¿Sueña la tecnología con machos alfas con sentimientos?

Me aferro a algo que me dijo hace poco un hombre sabio: “La inteligencia artificial no es lo suficientemente sutil como para decirte qué hacer, ese es un campo que a nosotros se nos da demasiado bien”

De la película Electric Dreams casi todo el mundo recuerda la fantástica banda sonora de Giorgio Moroder, pero además también ofrecía una trama profética sobre la inteligencia emocional de un ordenador.

Es imposible no experimentar una vaga sensación de familiaridad al ver a Diego Luna, nuestro hombre de portada de junio. O en realidad la sensación es muy concreta: en España lo conocimos en 2001 con el estreno de Y tu mamá también y, desde entonces, este mexicano pasó de perfecto desconocido a estrella cercana, como una especie de atractivo amigo al que no ves mucho pero siempre tienes presente. Se trataba, claro, de un espejismo. Un fenómeno provo...

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Es imposible no experimentar una vaga sensación de familiaridad al ver a Diego Luna, nuestro hombre de portada de junio. O en realidad la sensación es muy concreta: en España lo conocimos en 2001 con el estreno de Y tu mamá también y, desde entonces, este mexicano pasó de perfecto desconocido a estrella cercana, como una especie de atractivo amigo al que no ves mucho pero siempre tienes presente. Se trataba, claro, de un espejismo. Un fenómeno provocado por nuestras ganas de tener ídolos que se parecieran más a nosotros que Ben Affleck o Brad Pitt. Y, sin embargo, es igualmente imposible no sentir cierta satisfacción por el hecho de que, gracias al universo Star Wars, Luna se haya convertido en una estrella de Hollywood. Una estrella tipo A, como dicen allí, pero que sigue sonando a Diego Luna, un hombre comprometido con el mundo y con su intensa biografía y que no teme reflejarlo en su trabajo. En Andor, la precuela de Rogue One cuya segunda temporada rueda estos días, el mexicano explora asuntos espinosos como la complejidad de una revolución, por loables que sean sus motivos: “Es imposible no hablar de oscuridad, de contradicciones morales, de constantes errores”, le dice a Iñigo López Palacios en una entrevista que da gusto leer.

La historia de Diego Luna tiene cualidades humanas eternas —amor, tragedia, triunfo, aprendizaje— y lo pensaba leyendo sobre la visita a Madrid de Sam Altman, el rey de la inteligencia artificial. Hablo del consejero delegado de OpenAI, o sea el hombre que controla ChatGPT, o sea el magnate de Silicon Valley que podría hacernos cambiar de opinión sobre los magnates de Silicon Valley. “Si esta tecnología va mal, podría ir bastante mal”, advirtió el directivo de 38 años al Congreso de EE UU el pasado mes de mayo. La intervención de Altman, que apuesta por regular su propio invento a nivel estatal, fue contemplada por los observadores del mundo corporativo como la llegada de un mesías: alguien poderoso, pero, por una vez, también preocupado por las consecuencias de sus inventos más allá de los beneficios económicos de la proverbial disrupción.

“Es como un Elon Musk menos enloquecido”, decía el Financial Times sobre el brillantísimo Altman, que no invierte en barcos de vela gigantes que obligan a desmontar puentes para poder pasar (como casi le ocurre a Jeff Bezos al botar su nueva embarcación en Róterdam), sino en fusión nuclear y computación cuántica. Al contrario que Bezos, Zuckerberg y compañía, de momento Altman no tiene acciones en OpenAI y ha limitado los dividendos para inversores externos, una serie de movimientos dirigida a proteger un proyecto de tanta trascendencia de empellones especulativos.

Es difícil de creer que haya surgido un macho alfa de la tecnología con factor humano, pero ya solo la idea es una buena noticia y, tal vez, la confirmación de que estamos ante un cambio de época. Hemos llegado a tal extremo en nuestra admiración por esos héroes del emprendimiento capaces de cambiar el mundo y maximizar beneficios, y llevamos tanto tiempo adorando la hipereficiencia, que a mí solo me sale aplaudir lo contrario: esas chicas de TikTok que se levantan tarde y se jactan de no cumplir sus deadlines o toda dinámica de trabajo que escape a la sistematización.

Dicho todo esto, es fundamental aproximarse a ChatGPT como a una herramienta y no solo contemplarla como una amenaza si no queremos volvernos locos. Yo me aferro a algo que me dijo hace poco un hombre sabio: “La inteligencia artificial no es lo suficientemente sutil como para decirte qué hacer, ese es un campo que a nosotros se nos da demasiado bien”. De momento, este último número de ICON está lleno de historias humanas con ideas, piernas, ojos y arrugas humanas. Incluso familiares. Espero que lo disfrute.

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