Jordi Cruz, el chef tiquismiquis
El cocinero catalán asegura que su pasión es la cocina y que la televisión es una consecuencia de su profesión
Jordi Cruz se define como un tipo normal, muy currante y exigente, que tiende a simplificar las cosas y a confiar en su equipo, ya sea el del programa MasterChef o de la cocina del Àbac, y que de ahí le viene el éxito. Pero algo de buen producto esconderá viendo su meteórica carrera de cocinero: consiguió su primera estrella Michelin con 24 años, a sus 42 recién cumplidos dirige el tres estrellas Àbac, y es el juez más amado y odiado del exitoso con...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
Jordi Cruz se define como un tipo normal, muy currante y exigente, que tiende a simplificar las cosas y a confiar en su equipo, ya sea el del programa MasterChef o de la cocina del Àbac, y que de ahí le viene el éxito. Pero algo de buen producto esconderá viendo su meteórica carrera de cocinero: consiguió su primera estrella Michelin con 24 años, a sus 42 recién cumplidos dirige el tres estrellas Àbac, y es el juez más amado y odiado del exitoso concurso de cocina de TVE. Con fama de borde por su exigencia con los concursantes, mostró su lado más terrenal en Instagram durante el confinamiento, cocinando descalzo en su casa. Cuando no estaba en los fogones, hacía deporte, jugaba con sus cuatro gatos y pasaba el tiempo con su familia, entre ellos su novia, Rebecca Lima.
Siendo el pequeño de seis hermanos y con pocas ganas de estudiar, Cruz (Manresa, 1978) comenzó a trabajar muy joven y desde el principio en la hostelería. Empezó en la sala de un restaurante, pero enseguida quiso meterse en la cocina. A los 16 años se manejaba en los fogones y a los 18 ya era jefe de cocina. Consiguió una estrella Michelin para el restaurante Estany Clar, en Berga, y otra para el restaurante L’Angle, del hotel Món Sant Benet. Y en 2010 entró en el Àbac, que ha llevado al triestrellato, un título del que pueden presumir solo 11 restaurantes españoles.
Sus intervenciones en MasterCherf, que termina este lunes su octava edición, levantan todo tipo de pasiones, y él se esfuerza en defenderse. Entre Pepe Rodríguez, que es el buenazo, y Samantha Vallejo-Nágera, que es la que más alza la voz, a Cruz le ha tocado el papel de juez exigente, que es el mismo que juega en su cocina, aunque con menos espectáculo. “Mi mérito es ser tiquismiquis, tenaz, trabajador”, dice, mientras argumenta que “para hacer algo grande siendo una hormiguita te lo tienes que currar mucho”.
Entre el plató y la cocina, su lugar natural está entre fogones. De hecho, no duda en admitir que si ha llegado a MasterChef es por su oficio, el de cocinero, que lleva 28 años ejerciendo con pasión. Aunque pueda parecer que siempre está en la tele, es tajante al negarlo, asegura que él siempre está en el restaurante y se pega unos palizones de avión cuando está rodando para ir a grabar a Madrid por la mañana y regresar a Barcelona a mediodía.
A raíz de su popularidad, el interés por su vida privada ha crecido y por eso causó un gran revuelo la aparición de su novia, Rebecca Lima, en un programa. Dice que no esconde su vida privada, pero que cree que a nadie le interesa porque es de lo más normal. “Apareció mi chica en la tele porque el programa quería dar una sorpresa, pues yo encantado y feliz, y no hay más”, dice, mientras reconoce que le da cierta vergüenza porque es una persona tímida. Aun así, casi toda su familia, desde la madre a las hermanas o el hermano, han ido pasando por el plató. “Por ejemplo, que venga mi hermano me divierte porque él es tímido y así le hago la puñeta”, confiesa con la mala leche cariñosa que da la fraternidad.
Junto a David Muñoz, de Diverxo, pertenece a una nueva generación de chefs que han dejado atrás la imagen del cocinero fondón. Para él, el cambio físico empezó en 2014 con el reto de la revista Men’s Health, de la cual fue portada mostrando un cuerpo en plena forma para el que entrenó duro y cambió la forma de alimentarse. “Me enseñaron a comer de forma equilibrada, no a hacer dieta”, reconoce. Unos hábitos que ya tiene incorporados y le permiten seguir en forma, entrenando dos o tres días a la semana, aunque reconoce que con el confinamiento ha ganado un par de quilos.
Las dos primeras semanas del encierro en casa las pasó fatal, subiéndose por las paredes. Después de ocho años sin tomarse dos días de descanso, asegura que su cuerpo no entendía nada y le hizo pagar el frenazo. “Los primeros días me encontraba mal, pensaba que tenía el virus”, admite. Pero luego consiguió relajarse y le sirvió de diversión cocinar por Instagram, como hicieron muchos otros chefs, y compartir sus recetas caseras. Le vimos con los pies descalzos, que es como anda por casa, y cuando no cocinaba, hacía deporte, jugaba con sus cuatro gatos y estaba con la familia. ”El confinamiento me ha servido para darme cuenta de que tengo que mimarme”, resume.
Pero la vida se está normalizando y ya ha vuelto a grabar nuevos programas, además de abrir las puertas del Àbac el 3 de julio. La principal baza ha sido mantener a todo el equipo y los clientes se encontrarán con el restaurante en el mismo sitio donde lo dejaron. Evidentemente que se aplicarán muchos más protocolos de distanciamiento e higiene, pero no cambiará mucho más. Los 50 comensales que atienden por servicio se encontrarán con un solo menú adaptado a la estación de verano. Será un punto de inflexión. “Teníamos dos menús porque teníamos miedo”. El nuevo menú sintetizará los de antes: vanguardia y tradición. Los otros dos restaurantes del grupo, Angle y Ten’s, no van a abrir todavía. Para la hostelería es un momento muy complicado y este año lo da por perdido. “Esperemos que se quede a cero”, pronostica.