TRES RAZONES. ¿Por qué estás en Instagram? "Porque es la manera de socializar. Es una carta de presentación". ¿Qué es lo mejor de esa red? "Que es muy visual". ¿Y lo peor? "Que es un poco superficial. Y la falsedad (nadie es de verdad como sale en Instagram)". Quien responde es Alba, 17 años. Cumplirá 18 en mayo. No le alcanza para votar en las elecciones generales. Podrá hacerlo en las europeas, autonómicas y municipales. Abrió su cuenta de Instagram en 2017. La siguen 491 personas. Sigue a 434. Dice que está en la media de su edad en cuanto a seguidores —"que es lo que cuenta"—: entre 300 y 600. El éxito empieza a partir de los 2.000.
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STALKER MA NON TROPPO. Ninguno de los consultados sabía que Stalker era una película estrenada en 1979 por el ruso Andrei Tarkovsky que obtuvo el premio especial del jurado en el festival de Cannes, pero cuando les dices que andas navegando por Instagram para tratar de sacar algunas conclusiones sobre su uso te dicen que eso es ser un stalker (en inglés, "persona que acecha a otra furtivamente"). Ellos añaden a esa definición matices que se acercan a la idea de "espía" o "acosador". Lo hacen incluso aquellos cuyos perfiles son públicos. Muchos creen que el hecho de que una cuenta lleve su nombre es garantía de que su privacidad queda protegida. "¿Cómo te van a dejar que mires la cuenta de una adolescente?" es una pregunta recurrente. Repregunta: "¿Quién me tiene que dejar?" Respuesta: "Instagram".
EL ÁLBUM IDEAL. "Para los posts te guardas las fotos más curradas", dice Alejandro, 15 años. Se abrió el perfil hace dos, es decir, uno antes de lo legal. No tuvo más que mentir en el trámite (que lleva un minuto). "Nunca subo nada comprometido", se excusa. Nadie reconoce subir nada comprometido. Suben lo más "currado", generalmente, retratos muy posados del titular de la cuenta. Es su carta de presentación. Por eso abundan —debidamente filtrados por la cámara o el ordenador— los gestos de anuncio, los sensuales y los melancólicos. También los alegres o cuidadosamente espontáneos. Una escenografía de película o videoclip. "Sesioneo", lo llaman. "Cuando conoces a alguien le pides el Instagram. ¿El teléfono? Ese es otro paso". Entre esos retratos no abundan ya, por poco elaborados, los selfies, que se reservan para las stories: publicaciones que desaparecen a las 24 horas. Instagram nació en 2010, Mark Zuckerberg, dueño de Facebook, compró la compañía en 2012 y en 2016 lanzó esa herramienta para competir con Snapchat, hasta entonces, referencia como red de mensajes efímeros.
¿ATÚN O FILETE? Si los posts son el álbum ideal —la biografía autorizada—, las stories son parte de la conversación. Sirven para recomendar canciones o vídeos en fragmentos de 15 segundos, fotos llamadas a desaparecer, memes ad hoc o encuestas "chorras" tipo: ¿El domingo salís o no? ¿Atún o filete? "Lo más random". Los más activos suben dos o tres posts al mes; stories, a diario. Aunque saben que cuesta menos pulsar en el icono del corazón, valoran más el número de me gusta —dar like es, a veces, una forma de hacerse notar— que el de comentarios, cercanos muchas veces a la onomatopeya.
UN HUEVO REVOLUCIONARIO. La revolución no saldrá en Instagram. Para eso están los grupos de WhatsApp. Cuando se les pide un ejemplo de superficialidad, los adolescentes recurren a un mismo ejemplo: el pasado 4 de enero alguien abrió un perfil con la foto de un huevo y pidió que se convirtiera en récord mundial de likes. Lo consiguió. Cerró el mes de marzo con 53 millones. Pese al componente generacional, ni la huelga feminista del 8 de marzo ni la ecologista-estudiantil del 15 tuvieron una gran repercusión en esa red. Con todo, saben que Vox es el partido político con más seguidores. "Conecta mucho", dice Alba, que se define como "más bien de izquierdas" y se lanza a comprobar la cifra exacta (227.000, el doble que Podemos y cuatro veces más que PP y PSOE). Luego comprueba cuántos de sus seguidores siguen también al partido de Santiago Abascal: 8. La revolución no saldrá en Instagram. La reacción tal vez sí.
