Josele Santiago: “El ‘rock & roll’ es todo lo contrario de lo que puedan predicar Vox o el PP”
Tras los sucesivos retrasos provocados por la pandemia, Los Enemigos presentan en la capital su último trabajo, ‘Bestieza’, disco que publicaron una semana antes del confinamiento
Con precisión de letrista puntilloso, Josele Santiago (Madrid, 56 años) emplea una denodada economía de lenguaje, entre silencios reflexivos o parones en busca de la palabra exacta, mientras atiende a Icon al teléfono. No hay prisa, como demuestra una trayectoria artística reposada y, quizá por eso, sin pasos en falso. En 2002, tras casi veinte años de carrera, el cantante y guitarrista de Los Enemigos se desmarcó del grupo y toda la vorágine...
Con precisión de letrista puntilloso, Josele Santiago (Madrid, 56 años) emplea una denodada economía de lenguaje, entre silencios reflexivos o parones en busca de la palabra exacta, mientras atiende a Icon al teléfono. No hay prisa, como demuestra una trayectoria artística reposada y, quizá por eso, sin pasos en falso. En 2002, tras casi veinte años de carrera, el cantante y guitarrista de Los Enemigos se desmarcó del grupo y toda la vorágine que lo rodeaba para mandarlos “muy lejos”, como declaraba en Olé papa, el corte con el que abrió su primer disco en solitario.
Sin embargo, a principios de la pasada década, lo que iba a ser una reunión puntual acabó propiciando una inesperada y fructífera nueva etapa de actividad para la banda, que ya ha dado como resultado, hasta el momento, dos nuevos discos de estudio. El último de ellos, Bestieza, vio la luz el 6 de marzo de 2020, apenas una semana antes de que se estableciese en España el confinamiento domiciliario por la pandemia y, en consecuencia, sin posibilidad de presentarlo en directo a través de la gira de rigor.
Después de algunos conciertos con restricciones en varios festivales, Los Enemigos prevén interpretar sus nuevos temas el próximo 26 de noviembre en la ciudad donde nacieron, Madrid, en la sala La Riviera y sin limitación de aforo. En lo que resta de año, la banda tiene otros dos conciertos programados: uno en Santiago de Compostela (18 de diciembre, sala Capitol) y otro en Barcelona (30 de diciembre, sala Apolo). Final feliz, salvo nuevos imprevistos, del enésimo desafío para un artista acostumbrado a esperar y tomarse las cosas con paciencia.
Recientemente contó a EL PAÍS que sufría tinnitus (zumbido en los oídos). También hace unos años tuvo que operarse de un pólipo en las cuerdas vocales. ¿Es la de músico una profesión de mártires? No, hombre, no. Del pólipo hace bastante tiempo, fue en 2014, si no recuerdo mal. Sin duda, yo había forzado mucho la voz, pero más que nada en el local de ensayo, porque teníamos los [amplificadores] Marshall a toda hostia y, en cambio, los equipos de voces eran muy escasitos. Uno se acostumbra a gritar más en esas condiciones. Recomendaría hacerse con equipos de voces decentes antes que con un ampli monstruoso, que no hace tanta falta. Lo que hace falta es escucharse bien para no hacerse daño. Aparte, nunca había ido a una academia de canto ni nada que se le pareciera. Son muchos años berreando sin ninguna técnica. Por suerte, entre el quirófano y una reeducación vocal adecuada en un logopeda, tuvo arreglo y ahora puedo permitirme dar 5.000 bolos seguidos. ¡Lo que pasa es que con la pandemia no los hay, coño! [Ríe]. Y lo del tinnitus lo tiene más gente que no se dedica a esto, son efectos secundarios leves y tienen solución. Así que de mártires nada, vivimos de puta madre.
Económicamente, ¿ha sido muy difícil el parón de la pandemia? Sí, la gente del gremio de la música y del espectáculo en general hemos sufrido la pandemia económicamente más que nadie. La hostelería también ha salido muy mal parada, creo yo. Y seguro que otra persona de cualquier otro gremio lee esto y piensa que ella también, porque la verdad es que nos han jodido vivos a todos. La mayoría de los que nos dedicamos a la música no somos millonarios ni tenemos demasiado margen para mover la cintura, así que dos años sin ingresos son algo muy chungo. En mi caso, como tengo el formato acústico he podido ir por ahí a defenderme, y tengo además dos repertorios, el de Los Enemigos y el mío. Con el mío hemos ido David [Krahe, músico habitual de Santiago en solitario y también, desde 2019, guitarrista de Los Enemigos] y yo a tocar con aforo reducido, mascarillas y la gente sentada, que no ha sido tan traumático, y hemos tenido algo de trabajo para ir tirando. Pero conozco casos realmente dramáticos.
