Ni grandilocuencia ni espectáculo gratuito: otra alta costura es posible

La aproximación a este exclusivo sector de Demna en Balenciaga o de Nicolas Di Felice en Jean Paul Gaultier demuestra en los desfiles de París que hay alternativas para desplegar la creatividad y la artesanía fuera de los senderos tradicionales de la moda

Tres de las propuestas de Demna para la nueva colección de alta costura de Balenciaga, presentada en la semana de la moda de París el 26 de junio de 2024.COURTESY OF BALENCIAGA

Una camiseta gris, unos vaqueros con un patrón que hacía creer que tenían una cazadora anudada a la cintura y un sombrero sobredimensionado, muy similar a los que Demna sacó en su primera colección de alta costura, hace tres años, y que remiten directamente a lo que todos recuerdan de ...

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Una camiseta gris, unos vaqueros con un patrón que hacía creer que tenían una cazadora anudada a la cintura y un sombrero sobredimensionado, muy similar a los que Demna sacó en su primera colección de alta costura, hace tres años, y que remiten directamente a lo que todos recuerdan de Cristóbal Balenciaga. Llevamos, más o menos, 20 años escribiendo artículos (ahora tuits o posts de Instagram) sobre el sentido de la alta costura: si la forma de moda más antigua y exclusiva que existe necesita o no modernizarse, si beneficia o no a según qué marcas invertir en ese despliegue creativo y artesanal para mantener un aura que les permite (o no) recuperar la inversión vendiendo bolsos y zapatos; si siguen teniendo un público capaz de pagar cinco y hasta seis cifras por un vestido único a medida. Pero lo cierto es que durante esta semana de la alta costura de París, que también es la de las presentaciones de alta joyería, muchas de esas joyas únicas que ocultan el trabajo de un año y que a veces superan el millón de euros ya están compradas, antes incluso de enseñarlas. Lo que prueba que hay gente ahí fuera, que hay demanda, aunque en tiempos en los que el lujo parece enfrentarse a una recesión es lógico que ese uno porciento prefiera invertir en joyas y relojes mucho antes que en bolsos o vestidos de firma.

En cualquier caso, la presentación de la colección de alta costura número 53 de Balenciaga, la cuarta de Demna, comenzaba con vaqueros y camiseta gris y se cerraba con un vestido de novia de 47 metros de nailon drapeados sobre el cuerpo de la modelo una ahora antes del desfile. Porque pocas prendas permanecen más que un pantalón vaquero y pocas son tan efímeras como un vestido de novia, aunque culturalmente nos hagan creer justo lo contrario. Desde el primer momento en que Demna comenzó a hacer alta costura se aproximó a ella con la extrañeza y la distancia que necesita este negocio, en el que un organismo gubernamental francés decide desde hace más de un siglo quién puede desfilar y quién no. Para él, la costura, es decir, el grado más sublime que puede experimentar el diseño de moda, tiene que ver más con la experimentación en los materiales, telas que permitan la rigidez o la fluidez extremas, que con la profusión de elementos decorativos; más con la creatividad extrema que con las manos que cosen pluma a pluma un vestido. El sonido del desfile de este miércoles 26 de junio, ideado como siempre por su pareja, el artista Bfrnd, no era ni más ni menos que un audio de guía a la meditación, el mismo que el creativo comentaba tras el desfile que utiliza a diario para conectar con su lado creativo. Fuera de las presiones (muchas) y de esos prejuicios (muchísimos) que rodean a este oficio. Entrar a los históricos salones de la avenida George V de la capital francesa y recibir pautas para respirar y dejar correr los pensamientos era, en el fondo, una invitación a desembarazarse de todas las ideas preconcebidas que, conscientes o no, los invitados a este tipo de desfiles llevan consigo.

