“Mi abuela no puede bajar a pasear si no hay bancos”: por qué es vital que los ciudadanos puedan sentarse en espacios públicos

Los bancos son importantes para la vida ciudadana, pero el dogma económico dicta que la ciudad sirve para otra cosa: un espacio por el que desplazarse para ir al trabajo o donde consumir

Granary Square, ubicado en Kings Cross (Londres). Pese a ser de propiedad privada, es también uno de los espacios públicos más grandes de Europa donde los ciudadanos pueden sentarse o disfrutar de las fuentes en verano.Alamy Stock Photo

Uno de los fenómenos más curiosos que tuvo lugar durante el proceso pandémico estuvo relacionado con el espacio público. Cuando después de los confinamientos más rigurosos se permitió a la población salir a la calle, mientras todo permanecía cerrado, la gente no supo muy bien cómo hacerlo. Las masas caminaban desorientadas, como una marabunta zombi, sin saber qué hacer o cómo pasear, sin bares, tiendas o lugares de trabajo a los que dirigirse. Algún tiempo después abrieron las terrazas y, en ...

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Uno de los fenómenos más curiosos que tuvo lugar durante el proceso pandémico estuvo relacionado con el espacio público. Cuando después de los confinamientos más rigurosos se permitió a la población salir a la calle, mientras todo permanecía cerrado, la gente no supo muy bien cómo hacerlo. Las masas caminaban desorientadas, como una marabunta zombi, sin saber qué hacer o cómo pasear, sin bares, tiendas o lugares de trabajo a los que dirigirse. Algún tiempo después abrieron las terrazas y, en la capital, animadas por la “vida a la madrileña” promovida por la presidenta Isabel Díaz Ayuso, las masas se decidieron a ocuparlas con verdadero furor: había colas, era necesario hacer reserva. La terraza, tomar cañitas en ella, se convertía en el epítome del bienestar vital que se contraponía al horror vírico. En definitiva: la ciudadanía no mostró demasiada pericia en el uso del espacio urbano. A casi nadie parecía ocurrírsele que sentarse en un banco público es una opción buena y barata de estar en la calle.

Los bancos públicos están en crisis, como está en crisis el propio espacio urbano. “Como ciudadana percibo la eliminación de más espacios estanciales en la urbe”, señala la arquitecta Lys Villalba, que ha usado la figura del banco en algunos de sus trabajos. “A veces, incluso, los bancos se reducen a una silla de una sola plaza. Hay que defender la existencia de espacios urbanos que no estén solo enfocados al consumo y al tránsito”. Los bancos son importantes para la vida ciudadana, para descansar, charlar, jugar y vivir, pero el dogma económico dicta que la ciudad sirve para otra cosa: un mero espacio por el que desplazarse para ir al trabajo o al ejercicio de la compraventa, un carril por el que distribuir mercancías, un lugar de puro tránsito y no de estancia. La producción antes que la reproducción según denuncia la arquitecta Izaskun Chinchilla en su libro La ciudad de los cuidados (Catarata).

Sillas plegables del proyecto '100 sillas y 3 Salones Urbanos' expuesto en el festival Concéntrico de Logroño. (C) Josema Cutillas

“Si la ciudad quiere ser una sostenedora de la biología debe tener en cuenta las necesidades humanas a través de todas las edades: los bancos no deben conceptualizarse como elementos aislados, sino formando una red que apoye el desplazamiento de las personas de cualquier condición física y cognitiva”, explica Chinchilla, que anima a los ayuntamientos a mapear los bancos para visualizar estas redes de asientos que deberían superponerse a la ciudad. La Red de Ciudades que Caminan recomienda que los bancos se ubiquen al menos cada 100 metros. Sin embargo, los bancos van desapareciendo del espacio urbano, relegados solo a los parques o ciertos lugares sin demasiado tránsito. A veces, los bancos públicos dejan su lugar a las ansiadas terrazas, como sucedió el pasado agosto en la madrileña calle Santiago, cerca del Palacio Real: dos bancos de piedra desaparecieron y un bar amplió su terraza, recibiendo las críticas de las asociaciones de vecinos. Aunque un banco de madera y metal apareciera unos metros más allá, como para compensar. Una prueba de la necesidad de los bancos es que su escasez se nota a pesar de que en las grandes ciudades se cuentan por miles. En Barcelona hay 26.942 bancos. En Madrid cerca de 69.000.

El desprecio por los bancos puede vincularse a algunas modas urbanísticas como las plazas duras, que comenzaron a imponerse a finales del siglo XX: espacios amplios y diáfanos pero inhumanos, sin bancos, sin árboles, sin sombra, forrados de cemento… Muy útiles, eso sí, para colocar mercadillos, escenarios o stands de promociones comerciales. “Los bancos tienen una importante función social: mi abuela no puede bajar a pasear si no hay bancos”, señala Javier Peña, director de Concéntrico, Festival Internacional de Arquitectura y Diseño de Logroño. “Es un elemento fundamental en el paisaje urbano y, de repente, parece que hay que reivindicarlo cuando se diseña una plaza”. Estas plazas duras priman el consumo, el tránsito y el evento a la estancia. Un ejemplo paradigmático, aunque se encuentra por doquier, es la madrileña plaza de Callao. A pesar de que existe cierto consenso teórico sobre la necesidad de una ciudad más humana, todavía se insiste en las plazas duras, como se vio en el polémico proyecto para la Puerta del Sol de Madrid, cuya infografía causó estupor en buena parte de la ciudadanía (y, por supuesto, las redes sociales): una planicie propia de una distopía futurista donde no hay sombra y donde hay pocos sitios donde descansar o disfrutar de la plaza.

