiado, no es el mismo cuadro que se colgó hace cinco años”, indica, cauto. Isabel Burdiel, Premio Nacional de Historia de 2011, opina, por su parte, que el lienzo resulta “contraproducente”. La familia real retratada ni siquiera existe como tal, después de que Cristina de Borbón se sentara en el banquillo de los acusados por el caso Nóos.
Los Borbones acostumbran a depurar las figuras públicas en cuanto dejan de brillar. Le pasó a Isabel II con su madre María Cristina, reina consorte con Fernando VII, por las corruptelas que se traía con las comisiones de las primeras líneas de ferrocarril españolas; le sucedió, luego, a Alfonso XII con su madre, Isabel II, a la que acusaron de “frescachona”. Quizá, cuando la familia de Felipe VI tenga su propio Antonio López, el desplazamiento será visto como algo natural.