El vestido de novia de la nueva colección de Balenciaga, presentada en la semana de la alta costura de París el 26 de junio de 2024.COURTESY OF BALENCIAGA

Para Demna, que creció combinando y superponiendo prendas por necesidad (es refugiado y huyó de su casa con casi nada), hacer una colección de alta costura es no olvidar esa idea y trabajarla con un equipo creativo y de artesanos capaz de anudar mangas hasta hacer un vestido de noche o de coser camisetas hasta crear una prenda voluminosa que evoca, a su manera, al Cristóbal obsesionado con las pinturas de Zurbarán. Es conocer al dedillo el archivo del creador español y reverenciarlo en los tejidos, las dimensiones o las técnicas, pero sin olvidar por qué y cómo hace él moda: con la calle (y no en sentido abstracto, sino en el del peatón concreto) como principal fuente de inspiración, con las subculturas juveniles elevadas a la categoría de costura, con el objeto cotidiano convertido, a la manera de Warhol, en objeto de culto. Muchos consideran que su moda es repetitiva y la marca ha llegado a ese nivel de hastío que hizo, por ejemplo, que Gucci prescindiera hace dos años de Alessandro Michele (hoy en Valentino). Sin embargo, y salvando mucho las distancias, lo que une a los dos diseñadores no es el qué, sino el por qué y el cómo: ambos han sido capaces de crear una estructura, un modo de vestirse y de relacionarse con la ropa que va más allá de la propia prensa concreta.

Si la gente compra camisetas con logos hackeados de Balenciaga es porque mucha gente, en los últimos 10 años, ha vestido a la manera de Demna sin saber siquiera quién es Demna. Solo hacía falta ver cómo las celebridades que acudieron a la cita del miércoles estaban casi camufladas entre el resto del público vestido de la firma, demostrando de alguna forma que llevar Balenciaga es algo similar a caracterizarse, a asumir un rol por encima de quién lo esté llevando.

El 'front row' plagado de celebridades en el desfile de Balenciaga en la semana de la alta costura de París, el 26 de junio de 2024 en la capital francesa.COURTESY OF BALENCIAGA

Horas después del desfile, el diseñador mallorquín Miguel Adrover acusaba en sus redes a Demna, no era la primera vez, de apropiarse de sus ideas, en concreto de su forma de combinar y superponer prendas consideradas “banales” para moldear piezas de diseño únicas. Fue Adrover quien, en una breve vuelta a las pasarelas en 2012, ideó una colección basada en la idea de un accidente de avión que aterrizaba forzosamente en una isla remota y un grupo de supervivientes que usaban sus maletas, propias y ajenas, para desarrollar una forma completamente auténtica y primigenia de relacionarse con la ropa. La idea no es tan distinta a la que Demna lleva manejando desde que creara Vetements, y el parecido de las imágenes es más que razonable, pero cabe preguntarse si la inspiración pasa realmente a ser plagio cuando lo que se copia es una forma de ver el sistema y no un diseño concreto. De ser así, buena parte de los diseñadores de las últimas dos décadas deberían pedir disculpas a Adrover, pero también a Alexander McQueen, a Helmut Lang y, por encima de todo, a Martin Margiela.

No está claro si introducir denim en una colección de costura es modernizarla o no, pero lo que consigue es desembarazarla de esa imagen de majestuosidad y maximalismo que para bien o para mal acarrea desde su nacimiento, hace casi un siglo y medio, como si la sociedad, incluso la sociedad millonaria, no hubiera cambiado desde entonces. Por eso también resulta un alivio que Nicolas Di Felice, actual director creativo de Courrèges, no respondiera a la invitación de crear la colección de alta costura de Jean Paul Gaultier como una forma de jugar a la nostalgia y, lo que es peor, de sacar partido a los talleres artesanos de la enseña de una forma grandilocuente. En los cuatro años que Di Felice lleva en Courrèges ha obrado el milagro de volver a hacer relevante una firma demasiado anclada a un tiempo, los sesenta, y a una estetica, la de la era espacial y el auge del prêt-à-porter. Si lo ha logrado es porque ha sabido crear un uniforme, juvenil, festivo, minimalista, pero al fin y al cabo un uniforme, algo complejísimo para cualquier diseñador. Él también tiene una estructura, en este caso con prendas básicas, casi siempre negras, cuyo patrón tiene que ver más con los matices que con el manierismo.

