Paula Echevarría: “No me veo llorando en redes. Si tengo un mal día, no estoy para grabarme”
La actriz reina en Instagram, donde tiene 3,6 millones de seguidores, y fue madre de nuevo hace un año: “Es muchísimo más difícil y menos gratificante ser madre de una adolescente”
Paula Echevarría intenta hacer memoria pero no es capaz de recordar. Hace ya unos años, bastantes años, que no pisaba una pasarela. En la nebulosa de años repetitivos es difícil recuperar ese momento de brillo. Más porque en la vida de la actriz asturiana (Candás, 44 años) no solo han pasado una pandemia y, ahora, una guerra, sino también un divorcio, hace ya cuatro años, una nueva relación que empezó poc...
Paula Echevarría intenta hacer memoria pero no es capaz de recordar. Hace ya unos años, bastantes años, que no pisaba una pasarela. En la nebulosa de años repetitivos es difícil recuperar ese momento de brillo. Más porque en la vida de la actriz asturiana (Candás, 44 años) no solo han pasado una pandemia y, ahora, una guerra, sino también un divorcio, hace ya cuatro años, una nueva relación que empezó poco después —con el futbolista Miguel Torres— y, sobre todo, un embarazo y un nacimiento, el de su hijo Miguel, que llegó al mundo hace casi un año.
“Estoy contenta de volver al ruedo, más que por mí, porque el ruedo existe”, reconoce, aliviada, de recuperar la vida social, y de que la propia vida social se recupere. En una sala de cemento gris del pabellón 14 de Ifema, tras sentarse en la primera línea del desfile de Pedro del Hierro y vestida de pies a cabeza por el diseñador, posa sonriente, con ganas, sin condiciones ni tiempos pautados.
Reconoce Echevarría que le apetecía recuperar esa vida arrebatada por la pandemia y algo paralizada por su reciente maternidad... pero lo justo. “Estoy con ganas de volver, pero me da cierta tristeza salir de casa, me he malacostumbrado a poder hacer todo lo que durante muchos años no podía con Daniella”, explica sobre su hija mayor, de 13 años, fruto de su primer matrimonio junto al cantante David Bustamante. Un año después de que la pequeña naciera, cuenta, empezó a encadenar rodajes sin parar: Gran Reserva, Velvet... Series que le quitaban tiempo junto a la pequeña. “Durante ocho años de mi vida estuve metida en un plató desde las siete de la mañana hasta las siete de la tarde. No he sido una madre ausente porque he gestionado bien mis tiempos, pero para que no noten esa ausencia luego hay que compensar el doble. Yo llegaba de trabajar y, aunque tuviera la ayuda de los padres de David o míos, yo le daba la cena, yo la bañaba, yo la dormía... Había días que trabajaba de noche y llegaba a las siete de la mañana, dormía media hora, me levantaba antes solo para darle los buenos días y el desayuno y luego me volvía a acostar. Tenía que rellenar esos huecos”, recuerda sobre cómo fue su primera maternidad. Ahora, si acaso, le gustaría volver con algún personaje pequeño, un secundario. “Ya veremos lo que ofrecen. No tengo prisa”, sonríe.
Aquella fue una etapa en la que su actividad profesional era también incesante. Ahora, en cambio, no hay registro de rodajes desde 2018, cuando estrenó la serie Los Nuestros y la película Ola de crímenes y 2019, con la película Si yo fuera rico. Pero para entonces llevaba casi 20 años, desde que arrancó con su papel de Clara en El comisario, sin pisar el freno. “No echo de menos la vorágine. Necesitaba ese parón”, reflexiona ahora, cuando parece que la marejada se ha calmado. “El día que no trabajaba 12 horas, solo ocho, me metía una sesión de fotos o un spot. Siempre he estado tan liada que en el fondo necesitaba parar”. De hecho, reconoce que una vez el cuerpo le dio “un toque”, con calambres en la cabeza. “Me dijeron que era el estrés y que lo gestionara porque acababa pasando factura. Empecé a delegar. Nunca delegaba nada en nadie, nada, quería ocuparme yo de todo. Mi mejor terapia ha sido delegar”, reconoce, afirmando que nunca ha ido a un psicólogo pero que cree “nunca diría no a ir”.
Pasados los años, ahora sabe que hoy es más importante estar presente que cuando su hija era más pequeña. “Sé que en esta época le hago más falta. No es que ella me lo diga, a esa edad eres su última opción [risas]. Estar ahora con ella es más importante. Es muchísimo más difícil y menos gratificante ser madre de un adolescente que de un bebé. Yo recuerdo mis 12, 13 y mi madre me hacía mucha falta”.
Entonces, ¿cómo está en los cuarenta y tantos? “Los 44, que los tengo″, aclara firme. “Los llevo como nunca pensé que los llevaría. Nunca pensé que iba a tener un bebé de meses. Es una segunda oportunidad de la vida, otra familia. Me hace estar bien, feliz, contenta, rejuvenecer″. Tanto como para afirmar sin miedo que se siente “en su mejor momento”. “Y lo digo en serio. Nadie me ha cerrado las puertas. Las marcas siguen contando conmigo, tengo llamadas de televisión, cine, publicidad. Y me siento con mucho más poder mental que a los 30, mucho poderío”.
