¿Por qué las rosas ya no huelen como antes? Así es la Rosa Narcea que rompe este mito

Se ha extendido la creencia de que los rosales ya no desprenden el mismo aroma de antes. Este es un viaje por las especies más fragantes y una variedad única en el mundo, cuya fragancia solo se puede percibir en el concejo asturiano de Cangas del Narcea

La Rosa Narcea, descubierta en 2017 casi de forma accidental. Foto cedida por Carmen Martínez (CSIC).

De la misma forma que se tiene la sensación de que los tomates ya no saben a tomate, con los rosales pasa algo similar. Cada vez son más los aficionados a la jardinería que acuden a los viveros en busca del “olor perdido” de las rosas, que los mayores recuerdan en los arbustos que crecían agrestes en fincas y pueblos. ¿En qué momento se perdió ese aroma y dónde se esconden las variedades más perfumadas? Aunque se estima que ya existían cultivos de rosales desde el año 3.000 antes de Cristo en China, Asia, Europa y el norte de África, fue en los últimos 150 años cuando en el área mediterránea se orientó la hibridación a mejorar la productividad de la floricultura. Se sabe que en 1850, en Europa existían más de 100 variedades de rosas perfumadas, pero la paulatina introducción de especies procedentes de China llevó a los horticultores a hibridar ambas líneas, con el fin de aumentar su producción con rosales de período de floración mucho más amplio y mayor variedad de formas y colores. Algunos estudios apuntan a que durante este proceso de hibridación hubo un gen en las rosas —el RhAG— que cambió su expresión cuando se intentaba obtener rosales triploides y tetraploides (de exuberante floración y resistencia), a costa de la pérdida del perfume.

Si las antiguas rosas europeas tenían colores limitados (blancas, rosas y amarillas) y crecían rústicas en los jardines, el mercado de las rosas ornamentales pronto se vio invadido por las nuevas variedades con infinidad de colores, más exuberantes, que florecían durante varios meses al año… pero menos olorosas. Al mismo tiempo, las variedades antiguas europeas fueron desapareciendo.

“A mediados del siglo XIX se buscaba conseguir rosales que florecieran más a menudo a lo largo del año, como hacían las especies chinas. El mercado pedía que fueran más productivos para la floricultura, que produjeran rosas bonitas de ver, de floraciones espectaculares para los jardines, y de tallo largo para su uso como flor cortada. Se buscaba el rendimiento máximo de la planta con fines estéticos y ornamentales, pero fue a costa del aroma de las rosas antiguas”, explica Marina Barcenilla, perfumista e investigadora científica de la Universidad de Westminster y del Museo de Historia Natural de Londres, que ocupa el Sillón Rosa Damascena en la Academia del Perfume.

Curiosamente, aunque las antiguas rosas chinas y europeas producían aroma, su forma de hacerlo era diferente. Según un estudio publicado en el International Journal of Molecular Science, donde se analizaron los aspectos genéticos y bioquímicos de los aromas florales de las rosas, las variedades chinas producen alcoholes y compuestos orgánicos derivados de lípidos (como el hexenol y acetato de hexenilo, que recuerdan al olor a hierba recién cortada), mientras que en las variedades europeas los componentes que forman su aroma son 2‐feniletanol (2-PE) y monoterpenos o esencias florales como el óxido de rosa, geraniol y nerol, entre otros.

Las rosas de color rojo fuerte tienen un olor más clásico a rosa, mientras que las amarillas, blancas y naranjas tienen aromas más ligeros, con matices cítricos y afrutados.Tibor Bognar (Getty Images)

“En el último siglo se ha intentado recuperar el aroma de las rosas, como hizo el horticultor británico David Austin en los años sesenta, buscando hibridar variedades antiguas con las modernas para obtener lo mejor de ambos mundos”, ahonda Barcenilla. “Así que, si queremos plantar rosales perfumados, tenemos que buscar en los viveros las rosas de David Austin, rosas inglesas y rosas antiguas de jardín, que son las más fragantes. Las de color rojo fuerte, por ejemplo, tienen un olor más clásico a rosa, mientras que las amarillas, blancas y naranjas tienen aromas más ligeros, con matices cítricos y afrutados”, explica.

Rosa Damascena, Centifolia y… Narcea

La mayoría de las rosas que se cultivan hoy pertenecen a la familia de las rosas modernas, todas ellas obtenidas a partir de 1867 mediante cruces artificiales y programas de mejora con fines ornamentales. En la actualidad, solo dos variedades de rosa natural se cultivan y destinan a la industria de la perfumería: la Rosa Damascena, con un olor más clásico, rico y denso de matices especiados, y la Rosa Centifolia, de aroma más herbal y ligero, con notas dulces. A estas dos selectas rosas naturales destinadas a la industria del perfume y cosmética se podría añadir en los próximos años una tercera e insólita variedad de origen asturiano: la Rosa Narcea, descubierta en 2017, casi de forma accidental, por Carmen Martínez, investigadora de la Misión Biológica de Galicia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

Carmen Martínez, investigadora de la Misión Biológica de Galicia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, con la Rosa Narcea. Foto cedida por Carmen Martínez (CSIC).

