Ir al contenido

Halloween: lo que hay detrás del truco de cambiar las castañas por chuches

Más que luchar contra Halloween, podríamos aprender de él y ponernos a reficcionar lo propio, para transformar tradición en cultura contemporánea

Yo, para Reyes, me pido una máquina de fabricar iconos y cultura pop tan estupenda como Hollywood, para así vernos amanecer el año que viene, el día de Todos los Santos, con una de esas resacas punzantes que dejan los vinos dulces en las sienes, las pestañas chamuscadas, sin malos espíritus en el cuerpo y con unas flatulencias sensacionales.

Este año ya no llego a tiempo, y lo más probable es que el mundo entero despierte mañana con un par de bolsas de plástico a reventar de chuches colgadas detrás de la puerta.

Bebemos de los ritos ancestrales de las antiguas sociedades ganaderas que, por estas fechas, celebraban la llegada del letargo invernal y el recogimiento de los rebaños con grandes ágapes funerarios y ceremonias místicas. La noche del 31 de octubre marcaba el fin del año natural celta y hacía de bisagra entre el tiempo de la luz y el de la oscuridad. Durante unas horas, el velo de separación entre el mundo de los vivos y el de los muertos era especialmente fino. Casi transparente. Y las cosas y los seres iban y venían.

Con la expansión del cristianismo, estas celebraciones fueron absorbidas por el calendario cristiano y propagadas por todo su dominio. Adoptaron connotaciones religiosas, se bautizaron con nuevos nombres y se clavaron a días fijos.

En Málaga son el Tostón. En Canarias, Los Finaos (en El Hierro, la Tafeña). En Cádiz las llaman Tosantos. En el País Vasco, Gaztainerre. Son Magosto en Galicia y Amagüestu en Asturias. La Calbotada en Ávila y Salamanca, la Chaquetía en Extremadura, la Castanyada en Cataluña, y la Noche de Ánimas en Aragón. La lista es larga e incompleta. En cada rincón del mapa, arde una hoguera diferente. Pero todas prenden en la misma noche.

A su alrededor huele a calacú, buñuelos, huesos de santo, panallets, poleás, nuégados, calabazate, santitos, moscatel, sidra dulce, anís, arrope... y castañas. Sobre todo castañas. Porque esto es lo que da la tierra entonces, y con lo que la tierra da, se hace. Solo después de que la naturaleza haya dispuesto, una elaboración se inflama de carácter ritual.

Hoy, todas y cada una de esas fiestas tradicionales se baten en retirada ante el avance imparable de Halloween. Esta celebración importada parece tantísimo más estimulante, colorida y divertida que nuestras fiestas tradicionales, tan oscuras, lentas y parsimoniosas.

Lo curioso es que Halloween es la contracción de All Hallows’ Eve: literalmente, víspera de Todos los Santos. Halloween es el resultado de la mezcla de la festividad cristianizada, que cruzó el océano en barco, con las tradiciones nativas americanas.

Hablaré de lo que, por cercanía, más conozco. En Cataluña, hasta hace cuatro días, durante la noche de los muertos, las campanas redoblaban toda la noche. Se hacían procesiones y danzas macabras. Los niños salían a pedir limosna casa por casa, y ofrecían oraciones por los difuntos a cambio de un puñado de dulces. Se horneaba pan de muertos. Se colgaban farolillos en puertas y ventanas. Se vaciaban nabos y calabazas y en su interior se prendían velas. Estas linternas se posaban en las cornisas y los bordes de los caminos, y señalaban a las almas el camino de vuelta a casa. Era noche de sustos y risas: esos troquelados vegetales luminosos también servían para asustar a las viejas al volver de misa de difuntos o del cementerio. Halloween es lo nuestro, que vuelve después del paso por manos norteamericanas.

La batalla entre la Castañada y Halloween no es entre tradición y modernidad ni entre pasado y futuro, sino entre saber y no saber vender.

Hollywood produce cada año, sin falta, nuevas historias, iconos, sintonías y relatos que renuevan el viejo rito. Están por todas partes: en películas, videoclips, publicidad, promociones de supermercados, videojuegos... No existe sitcom sin especial de terror en octubre. Llevamos 40 años consumiendo imágenes de calabazas, esqueletos, jardines decorados y disfraces. Halloween gana porque a unos les ofrece diversión pagana sin necesidad de creer ni comprender, y a otros, una ocasión de compra impulsiva que llena el vacío entre la vuelta al cole y la fiebre navideña.

Más que luchar contra Halloween, podríamos aprender de él y ponernos a reficcionar lo propio, para transformar tradición en cultura contemporánea. ¡Lo hicimos en el siglo XIX! Don Juan Tenorio fue, durante décadas, un producto pop que ofrecía melodrama, romanticismo gótico y calendario litúrgico mezclados con puro espectáculo. Llenaba todas las salas de España cada 1 de noviembre.

¿Por qué no tratar de reactivar la iconografía tradicional con lenguaje audiovisual contemporáneo? “No vengas esta noche al castañar” suena a título magnífico para un podcast de terror. “La Castañera matazombis” podría ser un film estupendo de humor y gore costumbrista. ¿Quién no vería “Magosto en el fin del mundo”? la miniserie de terror rural gallego con muertos alzándose de las tumbas atraídos por el humo de las castañas asadas. Ahora que los musicales están de moda, ¿por qué no “Huesos de Santo”, una comedia negra al estilo Sweeney Todd, donde una joven pastelera de ciudad hereda el obrador familiar después de un dramático y extraño accidente el Día de Todos los Santos... para descubrir que las recetas de sus ancestros incluyen un ingrediente siniestro?

Halloween no triunfa porque sea mejor, ni más moderno, ni más divertido, sino porque la Fábrica de Sueños lo sostiene.

Sobre la firma

Más información

Archivado En