La fortuna incalculable que hereda el nuevo Aga Khan: un patrimonio estimado en miles de millones, yates, aviones y purasangres
El príncipe Rahim, de 53 años, toma posesión como uno de los gobernantes más ricos del mundo. Con más de 1.400 años de historia, los Al Hussaini han conseguido mantener un halo de misterio alrededor de sus vidas y posesiones, oscilando entre la apariencia de europeos superricos y líderes espirituales orientales
La muerte del príncipe Karim al Hussaini, el Aga Khan IV, el pasado 4 de febrero, planteó dos incógnitas: ¿quién iba a suceder a uno de los gobernantes hereditarios más ricos del mundo y líder espiritual de los musulmanes ismaelitas? Y, ¿a cuánto ascendía su fortuna? La primera cuestión fue resuelta a las pocas horas de su fallecimiento. Según la tradición de esta dinastía, el imán elige a su sucesor sin restricciones de entre cualquiera de sus descendientes. El príncipe Karim, de 88 años, estipuló en su testamento que su hijo mayor, el príncipe Rahim, de 53, sea el nuevo Aga Khan, título que significa “jefe al mando” y que fue creado en el siglo XIX por el emperador de Persia para el líder de esta minoría musulmana chií. La segunda cuestión, la de la fortuna, sigue siendo un enigma.
Con más de 1.400 años de historia, los Al Hussaini descienden del profeta Mahoma y se remontan a los califas fatimíes de Egipto. Entre lo espiritual y lo material; entre Oriente y Occidente; entre el mundo musulmán y el cristiano, los miembros de esta familia han conseguido durante siglos mantener un halo de misterio alrededor de sus vidas y posesiones. El Aga Khan IV no tenía territorio político, pero era considerado prácticamente como un Estado unipersonal. Era recibido como un Jefe de Estado cuando viajaba y era tratado como una semidivinidad por sus 15 millones de seguidores, diseminados por más de 35 países de Asia, África, Oriente Próximo, Europa y Norteamérica. Tenía más poder y fortuna que la mayoría de los líderes religiosos y monarcas del mundo, pero conseguía pasar desapercibido allí donde iba. Y si surgían dudas sobre su estilo de vida y su patrimonio —los jets privados, los yates, las propiedades, los coches de lujo, los negocios—, él las disipaba con un silencio férreo.
Según The New York Times, la fortuna que ha dejado el Aga Khan IV oscila entre los 1.000 y los 13.000 millones de dólares, procedentes de inversiones, empresas y participaciones en hoteles de lujo, líneas aéreas, caballos de carrera y una especie de diezmo coránico que le cobraba a sus seguidores. Sin embargo, el príncipe y su entorno nunca dieron explicaciones sobre el origen de ese poderío económico. En 1980, intentó esclarecer los rumores sobre su vida encargando su propia biografía a Hella Pick, periodista de The Guardian. Después de firmar unas cláusulas de confidencialidad leoninas, dos años de trabajo, varios viajes alrededor del mundo y tres reescrituras completas del texto, Pick abandonó el proyecto. En 1984, el periodista Mihir Bose escribió una historia política no autorizada de los Al Hussaini, producto de tres años de investigación. El Aga Khan inició una guerra judicial sin cuartel contra el autor y el editor. Finalmente, el libro fue retirado.
El poder milenario de los Aga Kahn comenzó con la recaudación de donaciones voluntarias realizadas por sus millones de seguidores. Este dinero del zakat se recauda en las mezquitas ismailíes, las jamatkhanas, y se pasa a través de los consejos locales hasta el presidente del consejo nacional ismailí de cada país. Aunque no se conocen cifras exactas, se cree que los miembros que pueden permitírselo aportan un diezmo de alrededor del 10 al 12% de sus ingresos anuales. Según algunas estimaciones, esa cifra puede ascender a cientos de millones al año. Lo que sucede con ese dinero depende de las instrucciones del imán. Esos fondos no están destinados al uso personal del Aga Khan, pero este tiene control total sobre ellos.
