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“O no tenía miedo o estaba loco”: Buster Keaton, olvido y rescate de la estrella más influyente de Hollywood

Nació hace 130 años, pero su legado interpretativo ha permeado hasta las nuevas generaciones y su azarosa vida ha dejado una lección sobre cómo funciona la fama, la industria y el amor del público

“Buster ha estado conmigo y siempre lo estará”, reconoce Johnny Knoxville en el documental de Peter Bogdanovich El gran Buster, que este mes reestrena el canal Historia y vida, unos días antes del 130 aniversario de su nacimiento. A priori, no parece que el actor, alma de la gamberrísima Jackass, tenga mucho que ver con la estrella del cine mudo Buster Keaton (Kansas, 1895- Los Ángeles,1966), pero Knoxville le señala como una de sus principales referencias y confiesa que una de las secuencias de Jackass en la que más cerca estuvo de morir fue la que emulaba la célebre caída de la fachada de El maquinista de la general (1926).

Tanto Knoxville como Keaton la rodaron sin ningún truco. Keaton, que nunca usaba dobles para sus peligrosísimas escenas de acción, utilizó una fachada auténtica de dos toneladas y un clavo en el sueño como única señal de dónde debía situarse; si se hubiese movido apenas un par de centímetros, el resultado podría haber sido dramático. Es una secuencia clásica que han homenajeado Jackie Chan, Shrek y hasta Los Simpson. Para añadir peligrosidad al asunto, estaba atravesando el fin de su matrimonio y habían empezado a beber. Los que estaban allí dicen que ese día le daba igual morir. Pero nadie murió.

Sí resultó herido en otras ocasiones. Durante el rodaje de La casa eléctrica (1922), su zapato se atascó en una escalera mecánica y le aplastó el pie; en La ley de la hospitalidad (1923), casi se ahoga en una secuencia en el río. En El maquinista de la general, un cañonazo lo dejó inconsciente. Se rompió la nariz en esta misma película. Y el cuello, filmando una escena para El moderno Sherlock Holmes (1924), pero se levantó y siguió rodando como si nada. El accidente que tuvo consecuencias más graves lo sufrió no en un plató, sino durante la Primera Guerra Mundial, cuando una infección de oído estuvo a punto de dejarlo sordo. Sus compañeros alababan su alta tolerancia al dolor; Mel Brooks, otro actor y director aficionado al humor físico, lo resume a su manera: “O no tenía miedo o estaba loco”.

Brooks copió de él la ruptura de la cuarta pared, presente en toda la filmografía del director de El jovencito Frankenstein. Y John Watts, director de las películas de Spiderman de Tom Holland, afirma que para lograr expresividad con los escasos recursos faciales que permite la máscara del hombre araña, se empapó de la filmografía de Keaton. Es imposible explicar a cuántos creadores ha influido uno de los autores más relevantes de la historia del cine, pero algunos son especialmente reseñables o curiosos: Woody Allen y Christopher Nolan se inspiraron en Un moderno Sherlock Holmes para La rosa púrpura de El Cairo e Inception; George Lucas basó aspectos del odiado Jar Jar Binks en la actuación de Keaton.

También reconocen su influencia actores como Oscar Isaac, que se basó en él para su papel en A propósito de Llewyn Davis. Y es una referencia para intérpretes tan dispares como Adam Driver, Awkwafina o Danny Glover. En su época hubo quien asoció su aparente hieratismo a falta de talento, pero Keaton se considera hoy una figura de referencia en la interpretación contemporánea. “Su minimalismo, estoicismo y lirismo trascendieron el siglo XX y se pueden apreciar en la pantalla ahora, quizás más que nunca” se leía en un artículo publicado por la BBC en 2022 titulado Buster Keaton es el actor más influyente hoy

Esa manera de interpretar que le valió el sobrenombre de “Cara de palo” o “Pamplinas”, como se le conocía en España, venía de su infancia, de cuando descubrió, siendo casi un bebé, que si se reía cuando sufría algún infortunio, el público se reía también, pero si permanecía impasible, los espectadores se descacharraban. Y él estaba dispuesto a cualquier cosa por conseguir la mayor carcajada. Pero no todo fueron risas en su vida. Uno de los mayores genios de la historia del cine acabó ingresado en un hospital psiquiátrico, refugiándose en el alcohol tras ser destrozado por el sistema de estudios y vinculado con el mayor escándalo de Hollywood, el que cambió para siempre la industria del cine.

