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“First Dates’ es el sueño de cualquier sociólogo”: los secretos del programa que no entiende de clase, sexo ni raza

Decenas de miles de solteros avalan el programa de citas más famoso de la televisión, que se ha hecho un público fiel retratando al español de a pie y está a punto de cumplir 10 años

Para llegar a la verdad de First Dates, el programa de citas más famoso de la televisión, hacen falta muchas mentiras. Las citas no se graban de noche y, más que cenas, son almuerzos porque se sirven a las once de la mañana. El restaurante, donde se conocen los solteros, está lleno de cámaras, micrófonos y figurantes y nadie paga la cuenta con su dinero. Tras el maître y los camareros hay un equipo de cien personas encargado de preparar y sacar máximo partido a las citas. Pero cada vez que dos desconocidos se sientan a compartir vivencias, discusiones o confesiones lo hacen con una sinceridad única en televisión. Desde su estreno en Cuatro, a base de emitir de lunes a jueves dos episodios en horario de máxima audiencia, el formato ha derribado prejuicios sobre los realities y ganado el interés de un público transversal, que asiste al espectáculo con la curiosidad de quien no puede resistirse a escuchar la conversación de la mesa de al lado. De escritores y académicos a youtubers y raperos, el público ha encontrado en el programa un reflejo de la sociedad española en su diversidad. Todo un fenómeno social en el que el amor es, casi siempre, lo de menos.

La salsa del programa son las conversaciones entre los daters, como llaman a los solteros. En uno de los últimos episodios, Toñi y Manuel, dos jubilados cordobeses, resumían sin querer el espíritu de los casi diez años que lleva en emisión:

—¿Qué te he parecido de primeras?

—Bien, un hombre normal.

—¿Cómo que normal? Yo soy súper especial.

—Bueno, es que ser una persona normal ya quiere decir mucho.

Esa “persona normal”, sin grandes expectativas, pero con ganas de compartir su vida, es el corazón del formato. También uno de sus mayores retos. La normalidad es una noción más bien escurridiza y retratarla en horario de máxima audiencia, todavía más. Quizá por eso la localización idónea para rodar el programa sea un polígono industrial en San Sebastián de los Reyes, aunque cuando lo visitamos un lunes de octubre a las diez de la mañana, no parece a priori lugar ni momento para el amor. Se ven muchos coches y pocos peatones, todos arrancando la semana. Entre concesionarios y fábricas de tuberías, aparece un bloque que podría confundirse con el resto si no fuera por la gente que se agrupa en la puerta. Un hombre mayor y una chica joven vapean y charlan vestidos de gala, calientan para el que será su cometido el resto del día: hablar durante horas sin que nadie los escuche. Son los figurantes que rellenan el restaurante de First Dates y que, a esa hora, salen a estirar las piernas y ver cómo aparcan los ejecutivos. Cuando llega Carlos Sobera (65 años, Barakaldo) se hacen señas y discuten cómo se lo habían imaginado al verlo por la tele.

En cuestión de minutos, Sobera se enfunda su característico traje azul y se coloca en su puesto de trabajo: la barra del bar. Sobera es maître, presentador y guardián del programa desde que se empezó a emitir el 17 de abril de 2016, adaptando la idea original del canal británico Channel 4. Su papel, recibiendo a los daters y charlando con ellos, es clave para que se vuelquen en la cita. “España es un país con pocas riquezas, pero una de ellas es su gente. En la diferencia somos todos iguales”, sentencia. Su historia con el programa, su relación laboral más longeva, también es, a su manera, una historia de amor. “Llegar aquí fue absolutamente liberador, necesitaba un cambio radical. Yo estaba encasillado haciendo concursos con el famoso movimiento de cejita”. Antes había sido actor e incluso profesor de Derecho. “Fijate, ya allí me interesaba más en dar voz y protagonismo a los estudiantes para que se sintieran importantes”, añade. Es lo que hace en First Dates, cualidad que considera esencial: “Cada soltero me interesa de verdad y esa curiosidad no se puede fingir. Si no, no funcionaría”.

A lo largo de estos diez años, reconoce, se ha sensibilizado con todos los modelos de relaciones, sexualidades, identidades y discapacidades que han pasado por allí. First Dates también le ha llevado a presentar otros realities de Mediaset, pero sigue fiel al origen. “Es la masa madre. Los demás tienen más show, son más grandilocuentes y subrayan mucho las emociones, pero este es personal y cercano”, dice con tono cansado. Antes, había cancelado la entrevista dos veces, la primera porque tenía que disfrazarse de Drácula para el especial de Halloween y la segunda por una afonía grave. No para. ¿Está dispuesto a seguir ahí hasta retirarse? “No sé si aguantaría diez años más, pero cita a cita y partido a partido. La verdad es que se ha convertido para mí en un fetiche maravilloso”.