Durante su largo reinado, el príncipe Karim profesionalizó el sistema de financiación del imanato. En 1967 creó la Red de Desarrollo Aga Khan (AKDN, por sus siglas en inglés), una organización internacional que la revista estadounidense Vanity Fair comparó en 2013 con la ONU. La AKDN es una entidad inclasificable, asombrosamente grande y eficaz, que aglutina un centenar de empresas y que emplea a más de 55.000 personas en una treintena de países. Con un presupuesto anual milmillonario, atiende las necesidades materiales y espirituales de los ismaelitas realizando proyectos en las áreas de salud, vivienda, educación y desarrollo económico rural, gestionando escuelas, hospitales, universidades, colonias de viviendas y hasta polideportivos.
Los Aga Khan nunca han tenido control sobre ningún territorio, pero el príncipe Karim supo ejercer cierta influencia política a través de la AKDN en zonas de Asia Central, Afganistán, Pakistán, Irán y África Oriental. En la década de 1970 convenció a Pierre Elliott Trudeau, primer ministro de Canadá, para que permitiera emigrar a Canadá a miles de musulmanes ismailíes cuando se vieron obligados a abandonar Uganda. En los noventa, promovió inversiones millonarias en el sector de energías y telecomunicaciones en Tayikistán cuando sus seguidores se vieron envueltos en una guerra civil contra el gobierno de Emomali Rahmon. En 2015, firmó un acuerdo histórico con Portugal para convertir Lisboa en el centro de operaciones de su imanato. Compró dos palacios y en 2018 celebró los 60 años de su reinado reuniendo a 50.000 ismaelitas. Según cifras oficiales, los festejos reportaron 250 millones de euros a la capital portuguesa.
Más allá del trabajo sin fines de lucro que hace la AKDN en partes del mundo pobres y devastadas por la guerra, “la ONU del Aga Khan” también cuenta con una intrincada cartera de empresas con fines de lucro en sectores que van desde la energía y la aviación hasta los productos farmacéuticos, las telecomunicaciones, el real estate y la hostelería. En 1988, según la revista The Economist de Londres, los ingresos de la AKDN eran de 250 millones de dólares al año. En 2010, ya ascendían a 2.300 millones de dólares. En 2021, según cifras de la propia organización, llegaron a los 4.000 millones.
El Aga Khan IV rechazaba cualquier sugerencia de que la expansión de su fortuna entraba en conflicto con sus proyectos benéficos. Es más, decía que su asombrosa capacidad para hacer dinero complementaba su deber de mejorar la vida de los ismaelitas. Con ese dinero creó la Fundación Aga Khan, con filiales en Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña y Portugal, que invierte millones en desarrollo social en países africanos y orientales; y los Premios Aga Khan, un prestigioso galardón internacional de arquitectura dotado con una recompensa de un millón de dólares. Pero siempre fue difícil saber dónde terminaban sus intereses personales y dónde empezaba su trabajo como imán. Levantó uno de los mayores imperios de caballos de carrera del mundo, con más de 600 purasangres. Cuando la reina Isabel II y Felipe de Edimburgo se casaron, en 1947, el príncipe les regaló una potra a la que llamó Astracán. En 1957, la monarca le concedió el tratamiento de Alteza.
Ahora, el príncipe Rahim, el Aga Khan V, el 50º imán hereditario del islam chiíta, tendrá que gobernar este reino sin fronteras. Nacido en Ginebra en octubre de 1971, es el hijo mayor y el segundo de tres hijos de su padre y la modelo británica Sarah Croker Poole. Creció entre Ginebra y París, pasó los inviernos en Saint-Moritz y los veranos en Cerdeña, estudió Literatura en la Universidad de Brown en Estados Unidos y Negocios en Barcelona. Lleva años trabajando en la Red de Desarrollo Aga Khan junto a sus hermanos, la princesa Zahra, de 54 años, y el príncipe Hussain, de 50. Tiene un hermanastro, Aly Muhammad, de 24, fruto del segundo matrimonio de su padre con la aristócrata alemana Gabriele Thyssen.
Rahim, que tomará posesión de su cargo el próximo martes 11 de febrero en Lisboa, sigue los pasos de su padre. En 2013, se casó con la modelo estadounidense Kendra Spears, con la que tiene dos hijos. Se divorció en 2022. El nuevo Aga Khan hereda una fortuna difícil de medir y una vida difícil de definir, una existencia que oscila entre la de un europeo superrico y la de un líder espiritual oriental, entre la de un capitalista y un filántropo. Los Aga Khan llevan siglos viviendo así, entre un mundo de riquezas legendarias y otro de pobreza y escasez.