Y el deshollinador de ‘Mary Poppins’ se hizo centenario: Dick Van Dyke cumple 100 años en plena forma y con sus propios trucos
El actor y cómico alcanza un hito vital con achaques de salud, pero muy consciente de su suerte y con el buen humor por bandera
Dick Van Dyke se une este sábado, 13 de diciembre, a un club tan exclusivo como temerario: el de actores de Hollywood que cumplen 100 años. Un grupúsculo pequeño y muy querido, pero que, como es lógico, no es de larga estancia. Olivia de Havilland duró en él cuatro años y un mes y Kirk Douglas algo más de tres años, mientras que Bob Hope y Gloria Stuart pertenecieron a él apenas dos meses. A Betty White le faltaron 17 días para unirse. Y ahí están Eva Marie Saint, a sus 101 años y medio, o June Lockhart, con los 100 cumplidos el pasado julio. Van Dyke llega a él feliz, emocionado y en excelente condición física y, sobre todo, mental. Y Hollywood está dispuesto a celebrarle como merece.
“Nunca he conocido a nadie con 100 años, así que no sé cómo debo actuar”, reía, con su habitual ironía, en una reciente entrevista con People, que le dedicaba su portada y un largo reportaje, sesión de fotos incluida, hace un par de semanas. Esa forma de vivir despreocupada —o, al menos, así ha sabido retratarse ante el público— le ha convertido en uno de los nombres de oro de la industria, y en uno de los personajes públicos más queridos de Estados Unidos. Además, no ha dejado de trabajar, aunque sea de manera tangencial. De hecho, tiene incluso algún proyecto por estrenar. Normal que su ciudad, Malibú, le haya hecho una fiesta que ha durado nada menos que dos semanas.
Como cuenta a EL PAÍS el presidente de la Malibu Film Society, Scott Tallal, no podían dejar pasar la ocasión de celebrar a uno de sus más ilustres vecinos con cenas, proyecciones, food trucks y hasta un concurso de disfraces. “Nos sentimos honrados de haber sido invitados a ayudar a organizar esta maravillosa celebración. A lo largo de las décadas, Dick Van Dyke ha traído tanta felicidad a nuestra comunidad que es fantástico tener la oportunidad de devolverle algo”, reconoce Tallal sobre los festejos, que se han extendido durante nada menos que 17 días. “Dick podría haber aceptado invitaciones para ser el invitado de honor en importantes eventos televisados a nivel nacional en Nueva York o Hollywood. Sin embargo, rechazó todas porque quería que la celebración fuera aquí, en Malibú, concretamente porque quiere ayudar a la comunidad (y a nuestros negocios locales) a recuperarse de los incendios”, explica en referencia a los fuegos que arrasaron hace un año la zona costera de Los Ángeles. “Esto dice mucho de quién es Dick Van Dyke como persona, por lo que hemos querido hacer todo lo posible para ayudar a celebrar este día tan especial”.
“Dick Van Dyke ha traído tanta felicidad a nuestra comunidad que es fantástico tener la oportunidad de devolverle algo”Scott Tallal, presidente de la Malibu Film Society
La californiana Malibú es el hogar de Van Dyke desde hace décadas, y, a sus 100, alrededor de la que gira la mayor parte de su vida. Allí reside con su esposa, Arlene Silver, 46 años menor que él y con quien lleva casado desde 2012. Antes estuvo casado, desde 1976, con la actriz Michelle Triolla, que falleció en 2009 a causa de un cáncer de pulmón. Allí van a visitarle sus hijos, sus ocho nietos y sus incontables bisnietos, tanto, que no los recuerda. Allí va al gimnasio, ve películas y, cuando puede, se echa unos pasos de baile con Silver. Afirma que ella es el motivo para estar al día, activo, y que su esposa, maquilladora de cine y televisión, también le sirve como contrapunto y sabe cómo mantenerle “brillante y esperanzado y necesitado”: “Porque emocionalmente yo tengo 13 años, ella es bastante madura”, describe con humor.