En la canción Un tío cabal, de Los Enemigos, resumía la juventud del hombre como beber vino a la hora de comer y buscar mujer por la noche, frente a la edad adulta, en la que se busca mujer a la hora de comer y se bebe vino por la noche. Con 56 años, ¿lo sigue viendo así? Tampoco pretendía sentar cátedra. Hay mucha gente para la que la vida sí que ha sido eso, pero, vamos, mi idea era criticarlo. Es una canción feminista, de alguna manera. Realmente no sé muy bien cuál era mi intención cuando la escribí, porque es una canción de 1988 y esto que digo es algo que pienso ahora. Lo que dice la letra podría ser la visión y el discurso de una señora mayor que llevara mucho tiempo casada.
Cuando Los Enemigos se reunieron en 2011, ¿lo veían como algo puntual o ya esperaban seguir adelante, como han acabado haciendo? Nos juntamos sin tener ningún plan. Simplemente íbamos a hacer un bolo por el que nos pagaban muy bien, pero no sabíamos qué iba a pasar luego. Lo más seguro era que no pasase nada, pero, no sé, empezó a gustarnos y hasta aquí hemos llegado. Estamos a gusto, trabajamos a gusto juntos, vamos a gusto en la furgoneta, seguimos componiendo, nos encontramos bien… Entonces no vemos motivos para dejarlo. Si estamos a gusto, la cosa funciona, ofrecemos buenos espectáculos y grabamos buenos discos, ¡coño, pues seguimos! No nos resulta forzado, impostado, ni nos cuesta ningún trabajo. Sale de manera natural. Lo que ahora sí vemos con una perspectiva distinta son los 10 años que pasamos sin trabajar juntos, que han sido como un recreo largo.
Bestieza es el primer álbum que graban en 30 años sin el guitarrista Manolo Benítez, al que ha sustituido David Krahe. ¿Fue una ruptura difícil? Estas cosas nunca son fáciles. Pero bueno, Manolo está con Porretas, David está con Los Enemigos y eso es lo que importa. ¡Importa que David esté con Los Enemigos, digo! Que Manolo esté con Porretas, pues bueno…
¿Le sorprendió que prefiriese estar con Porretas? No, la verdad es que no. Me pareció un movimiento totalmente natural y con mucho sentido. Pienso que está muy bien ahí. Con Fino [Oyonarte, bajista] y con Chema [Animal Pérez, batería] creo que tenía una buena relación, pero conmigo, desde luego, nunca. No había más que vernos en el escenario, cada uno iba a su bola.
Sus letras han ido adquiriendo un carácter más poético con los años. En Bestieza, por ejemplo, llaman la atención Sacrilegio sideral o Rey pescador. ¿Teme exigir mucho al oyente o defiende que las canciones tengan significados abiertos? No es que se trate de un jeroglífico. Lo que intento, sobre todo, es que las letras tengan sentido para mí. Doy por hecho que, si lo tienen para mí, lo tendrán para unos cuantos más, aunque eso no quiere decir que tengan un solo sentido. Pueden tener muchos o simplemente tocar de manera indefinida la fibra sensible. Según yo lo veo, no tienen que ir de una cosa o de otra. A mí los letristas que me gustan suelen ser muy poco concretos, con alguna excepción como Ray Davies, que es un tío más costumbrista, o Randy Newman. Con Lou Reed o Neil Young, muchas veces no sabes muy bien de qué están hablando, pero no importa, porque te llega. Con Frank Zappa, que es otro artista que me encanta, pasa lo mismo, o con Jimi Hendrix. Más que saber de qué van, me gusta que las canciones me pongan a trabajar la imaginación.
Tiene programada, de hecho, una clase de escritura de canciones este curso en la Escuela de Escritores. ¿Hay algún consejo clave que planee dar a tus alumnos? No sé muy bien qué voy a hacer. Imagino que cogeré cinco canciones que me gusten y las analizaré. Pero si hay algo que tengo claro es que no hay realmente una clave. Lo único importante que hay que saber es que las canciones siempre están mucho más cerca que donde uno va a buscarlas. Esa es la única pauta y el único patrón que reconozco en todo lo que he hecho. No me siento tampoco yo muy autorizado para hablar de esto, la verdad.