First Dates le ha llevado a competir con Pablo Motos, David Broncano y El Gran Wyoming en la misma franja. A lo largo de su historia, el programa se ha mantenido relativamente estable en torno al 8% de share y este verano incluso saltó a Telecinco, con buenos resultados, para salvar la sequía a su access prime time, entre las 21:30 y las 22:30. “Cuando la gente llega, ya ha visto los informativos y las entrevistas nocturnas son muy parecidas, se van turnando los invitados e incluyen cada vez más contenido político. En ese desierto... Bueno, no, ¡todo lo contrario! En esa rica plantación de uvas, nosotros somos un melocotonero. Ofrecemos un contenido actual y relajante que te permite no comerte la cabeza y del que, además, puedes entrar y salir. No te obliga a seguirlo de manera obsesiva”, concluye antes de empezar el día de grabación. Atravesando la puerta de la cocina que tiene detrás, Isabel Navarro, productora ejecutiva y directora de casting, enseña los entresijos necesarios para mantener ese melocotonero.

“Grabamos durante todo el año como un engranaje perfecto. No puede pasar mucho tiempo entre grabación y emisión, porque tenemos que estar muy cerca de la sociedad y eso necesita actualidad”, comenta. Sube las escaleras de la redacción mientras navega por un mar de trabajadores. El departamento lleva siempre un ritmo frenético. “No paramos, seguimos incluso cuando estamos fuera. Es pura deformación profesional. En el metro, en verano o en un garito te encuentras a perfiles muy particulares y les propones venir”. Solo así consiguen los más de 21.000 solteros que han pasado por allí, 40 parejas a la semana, con un 65% de “aciertos”: los que dicen que tendrían una segunda cita. Todos siguen igual protocolo, completan un formulario sobre sus gustos y, en función a eso, se agendan las citas. La mayoría no vuelve al programa, First Dates es inicio y final de su andadura televisiva. “Son los 15 minutos de fama de Andy Warhol. No se exponen tanto”, explica. En la sala de control, esos 15 minutos se seleccionan casi en directo. “No hay trampa ni cartón, enseñamos lo que pasa y creo que por eso la gente confía en nosotros. Casi todo el mundo conoce a alguien, aunque sea de lejos, que ha venido”, añade. Al fondo, se escucha ya a las daters del día, que suben las escaleras con maletas cargadas de opciones de vestuario que traen de casa.

Esas escaleras han visto subir a perfiles de todas las edades, nacionalidades, gustos e ideologías. Cristian (Argentina, 47 años) y Cristina (Madrid, 41 años) fueron de los primeros en hacerlo, para uno de los pilotos del programa. No sabían a qué iban, ni si se iba a emitir, así que se entregaron al vino y a la aventura. Desde allí todo fue rápido, el episodio se estrenó la semana siguiente y ella se fue a Málaga. Se casaron y fueron los segundos en alumbrar a la Generación First Dates, que ya cuenta con 11 niños. Guardan la cita en DVD y aseguran que se la pondrá a su hijo cuando sea mayor. “Sabe que nos conocimos allí y ya es un loco de la tele, le encantan los concursos”, cuentan.

A Carlos (Madrid, 24 años) también le encanta la televisión, siempre había querido verse en pantalla y, como estudiante de medicina, pensó que First Dates era su única oportunidad. Los 100 euros que ofrecen en compensación por el día de trabajo perdido tampoco le venían mal. En la cita no hubo química con el otro chico, que le rechazó por defender las relaciones abiertas. Al acabar la grabación, el resto de solteros invitaron a su pareja a reconsiderarlo y finalmente se fueron juntos a gastar los 100 euros en unas copas. Siguieron quedando unas cuantas semanas hasta que el fuego se apagó.

A Ignacio (La Llagosta, Barcelona, 85 años) tampoco le salio bien la primera cita. Pero, dice, es un hombre “de mundo corrido” que ha probado todo tipo de trabajos: ferretero, taxista, detective privado. Así que volvió al programa y conoció a Juanita, con quien ha estado viviendo entre Valladolid y Barcelona año y medio, hasta que los celos de ella, asegura, acabaron con la relación. De vez en cuando siguen quedando algunos fines de semana, lo máximo que dice que pueden pasar sin pelearse.

Con todos ellos se construye el gran mosaico que First Dates ofrece para conocer los gustos, inquietudes y rarezas de todo un país. Revisar su primer episodio es todo un viaje en el tiempo: sonaba Andy y Lucas, había blogueras empedernidas, hombres que se definían como gay vintage y se discutía sobre la dificultad de hacerse selfis en Instagram. Desde entonces, los medios han ido recogiendo listas de los mejores perfiles del programa: desde Platania Aeternum, que se describía como una persona “adimensional”, a Med, el gymbro que hacía mansplaining sobre salud a una chica que había estudiado medicina, pasando por Jesús, el impostor que se presentó en cuatro ocasiones con pelucas y disfraces para engañar al programa, o Noaly, una mujer con sobrepeso que no quería estar con “chicos gorditos” porque decía que “panza con panza, la picha no alcanza”.