Después de décadas haciendo reír a los espectadores, tanto en televisión (especialmente con El show de Mary Tyler Moore, y también con el suyo homónimo) como en la gran pantalla (con Mary Poppins, 1964; Chitty Chitty Bang Bang; 1968), parar no ha sido decisión propia de Van Dyke, pero sabe que físicamente es complicado seguir el ritmo de un rodaje. Ganas no le faltan. Como explica en su reciente libro, 100 Rules for Living to 100. An Optimist’s Guide to a Happy Life (100 reglas para vivir hasta los 100, la guía de un optimista para una vida feliz; editado por Grand Central Publishing), y como contaba en la entrevista con People, siempre ha sido una persona calmada, “un poco vago”, bromeaba, sin inquinas ni animadversiones contra los demás. “Siempre pensé que la ira es lo que devora a una persona por dentro. Y el odio. Nunca fui capaz de lidiar con el odio. Y creo que esa es una de las cosas que me hace seguir adelante”. Amigo de sus amigos y buen compañero, la envidia tampoco va con él. Cuando Julie Andrews ganó el Oscar, el equipo de Mary Poppins le hizo una estatuilla a base de tuercas y tornillos, con una escoba, y la bañaron con espray dorado. Fue el más feliz.
Reconoce que es el mismo de siempre, pero a la vez es otro. Tras pasar su juventud interpretando a personajes ancianos (se disfrazaba en los estudios de Disney y asustaba a niños y turistas), ahora él mismo lo es. Tiene sus problemas de memoria a corto plazo, pero no a largo, de esos con los que no recuerdas qué has desayunado, pero sí aquella soleada mañana de 1963. Le fallan un riñón y la pierna izquierda, le duelen los pies, le resulta complicado mantenerse erguido. Tiene mal la vista y no oye demasiado bien, por lo que le cuesta seguir conversaciones grupales. Como comentaba en un divertido ensayo que escribió hace un par de semanas en el diario británico The Sunday Times, es uno de aquellos viejecitos: “Al igual que mis antiguos personajes, ahora soy un hombre encorvado, que se arrastra y se tambalea”.
En 1972, ingresó en un hospital por su propio pie para tratar su adicción al alcohol. Hace décadas que dejó de beber, y también de fumar, algo que le costó tanto que sigue mascando chicles de nicotina, como reconoció en un podcast hace un par de años. “Probablemente por eso estoy aquí”, asume. “En gran parte, he llegado hasta los 99 porque me he negado obstinadamente a rendirme ante las cosas malas de la vida: los fracasos y las derrotas, las pérdidas personales, la soledad y la amargura, los dolores físicos y emocionales del envejecimiento”, afirma. Pero también reconoce que “es frustrante sentirse menospreciado en el mundo, tanto física como socialmente”.
Explica que “el deterioro físico es algo muy certero”, y que por supuesto le afecta. “Todas esas cosas son reales, pero no permito que me definan”, afirmaba en su escrito en el diario londinense. “En cambio, durante la mayor parte de mis años he estado en lo que solo puedo describir como un cálido abrazo con la experiencia de vivir. Estar vivo ha sido vivir la vida, no como un trabajo, sino más bien como un gigantesco parque infantil”. Es más, echa de menos ir al estudio y le gustaría que le llamaran para anuncios, series, obras de teatro o películas.
En su eterna honestidad, una de las cualidades que cree que más le caracterizan, reconoce lo más difícil y su mayor arrepentimiento. Para él, una de las cuestiones más duras de la edad es esa frustración porque el mundo se haga más pequeño, por no poder viajar, salir, pero, sobre todo, el hecho de que la muerte le haya ido arrebatando a todos sus amigos, uno por uno. “Es tan solitario como suena”, reconoce.
Le queda un error del pasado: “Probablemente, descuidé a mi familia”, reconocía en People. “Cuando me casé, no tenía nada. Ni dinero, ni coche, nada”, cuenta sobre su primer matrimonio con Margie Willett, en 1948, de la que se separó a mediados de los setenta y con quien tuvo a sus cuatro hijos. “Así que pasé la mayor parte de mi tiempo trabajando para salir de la pobreza. Me arrepiento de estar viajando y no con mis hijos todo lo que debía”, reconocía. Pero como siempre, con su “mirada llena de luz”, como le llama, y con un poco de azúcar, lo reconduce. “Lo arreglé después. Mis hijos rondan los 70″, cuenta ahora. “Les doy trabajo a todos, hasta a mis nietos”. “Si no puedes reírte de ti mismo, ahí sí que tienes grandes problemas”.