Ellas más progresistas, ellos más conservadores: ¿por qué mujeres y hombres votan distinto y cómo se aprovechan de ello los políticos?
Ocurre desde finales de los años setenta: hombres y mujeres votan distinto. Ellas son más reacias a nuevos partidos, ellos son la mayoría en proyectos “nuevos” como Podemos o Vox. Hoy la brecha de género es tan importante que puede ser decisiva en unas elecciones. ¿Cómo manejan esto los políticos y cuál es la situación en España?
Mujeres y hombres votan distinto. Esta afirmación, tan rotunda, tan poco matizada, ya era cierta a finales de los años setenta, pero entonces resultaba irrelevante. La brecha de género en el comportamiento electoral era ya perceptible, tenía interés sociológico, pero no decidía elecciones. Por entonces, empezó a atribuirse a las mujeres un cierto sesgo progresista, mientras los hombres parecían algo más proclives a apoyar el discurso belicista y masculino de la revolución conservadora de ...
Mujeres y hombres votan distinto. Esta afirmación, tan rotunda, tan poco matizada, ya era cierta a finales de los años setenta, pero entonces resultaba irrelevante. La brecha de género en el comportamiento electoral era ya perceptible, tenía interés sociológico, pero no decidía elecciones. Por entonces, empezó a atribuirse a las mujeres un cierto sesgo progresista, mientras los hombres parecían algo más proclives a apoyar el discurso belicista y masculino de la revolución conservadora de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. La brecha que se insinuaba en esos años fue ampliándose de manera gradual en el siguiente par de décadas, y los datos apuntan a que se ha acelerado de manera muy notable de 2015 en adelante. Tanto, que es muy probable que resulte decisiva en las elecciones presidenciales de noviembre en Estados Unidos. Según vaticina la politóloga de Harvard Pippa Norris, autora junto con Ronald Inglehart del influyente ensayo Cultural backlash: Trump, brexit and authoritarian populism (Reacción cultural: Trump, Brexit y el populismo autoritario), si las mujeres acuden a las urnas en proporción algo superior a los hombres en estados clave como Míchigan, Florida, Pensilvania y Carolina del Norte, Trump perderá.
En cierto sentido, estas elecciones podrían acabar siendo un duelo a distancia entre hombres blancos de mediana edad y mujeres jóvenes de todos los colores. Parece muy probable que Trump pierda el voto popular, pero el mapa electoral le favorece. De ahí su estrategia de inyectarle una dosis extra de testosterona a su campaña, para entusiasmar al colectivo de hombres airados, que constituye el núcleo duro de sus seguidores, y desalentar a las mujeres, más proclives a quedarse en casa cuando las campañas se enturbian y la política empieza a parecerles un juego sucio masculinizado hasta la médula.
En España, según apunta Marta Fraile, investigadora del CSIC, “es muy probable que existiese desde hace años una brecha electoral de género parecida a la del resto de democracias occidentales, pero hasta ahora no teníamos datos empíricos que confirmasen esa intuición”. Ya los tenemos. Francisco Camas, investigador en Metroscopia y autor del libro La cocina electoral en España, ya detectó en 2017 un cierto rechazo a la nueva política entre las mujeres españolas y un apoyo a las opciones políticas tradicionales (PP y PSOE) superior al de los hombres.
Por entonces, le parecía “un fenómeno interesante, pero aún poco significativo. Hoy, los datos permiten hablar de una brecha de género firme que va a más”, atribuible, sobre todo, “a la irrupción, con una cuota electoral de entre el 10 y el 15%, de un partido de voto muy masculino, como es VOX”. La formación de Abascal tiene “entre un 65 y un 70% de hombres entre sus votantes”. Una cifra “abrumadora, con pocos precedentes en partidos de cierta importancia”, y que, por contraste, “ha feminizado el voto del resto de formaciones políticas, empezando por el del Partido Popular, que ahora está encontrando su principal caladero electoral entre las mujeres de más de 50 años”.