Un banco en el barrio de Las Tablas (Madrid).Alamy Stock Photo

“Hay quienes piensan que todas las actividades que se suscitan alrededor de un banco están vinculadas al ocio o a una filosofía vital pausada”, escribieron en EL PAÍS en 2020 los arquitectos y urbanistas José Antonio Blasco, Carlos Martínez-Arrarás y Carlos Lahoz, “esas mismas voces cuestionan su necesidad en los ‘lugares de paso’, en las calles por las que discurren los ‘guerreros’ urbanos que se emplean a fondo en las mil batallas cotidianas”. Se critican los bancos por ser caros y susceptibles de ser víctimas de actos vandálicos y porque su función bien puede ser sustituida por escalones, cambios de nivel, bordes de fuentes, maceteros, etc, “como, por ejemplo, el malecón habanero, un murete donde los cubanos se sientan en lo que se ha llamado el ‘banco más largo del mundo”, añaden los arquitectos.

Los bancos, su naturaleza y distribución, permiten apreciar de forma meridianamente clara la ideología política que hay detrás del espacio público, según explica Izaskun Chinchilla. Por ejemplo, los POPS (privately owned public spaces) son espacios públicos de propiedad privada, como los que abundan en Nueva York, poseídos por las constructoras que, a cambio de mantenerlos abiertos al público en los bajos de las fincas, reciben otras concesiones de edificación. Ahí los bancos suelen tener reposabrazos que impiden tumbarse (la llamada arquitectura hostil) o están dispersos de forma que no facilitan la interacción social. El ejemplo diametralmente opuesto se da en los shared spaces (espacios compartidos) preconizados por el ingeniero holandés Hans Monderman: en esas calles no hay señales para los coches y todos los elementos están dispuestos para el cuidado del ciudadano. Los bancos favorecen la interacción y existen sombras y espacios para hacer actividades. Al no haber lenguaje para los vehículos, los conductores tienden a reducir la velocidad a los 20 km/h, como si estuvieran en territorio comanche, como si molestaran.

El Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid colocó un banco en uno de los laterales de la Puerta del Sol para conocer la reacción de los ciudadanos, teniendo en cuenta que la plaza carece de este mobiliario desde hace más de 30 años. © Samuel SánchezSamuel Sánchez

“Según sean los bancos, se priman unos u otros estilos de vida: hay urbanismos que consideran ilegítima la forma de usar el espacio público de las personas sin hogar, los skaters o los practicantes de parkour”, señala la arquitecta, que desarrolla el proyecto 100 sillas y 3 Salones Urbanos, con el festival Concéntrico y la Fundación Daniel y Nina Carasso en Logroño. Consiste en reivindicar esa costumbre tradicional en algunas partes de España de sacar la silla a la calle para tomar la fresca. Así diseñan y reparten cien sillas plegables para que los usuarios las utilicen como deseen en la urbe. Si bien el banco pierde peso en el urbanismo, algunos arquitectos y diseñadores lo tienen en cuenta en sus trabajos. Está presente en algunos trabajos de Lys Villalba, como F.U.A. (Furniture+Urban+Alphabets) o School for dogs, humans & other species. También en algunos de Amanita muscaria, Zuloark, Herrmann & Coufal, Basurama o Lanza atelier. “El banco está en el imaginario de muchos diseñadores porque es muy versátil, cumple muchas funciones”, explica Peña.

En una llamativa carta a la directora en El Periódico de Cataluña, publicada en septiembre de 2020, una vecina de Barcelona se quejaba de que las personas sin hogar estaban ocupando los bancos públicos para dormir. “Sé que es muy triste y duro no tener vivienda alguna, pero pido al Ayuntamiento y a la Guardia Urbana que actúen para que nuestros mayores y quien lo desee puedan sentarse tranquilamente y con las mayores medidas de higiene y seguridad en los bancos públicos, a descansar o a ver la vida pasar”. Es notorio cómo en ocasiones calan en la población estos pensamientos aporófobos: para esta vecina las personas sin hogar no solo no formaban parte de “nuestros mayores y quien lo desee”, sino que ni siquiera tenían derecho a utilizar los bancos, como si formasen parte de una parte degradada de la ciudadanía.

“Creo que lo más urgente es la necesidad de imaginar nuevos espacios públicos estanciales para el encuentro, la conversación, el cuidado, el descanso, el juego, la lectura, desde la ecología y la diversidad”, remata Lys Villalba. “En realidad, si lo piensas, ocurren pocas cosas en nuestros espacios públicos urbanos. Muchas otras serían posibles y deseables”.

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