¿Es el dibujo el arma política más inesperada del arte contemporáneo?
Esta disciplina, frecuentemente soslayada, se ha revelado como el medio perfecto para expresar los problemas del mundo. Un nuevo libro de Phaidon muestra el trabajo de los artistas que dibujan la actualidad
Hablar de dibujo en 2021 podría parecer un anacronismo. ¿Qué vigencia puede tener la forma de arte más antigua y directa en una época dominada por las pantallas táctiles y las imágenes efímeras? Sin embargo, en el último año la pandemia ha puesto a muchos a dibujar de nuevo. Las largas horas de encierro en casa dieron pie a una extraña fiebre por hornear pan y acumular papel higiénico, pero también por redescubrir el potencial expresivo de aquella costumbre de la in...
Hablar de dibujo en 2021 podría parecer un anacronismo. ¿Qué vigencia puede tener la forma de arte más antigua y directa en una época dominada por las pantallas táctiles y las imágenes efímeras? Sin embargo, en el último año la pandemia ha puesto a muchos a dibujar de nuevo. Las largas horas de encierro en casa dieron pie a una extraña fiebre por hornear pan y acumular papel higiénico, pero también por redescubrir el potencial expresivo de aquella costumbre de la infancia. También muchos artistas que habitualmente utilizan otros medios para crear han recuperado el dibujo como principal medio de expresión como efecto colateral del confinamiento, al no poder acudir a sus estudios y no tener acceso a ciertos materiales ni a la ayuda de sus asistentes.
Para cultivar esta forma de arte solo se necesitan un lápiz y un papel, y a veces ni eso. La técnica importa, pero no tanto como su potencial subversivo y su capacidad terapéutica, reconocida hace décadas por la psicología. Al menos esa es la visión que sostiene la crítica de arte Anna Lovatt, autora de la introducción de Vitamin D3 (Phaidon), la nueva edición de unos de los compendios de dibujo e ilustración contemporánea más influyente y amplio del panorama actual. Para ella, el dibujo es una forma de arte caracterizada por la experimentación radical y que es capaz de registrar los impulsos emocionales y psicológicos del artista en tiempo real. Paradójicamente, lo más inmediato no es una aplicación móvil, sino el lápiz.
Pero, ¿qué es el dibujo en el siglo XXI?
Una institución como el MoMA todavía define el dibujo como “una obra de arte única, habitualmente sobre papel, realizada con medios secos o húmedos como lápiz, carboncillo, tiza, pastel, lápices de colores, bolígrafo, tinta, acuarelas u óleos”. Pero esta definición puede quedarse corta en la actualidad. Críticas de arte como Catherine de Zegher y Cornelia H. Butler opinan que para definir el dibujo habría que recurrir a cualidades más formales y relacionales, como el uso de la línea y la tensión de las superficies. En la exposición On Line: Drawing Through the Twentieth Century, que ambas comisariaron para el MoMA en 2010, incluyeron obras que, según las definiciones más tradicionales, podrían encuadrarse dentro de la pintura, la escultura, la danza, el cine o la instalación artística, pero que estaban unidas bajo el paraguas del dibujo por el uso de la línea.
Es la expresión artística más primitiva. Ya en los inicios de la humanidad, cuando nuestros antepasados sintieron la necesidad de retratar cómo era su vida y el mundo que les rodeaba, eligieron este modo de expresión. Y en la actualidad seguimos haciéndolo: durante la infancia el dibujo se convierte en una forma de comunicación fundamental, aunque con el paso del tiempo la escritura y la palabra le van ganando terreno, hasta que de adultos casi lo olvidamos completamente.
El dibujo como respuesta a nuestra época
Numerosos artistas han contribuido a darle notoriedad al dibujo hoy día, y muchos de ellos han sido incluidos en la colección Vitamin D de la editorial Phaidon, cuyo primer tomo, Vitamin D, se editó en 2005, seguido por Vitamin D2 en 2013, y que ahora tiene su continuidad en el recién publicado Vitamin D3.
Las obras de los más de 100 artistas que se reproducen en el libro están inseparablemente unidos a nuestra época y a las complejas estructuras políticas, sociales y económicas que definen nuestra existencia. En ese sentido, Vitamin D3 no es una recopilación de dibujos de artistas jóvenes sino más bien una presentación de la situación actual del dibujo, independientemente de la edad de los autores.
En la anterior entrega de la serie se trataba el tema de la globalización y se recopilaba el trabajo de artistas con orígenes muy diversos, pero que fundamentalmente trabajaban en grandes ciudades del Primer Mundo. Ahora, aquella retórica de la globalización ha sido superada por auge de los nacionalismos, los populismos y la xenofobia: se ven las cicatrices del Brexit y la beligerancia antiecológica y comercial de la era Trump en Estados Unidos y, por supuesto, los estragos de la pandemia de la covid-19, que ha impedido los viajes y dificultado la economía a escala global.
