¿Es posible beber un café de especialidad barato y sin parafernalias? La respuesta está en estos bares de Barcelona
Una selección de tres locales que ofrecen una carta marcada por la proximidad en la que el espresso ronda los 1,50 euros y el café con leche no supera los 2,50 euros
Paredes blancas, interiorismos nórdicos, precios desorbitados, nombres rocambolescos y el inglés como única lengua en los carteles. Estos son algunos de los patrones que María López se cansó de ver en las cafeterías de especialidad popularizadas en Barcelona en los últimos años. “Este concepto no está bien aplicado, falta la cultura española y catalana del bar de toda la vida. Mucha gente de la ciudad como mis padres no tienen lugar aquí”, resume esta barista que se asoció con Clara Torres, una amiga del sector, para crear La Camila (carrer de Banyoles, 11).
La diseñadora Marta Soler les ayudó a restaurar este local del barrio de Gràcia que llevaba tres años cerrado. El blanco y el rojo dominan su estética de los años setenta, cuando su clientela habitual eran obreros que trabajaban cerca de una fábrica. Entre los taburetes de la barra y sus escasas mesas, las dueñas calculan un aforo de unas 35 personas según los metros cuadrados del local, aunque el Ayuntamiento no se lo ha aclarado.
El precio de su café oscila entre 1,80 euros el café solo y 2,50 euros el de filtro y en ninguna parte de la carta aparece el término “especialidad”, aunque cumplen la esencia del concepto. La compañía que lo tuesta en Valencia, Bluebell, mantiene “una relación muy personal” con el país de origen, según Torres. Colombia Mom, una cooperativa gestionada únicamente por mujeres, “utiliza los mínimos químicos, sombras naturales y en algunas fincas no se deforesta para plantar el café, sino que crecen intercalados con otros árboles que están ahí desde hace años”. La diminuta carta de La Camila ofrece clásicos como el pincho de tortilla, bizcocho marmolado o berberechos, además de otros productos como el pan que compran en hornos del barrio. Esta selección, que compone su carta de bar de toda la vida, es lo que les permite no poner tan caro su café. “No nos importa ganar menos con esto. Las tostadoras ofrecen precios aceptables y no tenemos que amortizar todas las ganancias, como ocurre en otros locales, con un café de alta ejecución: vivir solo de la especialidad es difícil”, concluye López.
Es fácil comprobar cómo este proyecto ha sido arropado por los residentes de Gràcia que han desfilado por La Camila como “La Loli”, la presidenta de la asociación de vecinos que no falla a su café matinal. Cuando celebraron un año de apertura el pasado abril, no cabía un alfiler en su tramo de la calle Banyoles. Acudieron desde los padres que han elegido el bar como su sitio de merienda habitual con sus hijos después del colegio hasta las participantes del Club de lectura Bovary, donde se reúnen algunos jueves. La clave de su éxito reside en una propuesta “sencilla, sincera y con respeto por las cosas de aquí”, sentencia López: “No hemos inventado nada, solo hemos dado un poco más de mimo a algo que ya existía”.
Julieta Menéndez también se asoció hace un año para fundar Vereda (carrer de la Diputació, 155) entre Villarroel con Diputació. Cuando pasaba por aquella esquina de L’Eixample para ir a clases de yoga, recuerda que no quería sentarse “en ningún lado” de esa zona dominada por franquicias. Después de 12 años trabajando en España, algunos en restaurantes de alta cocina como Mugaritz, quería materializar un proyecto independiente. Su establecimiento, marcado por el color verde y su cocina abierta, hace alusión a que la vereda “es un lugar de encuentro muy característico en la cultura argentina”, indica la porteña.
La empresa Café de Finca selecciona y tuesta desde Castelldefels los granos de regiones como Honduras que luego muelen al momento en Vereda. Es de los pocos elementos fijos en su carta, ya que trabajan tan en serio la proximidad que cambian el menú cada 24 horas. “A diferencia de muchos sitios, aquí las verduras protagonizan los platos, y la carne es un acompañante”, indica Menéndez. La cocinera destaca entre sus proveedores a los agricultores del Baix Llobregat, el gran huerto a las puertas de Barcelona. Para ella, la pandemia fue “una oportunidad” para emprender un proyecto alternativo “al dominio del turismo”. Ella y su socio han contratado desde entonces a seis personas y han ampliado horarios hasta dar desayunos. “Prefiero dar de comer bien a 30 que un gran proyecto”, reflexiona. Los precios del café en el establecimiento van desde 1,60 euros el espresso a 2,50 euros, el con leche.
Un mes antes de la irrupción de la Covid 19, Sebastián San Martín recibía las llaves de su primer negocio propio en Sants. Después de haber trabajado muchos años en otros restaurantes y hoteles de la ciudad, logró abrir Mucho cielo y mucho mar (Salou, 12) en enero de 2021, un nombre sacado de los versos de una canción sobre su Montevideo natal. La Bahía y el Cerro de la capital uruguaya recorren la decoración de este local acogedor, que su dueño define ante todo como “una casa de tapas”.
Los bocadillos son una de las marcas de la casa, con el chivito y el de salmón ahumado como estrellas de la carta. Además de otras “insignias uruguayas” como su entraña a la plancha con chimichurri, también ofrece postres caseros como las torrijas de orujo. San Martín luce orgulloso la camiseta de la asociación D.O. Sants, que promueve jornadas gastronómicas entre restaurantes del barrio, así como productos locales como su cerveza artesanal.
“Aunque no soy barista, cuando hice el plan de empresa tuve claro en subir la apuesta en el café. Los vecinos me comentaban que era difícil encontrar buen café en Sants”, comenta el chef, que contrata a la compañía Quality Blend para que le tuesten una variedad arábica de Etiopía. Ya sea para acompañar un almuerzo o para concluir una cena, él siempre lo sirve con un vaso de agua para purificar: por supuesto, siendo en Barcelona, no del grifo.