La politóloga Sílvia Claveria, autora de El feminismo lo cambia todo: un relato sobre la lucha contra el patriarcado, señala que “las mujeres seremos prudentes y dubitativas en nuestro comportamiento electoral, pero no somos tontas: si un partido como Vox presenta una muy agresiva agenda antifeminista, arremetiendo contra las políticas de igualdad de género o los derechos reproductivos, es lógico que no le votemos y que apoyemos a opciones que puedan servir de dique de contención contra ese discurso”. Claveria cree que la irrupción de los populismos identitarios ha servido, en Europa y Estados Unidos, de “acelerador” para una brecha que ya existía y que venía creciendo con fuerza desde hace varias décadas: “Hasta los ochenta, las mujeres participaban mucho menos en política y tendían a apoyar en mayor medida que los hombres a formaciones políticas conservadoras moderadas, algunas de ellas de inspiración religiosa. Esa era la brecha tradicional de género. Luego coincidieron en el tiempo dos fenómenos de signo contrario, la revolución conservadora y la generalización de la segunda ola feminista, y eso hizo que las mujeres se escorasen, en general, hacia posiciones más progresistas”.
Ernesto Pascual, politólogo de la UOC (Universitat Oberta de Catalunya), coincide con Claveria en que ha sido “la derecha populista, nativista y masculina la que ha cambiado el comportamiento electoral femenino en los últimos años”. Pascual destaca que las mujeres “tienen un 39% menos de posibilidades de votar a partidos de extrema derecha o derecha identitaria. En líneas generales, las mujeres llevan décadas desplazándose lentamente hacia posiciones más progresistas”. Pero este desplazamiento del eje también podría leerse en sentido contrario: “Es la derecha, o cierta derecha, la que se ha ido enrocando en posiciones contrarias a la igualdad de género y, en consecuencia, alejándose de las mujeres”.
Alba Alonso, politóloga y profesora de la Universidad de Santiago de Compostela, identifica dos factores clave para explicar la brecha: “Las mujeres, por su posición en la sociedad, consideran más relevantes las políticas de bienestar, sienten aversión a las opciones partidistas más extremas y dan mucha importancia a la promoción de la igualdad”. En España, según destaca la académica, PSOE y PP se nutren sobre todo de voto femenino (“54,1% y 57,9% respectivamente, según datos del estudio postelectoral de CIS para las elecciones generales de noviembre”), mientras que Vox y Unidas Podemos tienen un electorado bastante masculinizado.
Sílvia Claveria habla de “la paradoja del radicalismo de izquierdas” para explicar por qué Podemos, “pese a su firme agenda feminista”, tuvo entre sus votantes apenas un 41,6% de mujeres en las últimas elecciones: “El voto femenino rechaza en mayor medida a los partidos nuevos porque no los considera herramientas de intervención política tan eficaces como los ya consolidados”. Además, los datos cualitativos apuntan también a “un rechazo a su modelo de liderazgo centralizado y beligerante”. Pablo Iglesias tiende a “caer peor a las mujeres que a los hombres, su radicalismo resulta antipático a un electorado femenino que prefiere las actitudes moderadas, constructivas y centradas en la búsqueda de consensos”.
Ocurre también en otras sociedades, como EE UU, donde las guerras culturales y, más en concreto, las políticas de género han entrado con fuerza en la agenda política: “Estudios cualitativos recientes apuntan a que las mujeres mayores de 50 años que han trabajado en casa tienden a rechazar el programa feminista de tercera ola del Partido Demócrata, porque se sienten privadas de su identidad cultural y de su capital social. En algunos casos, esto las predispone a apoyar a alguien como Trump, representante de una manera tradicional de entender los roles de género con el que ellas se identifican más, porque dio sentido a sus vidas”.
Marta Fraile reconoce la importancia de factores cualitativos que hacen que cualquier generalización resulte un abuso: “Las mujeres son el 50% de la población mundial. Atribuirles una sensibilidad política común sería absurdo”. Sí que cree que juegan un papel perceptible “roles sociales muy arraigados”, como el mayor grado de “empatía, solidaridad e instinto de colaboración y protección, que predispone a las mujeres, en el actual contexto, a rechazar el voto radical y apoyar en mayor medida a opciones moderadas y progresistas”. ¿Es una tendencia firme o algo coyuntural? “En ciencias sociales resulta aventurado hacer pronósticos”, responde Fraile, “pero mientras existan factores de distorsión como partidos con agendas de reacción patriarcal o candidatos de una masculinidad tan tóxica como Donald Trump, creo que es muy probable que mujeres y hombres sigan votando cada vez más distinto”.
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