El espectáculo más bestia de la historia del teatro

Keaton era hijo de Joe y Myra Keaton, dos actores de vodevil que aprovechaban sus espectáculos para vender medicamentos sin receta, algo habitual en la época. Después de que con pocos meses estuviese a punto de morir asfixiado en un baúl de disfraces mientras sus padres actuaban en el escenario, empezaron a dejarlo en casa, pero fue peor: el inquieto Keaton perdió un dedo y fue arrastrado por los aires por un ciclón, con lo que sus padres tomaron la decisión de volver a llevarlo con ellos, pero incorporándolo a sus espectáculos para no perderlo de vista. “En cuanto pude valerme por mí mismo, mi viejo me puso zapatos deportivos y pantalones anchos. Y empezó a hacer bromas conmigo, sobre todo a patearme por todo el escenario o a agarrarme por la nuca y lanzarme. Para cuando cumplí unos siete u ocho años, nos llamaban ‘el espectáculo más bestia de la historia del teatro”.

Su capacidad para mantener la expresión facial le valió el sobrenombre de “Buster”, algo así como “chico duro”. El número estelar consistía en lanzar al pequeño por los aires, a veces contra el suelo, otras contra la pared o incluso contra el público, y para ello su padre le cosió un asa de maleta a la ropa. Lo anunciaban como “El niño pequeño que no puede ser herido”, pero la Sociedad Gerry, una asociación que intentaba velar por los derechos de la infancia, no lo tenía tan claro y los colocó en su punto de mira. También otros actores cuestionaban sus métodos. La gran Sarah Bernhardt se escandalizó cuando lo vio. “¿Cómo pueden hacerle esto a este pobre chico?”, se preguntó.

Para evitar a la Sociedad Gerry, intentaban hacerle pasar por un enano. A veces funcionaba, pero otras acababan en comisaría. “Nos arrestaban cada dos semanas”, confesó. “Una vez me llevaron ante el alcalde de Nueva York y los médicos municipales me desnudaron para examinarme en busca de fracturas y moretones. Al no encontrar nada, el alcalde me dio permiso para trabajar”. Sin embargo, él disculpaba a su padre. “No era un mal tipo. Siempre me advertía ‘aprieta el culo’ antes de tirarme”. En 1914 declaró al diario Detroit News: “El secreto está en amortiguar la caída con un pie o una mano. Es un don. Empecé tan joven que aterrizar bien es algo natural para mí. Varias veces me habría matado si no hubiera podido aterrizar como un gato”. Aun hoy cuesta creer que no había trucos ni efectos especiales tras alguna de sus acrobacias imposibles, como agarrarse a un tranvía en marcha.

Aquel estilo de vida itinerante no le permitió acudir a la escuela. O sí, pero un solo día. Distrajo tanto al resto de los alumnos que lo invitaron a no volver y empezó a estudiar en casa. La familia aumentó y el número de circo de Los Tres Keaton pasó a ser Los Cinco Keaton. El dinero llegaba sin problemas, se compraron una casa y, a los 12 años, Keaton ya tenía un coche que no podía conducir. Pero los problemas con el alcohol de su padre y su comportamiento cada vez más violento provocaron el final del grupo familiar y Buster se fue a Broadway.

Su éxito fue instantáneo y llamó la atención de la mayor estrella de la época, el rey de los cortometrajes cómicos, Fatty Arbuckle, el primer actor que cobró un millón de dólares por un proyecto. Se enamoró de las posibilidades del cine y renunció a su lucrativo contrato en el teatro por aparecer en los cortos de Fatty. Fatty pudo haberlo visto como un rival, pero fue su mayor promotor. Cuando se pasó a los largometrajes, envió una carta a 25.000 de sus fans en la que se leía: “Te envío una fotografía de Buster Keaton, el hombrecito de cara triste que solía trabajar en mis películas y a quien he seleccionado para seguir mis pasos y hacer comedias de dos rollos. Como sabéis, ahora estoy haciendo películas de comedia de cinco carretes, pero no abandoné las de dos hasta que estuve completamente seguro de que había encontrado un sucesor digno, alguien que pudiera haceros reír incluso más que yo”.