Dos de las propuestas del diseñador Nicolas Di Felice para la colección de alta costura de Jean Paul Gaultier, presentadas el 26 de junio en París.Swan Gallet (WWD/Getty Images)

Y es con ese uniforme con el que ha vestido la colección de Jean Paul Gaultier, estableciendo un diálogo real, no una mera traducción o copia del archivo, en un desfile que comenzaba con modelos tapadas con gabardinas y tops hasta la mandíbula y que poco a poco iban descubriendo el rostro, los hombros o la cintura, dejando ver sutilmente las caderas con aberturas donde introducían la mano, un gesto de sutil sensualidad que recorre toda la colección, de las prendas exteriores a los corsés (funcionales) o los vestidos hechos con, literalmente, miles de corchetes de metal ensamblados a mano. El estampado tatuaje de Gaultier era aquí un motivo decorativo pintado con rotulador, los corchetes servían para cerrar faldas o mangas y los drapeados lenceros (algo que Di Felice no se puede permitir en Courrèges, la marca de la geometría) caían de forma sutil en estudiadísimas prendas hechas a mano pero que, por suerte, no encajan con la idea de profusión maximalista que acompaña a la alta costura. Di Felice, uno de los diseñadores más prometedores de esta década, tiene una identidad clara, un producto realista (se confeccione en una fábrica o en un taller) y ya casi tiene esa estructura, esa forma de aproximarse a la indumentaria más allá de diseños concretos, que solo unos pocos consiguen.

En esta penúltima jornada de desfiles, en la que se ha practicado una costura más desprejuiciada, Viktor & Rolf han hecho lo que llevan más de 20 años haciendo: aproximarse a ella desde lo performativo, borrando las fronteras entre lo artístico y lo cotidiano. Se lo pueden permitir. La firma, propiedad del grupo italiano OTB, logró que ese aura rebelde y conceptual se transmitiera a la venta de perfumes, como sucedía y sucede en otras casa de costura (ese es de hecho, en el debate sobre su pertinencia actual, uno de los motivos que esgrimen sus defensores), con la diferencia de que ellos nunca han pretendido hacer piezas majestuosas, ni siquiera vestir a las celebridades en las alfombras rojas. Solo quieren experimentar, temporada tras temporada, con la relación entre la prenda y el cuerpo de forma hiperbólica. Esta vez era una caja la que daba forma a las prendas que la envolvían, creando diseños en los que la ropa se desliga completamente del cuerpo que las lleva, adquiriendo una entidad propia e independiente que la convierte en objeto de museo.

Desfile de la colección de alta costura de Viktor & Rolf, el 26 de junio en París.Stephanie Lecocq (REUTERS)

El joven diseñador hongkonés Robert Wun también cree que la costura tiene que glorificar el relato por encima de la ejecución de la prenda que lo narra. Heredero de esa idea tan propia de Alexander McQueen que considera que este oficio no solo sirve para complacer y hablar de belleza en sentido canónico, Wun trabaja sus colecciones pensando en películas de terror, villanas de cómic o seres mitológicos que perturban y, a la vez, resaltan el lado más lúdico de la moda. En poco más de tres años, y gracias a esta visión, tan propicia ahora que parece que el beneplácito final lo otorgan las redes sociales, el creativo ha encontrado un hueco por derecho propio en un calendario que se renueva poco y del que, salvo excepciones, se suele esperar lo mismo temporada tras temporada.

Primer plano de una de las modelos en el desfile de Robert Wun, el 27 de junio de 2024 durante la semana de la alta costura de París.Stephanie Lecocq (REUTERS)

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