El proyecto que promete acabar con la despoblación de una pequeña localidad a 90 kilómetros de Valencia
Casa Felicita es el primer trabajo de Mi Aldea, una iniciativa que busca atraer turismo sostenible para mantener con vida la historia, el patrimonio y la comunidad de habitantes y negocios locales de Casas de Pradas
Se calcula que el 60% de los municipios españoles cuenta con menos de 1.000 habitantes censados. Estos pequeños núcleos de población están abocados al abandono paulatino del cuidado y la gestión de las tierras dedicadas al cultivo, lo que desencadena problemas medioambientales graves y desigualdades socioeconómicas en el conjunto del país. Lo cierto es que no hay una única solución para dar respuesta a la España vaciada, pero existen iniciativas que tienen como finalidad atraer talento gracias a un modo de vida alternativo a la masificación de las grandes urbes. Estas propuestas centran su línea de trabajo en apoyar la agricultura y ganadería responsable, promover el turismo sostenible o simplificar los trámites administrativos para favorecer la apertura de nuevos negocios.
Ejemplo de ello es Mi Aldea, una iniciativa privada que pretende revalorizar una pequeña localidad situada a 90 kilómetros de Valencia. El proyecto –en fase de desarrollo– se basa en la rehabilitación del patrimonio arquitectónico de Casas de Pradas como motor para suscitar una nueva corriente turística sostenible alrededor de las bondades rurales de la aldea. “No me planteé el proyecto como algo que fuese a generar rentabilidad, lo que me interesaba era que mi aldea fuese bien. Me gustaría crear una infraestructura que genere trabajo y haga que la gente se empadrone en el pueblo”, confiesa a ICON Design Julio Haya, originario de Casas de Pradas y promotor de esta iniciativa junto al arquitecto Iván Paul.
Paradójicamente la España vaciada está llena de lugares únicos y sin duda Casas de Pradas es uno de ellos. Fundado en el siglo XVIII como casa de labor, se trata de un pequeño asentamiento agrícola enmarcado en campos dedicados al cultivo de uva, almendra y oliva que posee un patrimonio tanto material como inmaterial digno de ser recuperado. “Sentí como el placer está muchas veces en volver a lo esencial: una conversación, descansar a la sombra o contemplar un paisaje. Una sencillez que pasa desapercibida para los propios habitantes de la zona, que tienen una joya entre sus manos”, confiesa Paul al recordar su primera visita a la aldea. “Todos nos maravillamos ante el patrimonio más monumental, pero a mí siempre me ha interesado el patrimonio menor, en el que las estrategias de la arquitectura basada en el conocimiento local se van superponiendo en una construcción”, añade el arquitecto. Un legado en extinción que Mi Aldea trata de recuperar mediante la rehabilitación de un total de diez propiedades. Aunque muchas de ellas serán futuros alojamientos turísticos, el proyecto concibe otros usos para fomentar el desarrollo de Casas de Pradas y la fijación de la población local. “Nuestro próximo reto es crear una almazara en una de las propiedades rehabilitadas para producir nuestro propio aceite y en un futuro tener una marca de productos locales”, avanza Haya.
De momento, Mi Aldea tiene un proyecto finalizado. Se trata de Casa Felicita, una vivienda tradicional de unos 140 metros cuadrados construida a principios del siglo XX que llevaba cerrada más de 20 años. “Todas las casas van a llevar el nombre de sus antiguas dueñas. Cada vez que fallece alguien del pueblo una pequeña parte de ti se va... aquí nos conocemos todos”, desvela Haya haciendo alusión al porqué de Casa Felicita. Su rehabilitación, a cargo de Iván Paul, tuvo como reto resolver los problemas técnicos y funcionales de la vivienda sin comprometer la esencia y el buen hacer de la arquitectura tradicional. “El proyecto supuso una operación de vuelta atrás en el tiempo para recuperar la espacialidad, materiales y técnicas que querían hablar desde detrás de las adiciones contemporáneas”, confiesa el arquitecto.
De este modo, el proyecto –que se alargó en el tiempo más de 9 meses– eliminó parte del forjado existente para dotar de dobles alturas a los espacios comunes de la vivienda, situados ahora en el centro de la casa para relacionar el salón, la cocina y el comedor. Además, la vivienda dispone de dos habitaciones dobles, dos baños, un altillo con una cama extra, un recibidor que recupera el antiguo pozo aún en funcionamiento, un patio ajardinado con piscina y un porche con paellero en el que disfrutar de largas cenas de verano. Para favorecer las circulaciones entre las diferentes estancias se invirtieron los accesos, situando ahora el principal a través del patio ajardinado, y se perforaron los muros portantes para conectar visual y espacialmente las estancias ganando amplitud y potenciando la incidencia de luz natural en el interior de la casa.
Otro elemento fundamental en el desarrollo de Casa Felicita fue la elección de materiales. “Para la reforma utilizamos materiales y técnicas tradicionales con el convencimiento de que el lujo está en el conocimiento que esconde lo artesano, y así preservar este patrimonio inmaterial”, sostiene Paul. Al acceder a la vivienda nos recibe un magnífico pavimento continuo elaborado artesanalmente con mortero de yeso que nos guía a través de las diferentes estancias. Este se combina con piezas decorativas recuperadas de baldosa hidráulica que hablan de otras épocas, demostrando la belleza que el paso del tiempo confiere a los materiales nobles. La cerámica tiene un papel protagonista en el proyecto ya que está presente en los frentes de la cocina, mediante piezas esmaltadas con relieve, y en las celosías exteriores a modo de filtro con el que tamizar la luz solar y evitar visuales no deseadas. Por último, vale la pena mencionar los guiños a la arquitectura tradicional mediterránea presentes en el exterior del proyecto; se han dispuesto persianas alicantinas que combinan a la perfección con los revestimientos realizados con mortero de cal aplicado in situ.