El caso Benny Hill: ¿es lícito reírse hoy con este señor rodeado de mujeres en bikini?
A punto de cumplirse el centenario del cómico inglés, la serie cómica más exitosa inglesa durante casi cuatro décadas permanece hoy en un limbo entre la ironía y el mal gusto, pero arrasa en plataformas como YouTube
¿De qué se ríen los británicos? La pregunta es capciosa. Damos por supuesto que el suyo es un humor flemático, una fértil encrucijada entre agresión verbal, sarcasmo y sutileza. Que se ríen con los destellos de ironía exquisita de las comedias de los Estudios Ealing, con la torpeza solemne de Mr. Bean, con ...
¿De qué se ríen los británicos? La pregunta es capciosa. Damos por supuesto que el suyo es un humor flemático, una fértil encrucijada entre agresión verbal, sarcasmo y sutileza. Que se ríen con los destellos de ironía exquisita de las comedias de los Estudios Ealing, con la torpeza solemne de Mr. Bean, con el dadaísmo corrosivo de Monty Python o con el gracejo tribal de Nigel Planer y sus Los jóvenes.
La realidad, tal y como apunta el crítico teatral Charles Isherwood, es bastante más prosaica: el hombre que más (y mejor) hizo reír al Reino Unido tal vez fuese Alfred Hawthorne Hill, más conocido como Benny Hill (1924-1992). Isherwood, estadounidense y anglófilo, reconoce que gozaba con el humor “desvergonzado y procaz” de El show de Benny Hill (The Benny Hill Show), artefacto televisivo nacido a mediados de los cincuenta y que, contra todo pronóstico, sobrevivió en la parrilla, sin actualizarse apenas, sin edulcorar ni un ápice su fórmula incompatible con cualquier atisbo de corrección política, hasta 1989.
El humor nuestro de cada día
Isherwood sospecha que el de Benny Hill es el genuino humor británico de clase obrera, la risa cotidiana y cómplice de un país al que hace feliz regodearse en sus pequeñas miserias, mientras lo de Monty Python es “comedia aspiracional”, la ropa de los domingos. Para Isherwood, “Hill era un populista del humor que nunca perdió la conexión con sus raíces”. De ahí que su producto, como casi cualquier cosa que tenga verdadero arraigo, resultase francamente exportable: hasta 140 países emitieron la serie durante sus tres décadas de existencia.
El crítico elogia “su comicidad física, directa y preadolescente”, muy lejos “del elitismo con sello Oxbridge y los guiños a la tradición europea del teatro del absurdo” que elevaron a Monty Python a la categoría de fenómeno de culto. ¿Quién se reía con la broma simplona, rijosa e incorrecta de Benny Hill? Casi todo el mundo. Aunque sea con una de esas risas culpables que se congelan en la comisura de los labios. Empezando por Charles Chaplin y Michael Jackson, dos de los primeros fans ilustres que se atrevieron a romper la espiral de silencio y reconocer que se reían con Hill a mandíbula batiente.
Un purasangre del humor nacido en 1924
Si Benny Hill estuviese vivo, acabaría de cumplir 99 años (nació el 21 de enero de 1924). Falleció en su apartamento de Teddington, en las afueras de Londres, en abril de 1992. Murió solo, víctima de una trombosis coronaria sufrida frente al televisor, tras un atracón de pizza y fish & chips. A los 68 años era una estrella de la televisión en excedencia forzosa, después de que su programa fuese cancelado sin previo aviso en mayo de 1989.
Meses antes de morir, en verano de 1991, Hill protagonizó en Marbella su último cameo televisivo, su canto del cisne, como invitado de excepción en Las noches de tal y tal, el programa de ese otro histrión en horas bajas que era Jesús Gil. A Gil le entusiasmaba el comediante británico, al que consideraba un gran irreverente, un formidable gamberro, como él mismo, pero al parecer se conocieron y no congeniaron.
En una cena en un exclusivo local de Puerto Banús a la que asistió Juan Herrera, directivo de Telecinco, Gil se pasó de cordial con su (casi) homónimo Hill y le propinó un par de cachetes en la mejilla. El inglés no entendió el humor chabacano de Gil ni las libertades que se tomaba con sus mofletes. De aquel equívoco nació la idea de rodar un sketch un tanto pueril: Gil y Hill abofeteándose por turnos ante la cámara.
Se suponía que el británico, con residencia veraniega en Marbella desde 1969, iba a tener una sección fija en Las noches de tal y tal, pero aquello quedó en agua de borrajas tras el intercambio protocolario de bofetones. Concluido el verano, Hill volvió a Londres, se encerró en su piso de Teddington, sufrió un infarto del que se recuperó a duras penas y empezó a aislarse gradualmente del mundo.
Un tanto inquieto por la repentina desaparición de Hill, su agente Dennis Kirkland decidió acudir el día 22 de abril de 1992 a su casa. Allí, rodeado de platos sucios, revistas y cintas de vídeo, encontró el cadáver del humorista, que llevaba al menos 48 horas muerto.
Ajusticiamiento póstumo
Luego se publicó que Hill, deprimido por sus recientes problemas de salud y contratiempos laborales, se había negado a someterse al baipás coronario que los médicos le recomendaban y a recibir tratamiento por su insuficiencia renal o su obesidad mórbida. En palabras de Kirkland, “había optado por apurar sus últimos días viendo la tele y atiborrándose de comida basura”.
Tras su muerte, los tabloides británicos trazaron con un cierto regodeo la caricatura de un Benny Hill crepuscular, un pobre excéntrico, ruin, mezquino y solitario. Según ese retrato póstumo trazado con brocha un tanto gruesa, Hill había acumulado un patrimonio personal que superaba los 10 millones de libras, pero vivía como una especie de mendigo vocacional.