Ahora Echevarría, más que una actriz, es una de las mujeres más famosas de este país —no duda en afirmar, sin darle bombo pero rotunda: “He sufrido muchísima persecución mediática”—, y es ya una marca en sí misma. Ha tenido un exitoso blog y lanzado marcas de ropa, líneas de gafas, chaquetas, fragancias, cosmética... además de colocarse como prescriptora de tendencias al una de las personas más seguidas de España en redes sociales, con más de 3,6 millones de seguidores en Instagram, donde da cuenta de su día a día, su ropa, sus amigos, su familia. Pero eso no significa que lo muestre todo. “Hay cosas que son muy personales. Lo que pasa de puertas de casa para adentro ahí se queda, hay cosas que no hay que airear. Las redes sociales son el escaparate de tu vida que quieres enseñar. Yo no me veo llorando en redes, no tengo problema es mostrar cómo lloro, pero si estoy llorando en un mal día no tengo ganas; no es que prefiera contarte que todo me va bien, no. Es que si estoy jodida, estoy jodida, no me da por coger el teléfono y grabarme. Entiendo que para otras sea liberador y compartirlo sea aire fresco, pero no”. Ella habla de casi todo, de su familia, sus hijos o su proceso de recuperación de los partos. “Con Dani cogí 21 kilos; con Miki ocho, porque dejé de fumar, y otros 25 del embarazo, 33. Que me pregunten por mi peso no lo considero presión, ni machismo, ni que las mujeres tengamos que estar estupendas. Si fuera un compañero chico también lo hablaría. Es que salta a la vista”, argumenta.
No tiene pinta, pese a su fama instagramera, de que vaya a tener una heredera. Y se alegra por ello. “Mi hija pasa de las redes sociales. Tiene la suya con sus amigos, todo cerrado y privado. Quiero que tenga otras inquietudes en esta vida, pero si luego tiene sus redes y le vienen bien para sacarse un dinero extra, soy la primera que la apoyo, pero que tenga su formación. Fórmate, tienes que saber algo en la vida aparte de hacerte fotos y ponerte un filtro”, argumenta. A la ya casi adolescente Daniella no parece que vaya a tener que darle esos consejos. “Para los padres que tiene, tan perseguidos, nunca se ha sentido cómoda en todo ese sarao y siempre ha querido estar en segundo plano. No le gusta ni vernos en la tele. No le da vergüenza pero sufre pensando que nos van a criticar o que algo va a salir mal. No la veo yo muy prota”, intuye Echevarría.
Si alguien puede opinar de los influencers, de esos que hoy aparecen a la velocidad de la luz para hacerse famosos con tan solo un puñado de seguidores, es ella, que asegura que es una persona “muy poco ofendida” y que se alegra de que a todo el mundo le vaya bien, pero tiene unos consejos que repartir. “Que se preparen, porque la vida va cambiando y las redes sociales hoy son mucho y mañana quizá sean nada. Quien tenga 15 años y piense que no se va a preparar ni a estudiar porque tiene 500.000 seguidores en Instagram y le pagan por sacar una crema...”, y deja en el aire el final de la reflexión. “Esa fama tan inmediata y sin aportar nada a la sociedad, no como un deportista, un cantante, que ofrece otro valor... Me da miedo quien no tiene otro valor que ofrecer y solamente tiene seguidores porque está de moda en redes sociales. Y las modas vienen y van. Sin base no hay un futuro”.
La conversación se alarga y acaba, invariablemente, con la cuestión de Ucrania. “Estoy acojonada”, suelta, sin paños calientes. “Lloro todos los días, en algún momento”, asegura. “Lloro por miedo, por ver cosas que no me caben en la cabeza. Veo a mis hijos y me imagino estar con ellos comiendo y jugando y que mañana a alguien le dé por bombardear mi casa... Meter tu vida entera en una puta mochila y meterte ¿dónde? Ver el hospital maternoinfantil, los niños con cáncer en un sótano tirados. Estoy viendo tanto horror y siento tanto odio a quien provoca esto...”, reconoce. Está informada, lee y ve la prensa, pero por la noche no puede más. “Y ahí le pido a Miguel que lo quite. Que no es lo correcto mirar a otro lado, pero es que no puedo más”, afirma, explicando que se siente incluso “un poco culpable” de que en este lado del mundo todo siga una cierta normalidad. “Vamos a un desfile y dices: qué frivolidad. Pero tampoco puedes paralizar la vida. Quieres ayudar, haces donaciones, te parece poco. Dices: menuda mierda que yo mande dinero, o ropa, pero en realidad ¿qué más puedes hacer? Me siento superimpotente, es el sentimiento de todo el mundo. Es horrible, horrible. De lo más horrible e impactante que he vivido”.