Keaton se convirtió en la mayor estrella cómica de la década de los veinte. Su sistema de producción consistía en tener una idea y pensar un final que muchas veces cambiaba, ya que no había guion porque, según sus palabras, “lo del medio se resolvía solo”. Grababa, enseñaba el material al público y, en función de la reacción, regrababa y regrababa hasta que ya no podía exprimir más risas.

El éxito le sonreía, pero no en su vida doméstica. Su matrimonio con su primera mujer, Natalie Dalmage, estaba llegando a su fin. Él llevaba una vida modesta y ella aspiraba a un lujo desmedido. Tras el nacimiento de sus hijos, dormían en dormitorios separados y empezó a frecuentar a otras mujeres. Dalmage pidió el divorcio y cambió el apellido de sus hijos por el suyo, algo que le destrozó. Al drama doméstico se le sumó el artístico. La transición al sonoro y su asociación con MGM, provocada por su confianza ciega en su productor (su cuñado Joe Schenk) le hicieron caer en el alcohol. Chaplin y Harold Lloyd, el otro genio de la comedia del cine mudo, le advirtieron que no se fuese a Metro porque coartaría su libertad, pero no hizo caso y cometió el que siempre consideró “el mayor error de su vida”.

En Metro Goldwyn Mayer no cabía la improvisación. Pasó de escribir sus guiones sobre la marcha a tener a 17 guionistas acotando todo lo que hacía. De rodar obras maestras como El moderno Sherlock Holmes, El maquinista de la general o El héroe del río a productos sin personalidad ni gracia. Perdió el gusto por su trabajo y el abuso del alcohol ocasionó pérdidas económicas para la Metro. Las ausencias de Keaton le costaban a la compañía 3.000 dólares al día.

Tras una crisis mental, le internaron, pero según cuenta el documental So Funny It Hurt, se escapó de una camisa de fuerza gracias a los trucos aprendidos del mago Harry Houdini cuando ambos compartían escenario en los tiempos del vodevil. Empezó a trabajar más tras las cámaras, escribiendo guiones para, entre otros, Los hermanos Marx.

Mientras era paulatinamente olvidado en EEUU, se refugió en Europa, donde rodó películas que no se veían en Norteamérica y cuya calidad era cuestionable. Algunas veces eran proyectos tan fascinantes como inexplicables. Como su colaboración con el dramaturgo Samuel Beckett en el documental de 1965 Film. Como a tantas estrellas de cine mudo, lo rescató la televisión, un fenómeno emergente que llegaba a todas las casas. Gracias a su aparición en concursos y especiales y a sus trabajos publicitarios, Estados Unidos le redescubrió y volvió al cine. Tuvo un brevísimo papel en El crepúsculo de los dioses (1950), en El mundo está loco loco loco (1963) y en Golfus de Roma (1966), su última película. Aunque la más destacada de su última época fue Candilejas (1952), donde coincidió por primera vez con Charles Chaplin.

“Chaplin le trató como un rey”, reconoció su última mujer. Eleanor Norris, una bailarina 23 años más joven que él. Lo conoció en el peor momento de su vida, cuando se había declarado en bancarrota y vivía con su madre, y fue su gran amor. Lo cuidó, se aprendió todos los números para actuar con él en Europa y protegió su legado. Estuvo con él hasta el último día. Keaton había trabajado hasta el último momento y estaba ya tan enfermo por el cáncer que en su última producción, un anuncio ​​para la Asociación de Seguridad de la Construcción de Ontario tenían un doble preparado por si fallecía durante el rodaje.

En 1965, un año antes de fallecer, acudió al festival de Venecia, donde recibió una ovación, la más larga del festival hasta entonces según cuentan las crónicas. Y lloró. No sabía que era tan querido. Le aplaudían por películas que había rodado hacía 50 años, pero cuya maestría seguía vigente. Era uno de los mejores directores de la historia del cine, pero, sobre todo, era un superviviente. “No puedo compadecerme de mí mismo”, declaró en el Festival. “Todo demuestra que si te quedas en la feria el tiempo suficiente, tendrás otra oportunidad de ganar el premio gordo. Por suerte, me quedé”.

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