También ha pasado todo tipo de artistas, que lo utilizan como una herramienta promocional. La última y más viral fue la rapera BB Trickz, pero hace años ya lo hizo la escritora y filósofa Elizabeth Duval. En una entrevista con ICON, explicaba que un artista debía sumergirse “en la sociedad del espectáculo” sin separar entre alta y baja cultura. Performances y personalidades a un lado, es innegable que las citas más comentadas siguen abriendo, todavía hoy, debates latentes en la sociedad. ¿Es compatible ser homosexual y de derechas? ¿Es retrógrado que una mujer cambie de religión por un hombre? ¿Se sigue practicando sexo a los 92 años?

Este retrato social en constante evolución se convirtió en la llave para conquistar a todo tipo de público: desde el que pasa haciendo zapeo y, aunque se resista, se acaba quedando, al espectador fiel que ya lo ha incorporado a su rutina. Entre sus admiradores más ilustres se encuentra Luis Landero, Premio Nacional de las Letras en 2022, que ha reconocido en varias ocasiones que se inspira en el programa para crear personajes de novelas como Una historia ridícula (Tusquets, 2022). “Me parece un regalo para un escritor. Habría que pagar. Es bueno… Lo que cuenta la gente, qué piensa, cómo hablan”, comentaba en una entrevista para EL PAÍS. Joan Tahull Font, doctor en Sociología y profesor de la universidad de Lleida, comparte el entusiasmo: “First Dates es el sueño de cualquier sociólogo”. Este mismo año ha publicado un estudio sobre el impacto que tiene en las personas mayores. “Mucha gente de la academia piensa que no es digno de análisis y a mí al principio también me parecía frívolo, pero todo artefacto cultural da pistas de la sociedad que lo crea”, explica. Lentamente comprobó que se iba colando en las conversaciones de distintos grupos, desde sus estudiantes a sus amigos, y despertó su interés.

Sobre todo, destaca la capacidad que el programa tiene, en tiempos de reduccionismo algorítmico, de invitar al espectador a descubrir grupos sociales distintos al suyo. “El gran problema al que nos enfrentamos es la individualización. Nos encerramos en los microgrupos y la comunicación es cada vez más tangencial, huimos de la presencialidad. Ante eso, el programa propone un acercamiento entre perfiles diferentes y ofrece una ventana para que el público lo descubra”. En su estudio, Tahull analiza el impacto que tiene en las personas mayores y destaca que, aparte de descubrirles un mundo nuevo, también les ayuda a socializar con su familia. “Es un cierre amable del día, un mantra que se repite. Siempre es igual y eso es justamente lo que espera el público. Además, ofrece distintos temas que generan una conversación fácil”.

Lo más sorprendente es que, aparte de los jubilados, principales consumidores de televisión, el programa también ha conquistado a los jóvenes. Los momentos más destacados se viralizan en formato reel o TikTok y triunfan entre los creadores de contenido. El streamer Ibai, por ejemplo, grabó su versión del programa en el mismo plató. Surgen con frecuencia perfiles dedicados exclusivamente a comentarlo con sus seguidores. Fran Luceño, youtuber de 21 años, lleva meses haciéndolo. “Los vídeos funcionan bien porque se consumen muy fácil y a diario. A la gente le gusta la idea de compartir con otros estos programas, quieren esa compañía diaria”, cuenta. Él empezó viendo el programa de vez en cuando con sus padres, pero después de abrir su canal, que cuenta con 500.000 seguidores y considera “casi un trabajo”, comprendió que podía crear una comunidad de gente que, pese a no ver la televisión, quisiera consumir sus contenidos. “Cada episodio te hace ver los tipos de personas que hay en el mundo”, añade.

Entre pantallas de televisores y ordenadores, First Dates se ha convertido en una especie de sustituto de aquella plaza del pueblo donde viejos y jóvenes coincidían y se miraban con curiosidad. Aunque, para Tahull, ese lugar de encuentro virtual sea más particular: “Sería como el ágora, sí, pero mucho más global y sin sus reglas. En la presencialidad hay muchas normas, mides lo que dices. Sin embargo, a los solteros la pantalla les da la confianza para lanzarse sin miedo a compartir sus realidades, como un confesionario. En la vida real no nos expresamos en absoluto así. Es una ficción que consigue revelar la realidad”. Una reflejo de la sociedad que, por momentos, llega a ser incluso más real. Como mediador entre todas esas capas, Sobera prefiere resolver la paradoja tirando de su vocación literaria: “Es el espejo más grande y con más profundidad de nuestras almas, el lugar donde comprender todas las formas de ser, pensar y actuar de este país. Seguimos a cada pareja porque es una forma de reconocernos, de entendernos a nosotros mismos”. Y, para semejante cometido, poco importa que la cuenta sea de mentira.

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