El español que convierte viejas lámparas olvidadas en lo más codiciado del interiorismo inglés
Álvaro Picardo ha convertido el duelo de las muertes de sus allegados en la pandemia en obras que hoy se encuentran en las casas y revistas más desables del Reino Unido
El padre de Álvaro Picardo murió en abril de 2020 y en noviembre de ese año él pintó una lámpara. La relación entre estos dos hechos es importante y explica por qué desde entonces a Picardo (Barcelona, 53 años) le ha cambiado tanto la vida. Este hombre de negocios retirado estaba confinado en su piso en Pimlico, el barrio londinense donde vive, cuando su padre engrosó la lista de víctimas de covid-19. Él poco podía hacer salvo encajar la noticia solo y ...
El padre de Álvaro Picardo murió en abril de 2020 y en noviembre de ese año él pintó una lámpara. La relación entre estos dos hechos es importante y explica por qué desde entonces a Picardo (Barcelona, 53 años) le ha cambiado tanto la vida. Este hombre de negocios retirado estaba confinado en su piso en Pimlico, el barrio londinense donde vive, cuando su padre engrosó la lista de víctimas de covid-19. Él poco podía hacer salvo encajar la noticia solo y en la distancia. “Me había apuntado a un taller de escritura para pasar el rato. Odio escribir pero ese ejercicio me ayudó a trabajar mi relación con mi padre. Cada día escribía cuatro o cinco hojas, hojas que significaban mucho para mí, aunque si las lees te parecerían horribles”, rememora hoy al teléfono.
Frustrado con el resultado, probó a desahogarse con el dibujo, un terreno más familiar. “Cogí aquellas hojas y pinté sobre ellas: dibujos geométricos que había aprendido a hacer. En ese confinamiento murió mi amiga Marta, murió mi amiga Inés. Ese dolor me ayudó a despertar mi parte creativa. Pasé horas, días, pintando”, describe. El 7 de noviembre, cuando Reino Unido entraba en un segundo confinamiento y el día estaba especialmente lluvioso, incluso para Londres, Picardo tuvo el impulso de rescatar una lámpara vieja de la basura. Le quitó la pantalla y dibujó una nueva, con el mismo patrón geométrico. Algo ocurrió al darle esa segunda vida al objeto, parecido a una catarsis, a sentir por primera vez que avanzaba en una dirección. “Empecé a pintar como loco todas las lámparas de la casa”, recuerda. Hoy, esos trabajos están entre lo más codiciado del interiorismo inglés.
Colefax and Fowler es la compañía inglesa que decora las mejores casas de Inglaterra (en ella trabajó Camilla Parker): ahí está hoy Picardo. World of Interiors es la revista que pone en el mapa lo más deseable del interiorismo mundial: ahí está Picardo. El diseñador estrella Luke Edward Hall decreta en su Instagram qué objetos considera mágicos: ahí está Picardo. En el año corto que ha pasado desde que subió su primera lámpara a su cuenta en Instagram, @handpainted_lampshades, este español ha pasado por hitos del mundillo que a otros les lleva años conquistar. Él le resta importancia: “Me gusta el tema porque es una manera de coger un objeto que está olvidado y dejado en una esquina y darle una personalidad, una presencia, que ayuda a decorar al mismo tiempo que tiene una función, que es la de dar luz. Lo superfluo no me atrae tanto como la función, soy muy racional”, aduce.
Picardo tiene un proceso, que es pedir a su creciente lista de clientes una foto de la habitación donde está la lámpara por pintar. Cada diseño está hecho ad hoc para cada cliente, y trazado a lápiz. “Y si la pantalla es cartón o pergamino, prefiero pintar la vieja, reciclar algo que esta en el sol”, cuenta. “Al tema artesano le doy mucho valor. Me da mucha pena ver cómo se está perdiendo. Soy defensor de la individualidad, la diferenciación, lo hecho a mano, y enemigo de las máquinas, de que todos seamos iguales, que no podamos expresar cómo somos. Una de las cosas que me hace ilusión es que las lámparas sean cada una distinta, tienen imperfecciones que les añaden valor, no se lo quitan”.
Es importante esa idea, porque el verdadero éxito de esta historia no es material, sino psicológico. Si Picardo está hoy en Londres; si ha encontrado una especial realización personal con sus lámparas; si tenía embotellada la necesidad de hacer algo con sus manos es por algo que muy rápidamente apunta en conversación: su vocación artesanal le ha hecho sentirse fuera de lugar en su propia vida durante años. “Mi bagaje es de familia burguesa catalana, educación jesuita, de familia que no me dejó estudiar Publicidad como quería, sino negocios en ESADE. Lo pasé fatal: todas las buenas notas que había sacado en el colegio desaparecieron. Repetí curso”. Y ese amor por lo artesanal, lo raro, lo único, tiene, cree él, un origen: “A los 18, 19 años empecé a darme cuenta de mi homosexualidad. Huí a Londres de todo un grupo familiar, de amigos. Estaba dentro del armario hasta con la gente con quien más confianza tenía”.
Eso en parte lo tiene resuelto: hoy vive con su pareja, el marchante de arte William Thuilier. La parte creativa ha sido un camino más penoso. “Fui dando tumbos, toda la vida sin encontrar mi sitio. Es curioso cómo me habían metido en la cabeza que vivir de la creatividad es imposible. Que tenía que meterme en el mundo corporativo”, lamenta. Fue de un lado a otro, de gris a gris, y por eso valora tanto el éxito de las lámparas, ese pequeño éxito sustentado en los trazos geométricos que ilustraron el texto con el que despidió a su padre. Son lámparas únicas, raras, una réplica, material y aplaudida, al gris. “Lo he dejado todo y ahora me dedico a esto”, anuncia con incuestionable satisfacción. “A lo mejor está de moda hoy y mañana hay otra cosa, pero creo que hay potencial. Todas estas cosas que nos meten de pequeños, que parece que el único camino el serio… En el fondo estoy contento de que no sea así. Es algo maravilloso”.