¿Por qué no se siente autorizado? Porque soy muy caótico. Estoy muy seguro en mi caos, no es una inseguridad, todo lo contrario. Pero claro, ¡vete a enseñarle el caos a nadie! No hay un método, no hay nada. El desorden y el caos son mi medio natural, donde me muevo yo. Ahí he estado toda la vida y, a estas alturas, no voy a salir. No tengo planes, ni horarios, ni expectativas, funciono así.
En los días previos a las elecciones del pasado mayo en Madrid llamaron a sus seguidores en redes sociales a “parar al fascismo” y votar. ¿Le sorprendió ver a una figura histórica del rock español como Sherpa, excantante de Barón Rojo, apoyando a Vox? Lo de Sherpa es un poco flipante. Cada uno es muy dueño de lo que piense, claro, pero creo que el rock & roll es todo lo contrario de lo que puedan predicar Vox o el PP. Y no es que tenga que ser de izquierdas o tenga que ser de nada, pero, para mí, el rock sí que significa una ausencia de ortodoxia. ¡Da cosa decir “libertad”, después de lo manoseada que han dejado a la pobre! Parece que la libertad ahora es poder tomarse una caña o ponerte en la puerta de alguien a gritar. En mi opinión, la libertad tiene más que ver con el respeto al otro. Y lo cierto es que del PSOE hacia la derecha no se respeta una mierda.
¿Cómo se vería creciendo en el Madrid actual? Seguramente me hubiera ido al campo y me hubiera hecho pastor. Ya estuve a punto de hacerlo en su día, así que imagínate ahora. Sigo yendo mucho a mi barrio [Puerta del Ángel], porque allí todavía vive mi madre y voy a visitarla, pero es bastante sorprendente, porque era un barrio obrero. Y, bueno, lo sigue siendo, según te vas alejando del paseo de Extremadura. ¡Ahora a esa zona la llaman Brooklyn y todo! Es tremendo, pero qué le vamos a hacer. El centro de Madrid actualmente parece lo mismo que el centro de Barcelona, de París o de Berlín. Un puto aeropuerto, eso es lo que parece.
Hablábamos al principio de las enfermedades profesionales. Tú has contado en varias ocasiones que sufriste adicción al alcohol y a la heroína. ¿Crees que hay una presión social o cultural en el mundo de la música a la hora de consumir drogas? No, no creo que las adicciones, al menos en mi caso, vengan de ahí. Esta forma de vida puede que las alimentara, pero estaban ahí de antes. Yo peleé con esas adicciones desde antes del primer disco, desde muy jovencito. Pero si me hubiera metido a trabajar en una oficina quizá hubiera sido peor, no lo hubiera aguantado bien y me hubiera ido a un poblado cagando leches la primera semana. Es verdad que [la música] es un mundo donde hay mucho alcohol y muchas drogas, que se presta a la fiesta y que algunos aguantamos peor que otros, pero yo ya venía curradete del barrio. El otro día, hablando con Javier Andreu, de La Frontera, que ha tenido un caso parecido al mío, llegamos a la conclusión de que la música nos ha venido bien. No nos ha mandado a ningún pozo, sino que nos ha sacado. Ahora mismo, si tenemos una temporada con trabajo, somos conscientes de que no podemos permitirnos según qué homenajes, así que llevamos una vida sanísima. Me encontré a Javier Andreu en chándal porque venía de correr y yo estaba haciendo flexiones, ¡nos dio un ataque de risa del copón al encontrarnos! Todos esos bolos al final requieren de una exigencia tanto física como intelectual, pueden desgastar mucho si no estás en forma. Eso nos ha salvado, yo creo. No estaríamos tan estupendos con este montón de años que tenemos.
En tu discografía es muy recurrente el tema del doble oscuro, que aparece en canciones como Por la sombra, Real o Vida inteligente. ¿Ese interés en el tema viene de tu experiencia de aquellos años? El tema del doble, en general, es muy recurrente en literatura. No sé si mi interés puede venir de ahí, pero yo lo de las drogas lo tengo más que hablado y más que trillado. Me importan tres cojones, no consumo y no pierdo el tiempo pensando en ellas. No tienen nada que ver con las letras que hago ahora.
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