El jeroglífico portátil de Marc Newson
El diseñador australiano levanta para Louis Vuitton un monumento lúdico en forma de baúl casi imposible
En el jardín del palacio Serbelloni, el pasado abril, durante la Semana del Diseño de Milán, surgió un intrigante pabellón forrado por fuera de espejos y de moqueta amarilla por dentro. A su vez, esta construcción acogía un único objeto, un enorme baúl de lona Monogram, de Louis Vuitton, que, a su vez, contenía un sinfín de compartimentos, también amarillos. Vacíos, al menos de momento.
Así lo quiso su creador, el diseñador ...
En el jardín del palacio Serbelloni, el pasado abril, durante la Semana del Diseño de Milán, surgió un intrigante pabellón forrado por fuera de espejos y de moqueta amarilla por dentro. A su vez, esta construcción acogía un único objeto, un enorme baúl de lona Monogram, de Louis Vuitton, que, a su vez, contenía un sinfín de compartimentos, también amarillos. Vacíos, al menos de momento.
Así lo quiso su creador, el diseñador Marc Newson (Sidney, 1963), que reflexiona sobre esta ausencia. “Cuando Louis Vuitton me pidió que jugara con la idea del baúl, me di cuenta de que, a lo largo de la historia, estos objetos siempre habían tenido un uso muy específico, guardar ropa o zapatos. Y hasta los más recientes, los más contemporáneos, tienen una función concreta, porque siguen siendo artículos de viaje. Así que quise crear algo totalmente antiespecífico. El exterior es un gran contenedor. Y se me ocurrió poner muchos pequeños contenedores dentro”. Lo llamó Cabinet of Curiosities.
En su monumentalidad, el baúl de Newson para Vuitton está a medio camino entre los dos mundos a los que pertenece Newson: el del diseño –ha creado aviones y barcos, objetos de escritura y maletas– y el del arte, una dualidad con la que el australiano se siente muy cómodo. “He sido muy afortunado en mi trabajo, porque he podido trabajar con un abanico muy amplio de productos muy funcionales, como barcos y aviones. Y, además, trabajo con la galería Gagosian, como artista, con un espectro de posibilidades muy amplio”, explica. Para él, su colaboración con Vuitton se caracteriza por esa misma ambivalencia. “Para Louis Vuitton he diseñado cosas muy prácticas, como un frasco de perfume o piezas de equipaje. Pero esto está en el otro extremo, sin función específica ni criterios de economía. En este caso, la parte comercial no es relevante”.
Los baúles como este se elaboran a medida en los talleres de Asnières, los más antiguos de la casa, y se pueden personalizar con colores y detalles a gusto del cliente: un producto en las antípodas del consumo rápido. “Para mí, este objeto tiene algo de esotérico”, explica. “Los artículos de viaje que he hecho para Vuitton son súper funcionales, ligeros y eficientes. Son como coches de Fórmula 1. Este baúl no tiene nada que ver con la eficiencia”. ¿Para qué tipo de contenido lo ha diseñado? “No sé si soy un coleccionista, aunque, en cierto modo, todos lo somos. Todos coleccionamos recuerdos, partes de nuestra vida. Y me gusta la idea de meter todo eso aquí. Puedes meter cualquier cosa, con o sin valor. Hasta un rollo de papel higiénico. O dejarlo vacío. O cerrarlo y no abrirlo nunca”.
Confeccionado con mimo artesanal, el gabinete de curiosidades huye de lo banal. “Hay muchas cosas mal diseñadas y, en su peor faceta, el diseño es puro consumismo. Para mí, eso es horrible. Así que puede que este baúl sea lujoso y caro. Vale. Pero puedo asegurarte que nunca acabará en un vertedero. Al menos, durará para siempre. Y quizá eso sea lo más sostenible”, concluye.
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