Parte de esta imagen se acabó de confeccionar en años posteriores espigando detalles de Divertido y peculiar, la un tanto maliciosa biografía del cómico que publicó Mark Lewisohn en 2003. En ella se afirma que el personaje arquetípico que encarnó en la comedia, el de un hombre de mediana edad pícaro, carente de atractivo y sexualmente frustrado, no se alejaba mucho del Benny Hill real, del que no trascendieron siquiera escarceos con sus actrices.
Lewisohn afirma que tuvo en su juventud alguna que otra “amistad romántica” no del todo correspondida y que hizo propuestas de matrimonio al menos a dos mujeres. En 1983, en una entrevista con The Daily Mirror, el cómico reconocía que no había tenido “suerte” en sus relaciones sentimentales, aunque él lo atribuía más bien a su obsesión por el trabajo y a su falta de interés por las actrices y modelos que lo rodeaban: “Las chicas más interesantes son las que trabajan en oficinas, tiendas y fábricas. Es allí donde están las mujeres bellas y sensatas, y ahí es donde quiero ir a buscarlas”.
Vacaciones en el mar
A este retrato tan deprimente habría que oponer las inquietudes y momentos de plenitud de un hombre que pasaba sus veranos con la panza en remojo y bebiendo sangría en la Costa de Sol (el periodista Lucas Martín lo describe como “una ardilla gigante, una barcaza bailoteando graciosamente por la avenida, una pelota de playa”, y se recrea “en la sonrisa pícara y las gruesas manos en forma de pinza” cuando describe sus paseos en plena canícula por Puerto Banús), o que viajaba con cierta frecuencia a Marsella (Francia), su ciudad preferida después de Londres, para apartarse del mundo y pergeñar nuevos gags, que anotaba en las servilletas de las cafeterías del puerto.
Hill cultivó a conciencia su imagen de eterno adolescente, y siempre lo recordaremos persiguiendo a mujeres semidesnudas a toda velocidad y con sonrisa de sátiro. Pero al parecer era un tipo cortés, razonablemente culto, y un hombre de negocios centrado y sensato, capaz de manejar con mano maestra durante décadas la multinacional del espectáculo en que se había transformado su programa. El golpe del que nunca acabó de recuperarse fue la retirada intempestiva de su programa en el momento en que más dispuesto se mostraba el cómico a enriquecer y rejuvenecer la vieja fórmula. Un directivo de la BBC, John Howard Davies, se reunió con él en primavera de 1989 y le comunicó que no iban a renovarle el contrato porque “le veían cansado, hastiado de su personaje y sin energías para intentar algo distinto”.
También citó una pérdida de audiencia del programa que era cierta, pero no alarmante. La verdadera razón, en palabras de Mark Lewisohn, es que la BBC “se había hartado de defender a Benny Hill de las cada vez más frecuentes acusaciones de vulgaridad y misoginia”.
Humor fuera de contexto
Años después, en 2007, la delegación estadounidense de la BBC decidió asestar una puñalada póstuma a su legado descartando las reposiciones de El show de Benny Hill. En opinión de la directora de marketing de la cadena, Amy Mulcair, el programa se había convertido en una reliquia de “la Inglaterra más anticuada y retrógrada, y no es esa la Inglaterra que queremos mostrarles a nuestros espectadores”. En absoluto afirmó que esa Inglaterra no exista o no haya existido. Solo dijo que no querían mostrarla.
El caso es que Benny Hill tuvo el raro privilegio de ser cancelado antes de que la llamada cultura de la cancelación se convirtiese en parte sustancial del paisaje contemporáneo. Nerea Pérez de las Heras, periodista, autora de Feminismo para torpes y mitad del podcast Saldremos mejores, se anima, pese a todo, a romper una lanza en favor del viejo Benny, con el que reconoce haberse reído en su infancia: “El humor depende del contexto”, argumenta, “y es cierto que ahora se sobreanaliza todo, algo que también puede resultar positivo, porque nos lleva a reflexiones que resultan enriquecedoras y nos invitan a revisarnos”.
En su opinión, Benny Hill “se reía del típico señor inglés rijoso del mismo modo que lo hizo décadas después Padre de familia con el señor blanco heterosexual estadunidense medio o Los Simpson con el concepto de familia nuclear”. Para valorar su aportación al mundo de la comedia, Pérez de las Heras precisa que “hay que entender la ironía”. Pero incluso sin entenderla, su humor descarnado y zafio “puede verse y disfrutarse”. Después de todo, tampoco es necesario “destilar de todos los productos culturales una lección moral, lo que hay que hacer es preocuparse del contexto social, político y cultural en que este tipo de humor puede ser normalizado”.
Aunque la mejor defensa que puede hacerse de Benny Hill tal vez sea insistir en su sorprendente vigencia. El programa dejó de emitirse hace ya 34 años, pero sigue siendo citado, recordado y reverenciado. Algunos de sus vídeos colgados en YouTube alcanzan más de ocho millones de visionados y forma parte del acervo pop de varias generaciones. Como prueba, lo que ocurrió en Londres el 6 de julio.
Ese día, un grupo de manifestantes celebraba frente al Parlamento la dimisión del primer ministro británico Boris Johnson. El ambiente era distendido y febril, casi chirigotero. El actor Hugh Grant sugirió que lo único que le faltaba a aquella verbena improvisada era que alguien pusiese la sintonía de El show de Benny Hill, aquel mítico Yakety Sax que algunos de ustedes estarán tarareando en estos momentos. Minutos después, la canción empezó a sonar por los altavoces entre la rechifla de la concurrencia. No hizo falta explicar la broma. Todos la entendieron. Tal vez a eso se refiere Charles Isherwood cuando habla de humor con arraigo.
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