Los artistas agrupados en el volumen que nos ocupa responden a esta situación de varias maneras. Algunos utilizan su arte como un arma política o de denuncia de lo que está pasando, y otros lo usan como una vía de escape o como un portal a otras realidades más llevaderas. Refugiarse en lo local o defender a las comunidades discriminadas ya sea por su raza, su origen o su orientación sexual es otra forma de actuar. La denuncia de la destrucción del medio ambiente es otro de los argumentos representados en Vitamin D3.
Un buen ejemplo es Rashid Johnson, cuya obra refleja las dificultades de ser negro en Estados Unidos, especialmente en un año estremecido todavía por las imágenes de la muerte de George Floyd en Mineápolis y el despertar del movimiento Black Lives Matter. Para Johnson, el dibujo es un arma política.
El artista de Chicago denuncia en sus Anxious drawings la tensión (y las probabilidades estadísticas de ser asesinado) de los afroamericanos de Estados Unidos. Los protagonistas de esta serie de dibujos, que tienen la apariencia de un robot de cómic con grandes ojos ovalados y boca rectangular, expresan la angustia de una parte de la sociedad por la situación política de un país que durante la presidencia de Trump parecía a punto de estallar.
Otro tipo de reacción ante los problemas del mundo es la evasión. Estos dibujos que surgen de forma casi automática son la inspiración de la serie Insomnia Drawings (Dibujos del insomnio) de la peruana Teresa Burga, que durante sus noches sin dormir, se dedicaba a dibujar a indígenas de la zona andina de su país, anotando las fechas y las horas en las que había creado el dibujo.
La artista china Qiu Anxiong representa serenos paisajes imaginarios en los que habitan seres monstruosos (casi siempre bellos), que constituyen una denuncia de la manipulación por parte del hombre de la naturaleza.
En parte relacionada con esta corriente escapista, la obra de la única creadora española en el libro, Hondartza Fraga (1982, Cabanas, A Coruña), parece retratar un pasado que nos llevaría a un futuro diferente del actual. En su serie de 2015, 365 Globos, que realizó a lo largo de un año, dibujando cada día un globo terráqueo vacío sostenido sobre diferentes soportes como una pila de libros, un reloj o un viejo instrumento astronómico, nos presenta un mundo posapocalíptico o inexplorado. Fraga forma parte de un grupo de artistas que parecen pretender abrir un portal hacia un universo paralelo con la intención de poner sobre la mesa cuestiones relacionadas con el desplazamiento, el exilio y la nostalgia.
Como reacción a la globalización, en los últimos tiempos muchos artistas han decidido retratar en sus dibujos todo lo contrario: la afinidad innata, el sentimiento de comunidad más íntimo y más pequeño. Dibujando comunidades marginadas, retratando con una dignidad reservada a las élites a sujetos que tradicionalmente han sido excluidos de la sociedad. Es el caso, por ejemplo, de las británicas Claudette Johnson y Barbara Walker y sus retratos de personas de raza negra, habitualmente excluidas de la historia oficial de su país.
Creadores como Abel Rodríguez o Miriam de Búrca, también reaccionan ante la tendencias homogeneizadoras de la globalización volviéndose hacia paisajes concretos y tradiciones ultralocales, reproduciéndolos de forma minuciosa y con un claro carácter de pérdida, de nostalgia.
Rodríguez, cuyo nombre nativo es Mogaje Guihu, nació en pleno Amazonas colombiano y desciende de una larga tradición de sabedores, sabios locales. Durante años, trabajó como guía para Tropenbos International, una ONG holandesa dedicada a proteger la selva. Esa misma organización le pidió transferir su conocimiento a un libro ilustrado. Así comenzó a realizar sus dibujos que presentan una visión holística de la relación del ser humano con la selva y los animales con un punto de vista único e inmersivo.
Para terminar, en la selección de Vitamin D3 destaca el trabajo del artista Deniz Aktaş (1987, Diyarbakır, Turquía), que ha vivido desde niño en primera persona el conflicto entre Turquía y el pueblo kurdo. Su obra muestra los efectos de la guerra y la destrucción sobre el paisaje, la sociedad y el medioambiente. No obstante, Aktaş también manda un mensaje de esperanza en que asegura que la destrucción también puede implicar renovación, el nacimiento de algo nuevo: la destrucción de un edificio habitualmente implica la creación de otro diferente sobre sus cimientos. Un punto de vista crudo pero optimista.