La captura del carbono se estrella contra la dificultad de reutilizarlo
Las tecnologías de captación de CO₂ están maduras, pero ante la poca viabilidad de su nuevo uso se impone la necesidad de almacenarlo
En 2023 se expulsó a la atmósfera una cifra récord de dióxido de carbono (CO₂), según datos del Global Carbon Project, y los expertos advierten de que, aunque el pico de emisiones parece estar próximo, aún no se ha alcanzado. Sí parece que estas emisiones están entrando en una especie de meseta, sin embargo, si se quieren alcanzar los objetivos marcados deberían estar reduciéndose ya drásticamente.
No está de más recordar esas metas. La Unión Europea, según especifica el propio Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, “ha asumido para el año 2030 un objetivo de, al menos, un 55% menos de emisiones netas de gases de efecto invernadero (emisiones una vez deducidas las absorciones) en comparación con 1990″, y la neutralidad climática en 2050. El contenido de ese paréntesis no es baladí, porque en él se recogen las tecnologías de captura, uso y almacenamiento de carbono (CCUS, siglas en inglés de Carbon Capture, Use and Storage). “Los escenarios realistas y los que maneja el IPCC [Panel Intergubernamental del Cambio Climático] sobre cómo llegar al balance cero neto de emisiones en 2050 están obligados a abrazar estas tecnologías porque no hay opción”, afirma tajante Carlos Abanades, investigador del CSIC en el Instituto de Ciencia y Tecnología del Carbono (INCAR).
Abanades, que fue uno de los autores principales del Informe Especial del IPCC sobre CCUS publicado en 2005, se refiere especialmente a las llamadas industrias de difícil abatimiento, aquellas que generan CO₂ en sus procesos o que no pueden electrificarse porque no cuentan con soluciones tecnológicas que lo permitan. “En España tenemos entre 30 y 40 millones de toneladas, sumando las dos cosas, de CO₂ de difícil abatimiento”, asegura Pedro Mora, presidente de la Plataforma Tecnológica Española del CO₂ (PTECO2).
Las tecnologías CCUS son capaces de separar el CO₂ allí donde se emite antes de que acabe en la atmósfera, por lo que su origen puede ser fósil; por ejemplo, si se captura de la quema de combustibles tradicionales, o renovable, en el caso de que se obtenga de un proceso de biomasa. Y una vez lograda su captura, la pregunta del millón es qué hacer con él para que realmente suponga una mejora en el balance de emisiones.
Una de las respuestas más habituales es la fabricación de biocombustibles para sectores de complicada electrificación, como la aviación. “Si haces con el CO₂ un combustible sintético con hidrógeno renovable para cualquier proceso que hoy utiliza un combustible fósil, ese carbono, cuando se queme ese combustible, va a ir a la atmósfera otra vez”, señala Abanades. Es cierto que si ese combustible se realiza tanto con CO₂ como con hidrógeno renovable no contabiliza a efectos de emisión a la atmósfera, pero “el problema del cambio climático no está relacionado con el CO₂ renovable, está relacionado con el fósil”, apostilla Abanades.
Dos problemas clave
Aunque existen y se están desarrollando más usos para ese carbono capturado, lo cierto es que hay dos problemas. El primero es que esa captura no es permanente. La Agencia Internacional de la Energía (IAE) la sitúa en un año para los combustibles y hasta diez para los productos químicos, luego acabará en la atmósfera. El segundo problema es que sencillamente no salen las cuentas. “La cuestión es que si se captura todo lo que se tiene que captar, es muchísimo CO₂. Y no existe ahora mismo ni mercado ni tecnología para asumirlo todo. Por eso, si lo capturas, la mayoría no va a tener otra salida que almacenarlo”, señala Paula Fernández-Canteli, jefa de proyectos de almacenamiento de CO₂ en el Instituto Geológico y Minero de España (IGME). Según la IAE, el uso de CO₂ puede desempeñar un papel, pero no reemplaza el almacenamiento geológico, en concreto ese uso lo cuantifica en un 5%, mientras el 95% restante deberá ser almacenado.
El IGME ya ha realizado una primera evaluación identificando más de un centenar de estructuras de interés. Se encuentran a más de 800 metros de profundidad y poseen una capa de roca porosa y permeable en la que inyectar el CO₂, recubierta de roca impermeable que permite retenerlo. “Hablamos siempre de dos tipos de posibles almacenes. Acuíferos salinos profundos, cuando esta roca porosa y permeable está rellena de agua muy salina, que no se puede utilizar para nada y que también nos ayuda a que el CO₂ se mantenga dentro de la estructura. Y campos agotados de petróleo o de gas”, aclara Fernández-Canteli. En España la opción principal serían los acuíferos salinos profundos, pero son solo propuestas.
Entre la captura y el almacenamiento está el transporte, ya sea con camiones, barcos o con una red de CO₂ductos que, según un informe del Centro Común de Investigación de la Comisión Europea (JRC, por sus siglas en inglés) debería llegar a los 6.700-7.300 kilómetros en 2030, y hasta los 15.000-19.000 kilómetros para 2050, con un coste estimado de entre 6.500 y 19.500 millones de euros para 2030, y de entre 9.300 a 23.100 millones en 2050. Este mismo informe apunta que, aunque el centro neurálgico estaría en el Mar del Norte, donde los noruegos llevan años inyectando CO₂, sería necesario para recortar costes y distancias que hubiera almacenes en el sur y el este de Europa.
La propuesta pasa por crear núcleos de grandes emisiones industriales y solaparlos con las zonas más idóneas identificadas por el IGME como potenciales almacenes. “La idea sería a nivel local, algo un poco colaborativo, que haya una serie de industrias contaminantes que puedan utilizar la misma infraestructura y hacer sinergias”, señala Víctor Vilarrasa, investigador del IMEDEA, un centro mixto del CSIC y la Universitat de les Illes Balears (UIB), y autor de un estudio sobre el tema.
Sin embargo en España aún no hay planes que incluyan estas tecnologías y el sector solicita una hoja de ruta. “Necesitamos la estrategia nacional, el apoyo y el empuje de nuestro gobierno, como hacen en el resto de países”, reclama Mora.