“El descubrimiento de la Rosa Narcea fue casualidad y atar cabos. Estaba paseando por las calles de Sofía, en Bulgaria, en mayo, que es la época de floración de la Rosa Damascena, y me acerqué a oler uno de los rosales de la calle. Fue como un viaje en el tiempo: de repente me llegó un recuerdo olfativo muy intenso, con imágenes y olores muy concretos que me recordaban a mi infancia en Asturias, en primavera. No era exactamente el mismo olor que yo recordaba, pero sí contenía una intensidad aromática que no había vuelto a percibir en mi vida”, describe la investigadora.

Cuando volvió a España para buscar ese olor de su infancia, Martínez viajó a Carballo, en el concejo asturiano de Cangas del Narcea, de donde su familia es originaria y donde tenían la tradición de plantar en honor a los niños, por su duodécimo cumpleaños, un árbol o arbusto que perdurase a lo largo de su vida. A su padre le plantaron un rosal, obtenido por esqueje de los numerosos ejemplares que existían en el jardín de la casa familiar. Junto al muro de entrada de la antigua casa permanecía este ejemplar casi olvidado, junto a otro procedente del primero, de tronco sarmentoso y flores de color rosa fucsia, que durante generaciones habían sido famosos en la aldea por el perfume que destilaban en mayo. Según los cálculos de Martínez, el ejemplar más antiguo de estos rosales podría remontarse a 1832, cuando se construyó aquella casa con su pequeño jardín.

Recolección de Rosa Narcea. Foto cedida por Carmen Martínez (CSIC).

“Mi experiencia de más de 35 años en la recuperación y reintroducción en el mercado de antiguas variedades de vid olvidadas me hizo pensar en la posibilidad de trabajar con esta rosa como un recurso agrario de interés y utilidad”, afirma Martínez, que se puso en contacto con expertos en botánica y envió a Italia muestras del ADN de la rosa asturiana, para contrastar con el banco mundial de datos de ADN de rosas antiguas. “Así comprobamos que es una rosa única en el mundo, un híbrido local natural, entre la antigua Rosa Gallica, casi desaparecida, y la Rosa Centifolia, que se emplea en la industria del perfume”, explica la investigadora, que en 2020 publicó los resultados de su descubrimiento en la revista Horticulture Research.

Rosales contra la despoblación rural

Una vez seleccionadas e identificadas las características botánicas específicas de la rosa y su perfil de ADN, el equipo de Carmen Martínez ha dedicado los últimos cuatro años a estudiar sus condiciones óptimas de cultivo y cosecha. La Rosa Narcea necesita inviernos fríos y duros, ciertas horas de sol y elevada humedad en el entorno, con un sistema de cultivo desarrollado específicamente para ella, en espaldera, para producir la máxima cantidad y calidad de rosas. La recolección, entre mayo y junio, tiene que ser manual y su procesado deberá ser in situ, porque la delicadeza de sus flores no soporta grandes tiempos de transporte. “De aquellos dos rosales antiguos originales en la finca familiar hemos podido seleccionar, multiplicar y cultivar con éxito cerca de 500 rosales en media hectárea de terreno y tenemos otras 15.000 plantas enviveradas, listas para trasplantar”, apunta Martínez, que recientemente ha recibido, junto a los científicos de su equipo, el Primer Premio de Transferencia y Emprendimiento, entregado por el CSIC, por los estudios realizados sobre esta rosa y la posterior transferencia al sector productivo con la empresa Aromas del Narcea.

El equipo de Carmen Martínez ha dedicado los últimos cuatro años a estudiar las condiciones óptimas de cultivo y cosecha de la Rosa Narcea. Foto cedida por Carmen Martínez (CSIC).

La industria del perfume y cosmética está muy interesada en esta rosa —con sello de protección internacional concedido por la Oficina Comunitaria de Variedades Vegetales de la Unión Europea— por sus características, perfil olfativo, aceites esenciales, cualidades organolépticas y altos contenidos en polifenoles, que incluso podría derivar en usos nutracéuticos o farmacológicos, entre otros. Pero de momento, el mercado tendrá que esperar, por lo menos, otro año de investigación. “Nuestro objetivo es que la Rosa Narcea sirva para reactivar el entorno del valle del río Cibea, una antigua zona minera abandonada, afectada por la despoblación y la escasez de alternativas de empleo de calidad”, plantea Martínez.

Su equipo está en contacto con las administraciones, propietarios de parcelas y agricultores de la zona para estudiar la forma de generar riqueza y oportunidades. De hecho, este es uno de los proyectos estrella de la plataforma Alternativas Científicas Interdisciplinares Contra el Despoblamiento Rural (ALCINDER) del CSIC, que coordina Martínez junto a otro colega. “Aún nos queda por delante un año de investigación y recogida de datos para profundizar en el comportamiento del rosal en las diferentes circunstancias climáticas que van cambiando cada año para optimizar su cultivo, pero la idea es que en los próximos años veamos las aplicaciones que podrá tener la Rosa Narcea y cómo se podrá generar riqueza en el entorno de forma sostenible”, confía la investigadora.

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