HABLAR POR LA CÁMARA. En Instagram vale más el filtro de colores que el corrector ortográfico. Aunque el inglés salpica muchos de sus brevísimos textos, la imagen lo es todo. Las fotos no necesitan traducción. A mediados de los años noventa Telefónica hizo a Joan Fontcuberta, fotógrafo, ensayista y premio Hasselblad –el Nobel oficioso de la fotografía- una pregunta muy concreta: ¿Merecía la pena incorporar una cámara a los teléfonos móviles? Su respuesta también fue concreta: sería una "solemne tontería" y un "suicidio comercial". Ahora habla de postfotografía porque sabe que "no hacemos fotos con el móvil sino que hablamos por la cámara". Ya no importan tanto el recuerdo como el mensaje, el registro como la conversación, no el "así fue" como el "yo estaba allí". No el "soy así" como el "así quiero ser".
¿ARIANA O SELENA? 90% de conocidos, 10% de famosos (cantantes, actrices, actores y deportistas). Aproximadamente. Así agrupan los instagramers a las personas a las que siguen. Instagram mismo es materia de análisis continuo. Saben cuántos seguidores tienen sus amigos y quién tiene más en el mundo entero. Y las constantes variaciones en el ranking: 1) Cristiano Ronaldo (160 millones; "más que Messi" con 113). 2) Ariana Grande. 3) Selena Gómez. 4) The Rock, el actor. 5) Kim Kardashian. Eso sin contar los 291 millones de seguidores que tiene la propia red.
ORTOGRAFÍA PRIMITIVA. Como en las presentaciones de los perfiles, en los comentarios que acompañan a las imágenes suelen primar el hermetismo, los guiños privados y los estados de ánimo. Las respuestas suelen ser del tipo: "Neneeee". "Mi más bonica..." (en versión fan). "K t calles" (en versión crítica). Y una sucesión de emoticonos repetidos o combinados. El signo de apertura de la admiración o la interrogación desaparece sistemáticamente. En el último Congreso de la Lengua, celebrado en Argentina en marzo pasado, el director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, contempló la posibilidad de que un día —"aunque remoto"— esa práctica se extienda al castellano usual. Sería una vuelta a 1754, momento en que la RAE empezó a recomendar su uso, recomendación no convertida en ley hasta 1844. Durante un tiempo, incluso, los signos de apertura se reservaban para las frases largas: se podía escribir "Caramba!". Con todo, los usuarios jóvenes —incluso los que tienen atragantada la gramática de la ESO—, dicen ser conscientes de que las redes son otro nivel de lengua. Nunca se les ocurriría escribir así en un examen. Niveles: también este periódico, en su edición impresa, prescinde del signo de apertura cuando el texto empieza con una capitular.
HUMOR SIN CONTEXTO. "Por si es un fake, lo compruebas en otro sitio", dice Alejandro para explicar que a veces usa Instagram como medio de información. A veces lo que comprueba no es más que el resultado de un partido de la NBA. Pero no se fía. Instagram es un álbum que crece sin parar pero sin pies de foto. La red favorita de una generación acostumbrada a exhibirse sin filtros, a reírse también sin filtros. El 5 de marzo Movistar+ retiró de la circulación un monólogo en el que el humorista Iggy Rubín bromeaba con el etarra Josu Ternera y con José Antonio Ortega Lara, víctima de ETA. Se emitió en La resistencia, el programa de David Broncano, otro hito generacional. Pregunta: ¿Quién es Josu Ternera? Respuesta de Alba: "Uno de ETA, ¿no?" P: ¿Y Ortega Lara? R: "No sé". P: ¿Cómo sabes quién es Ternera? R: "Salía en [la película] Negociador". Minutos más tarde añade otra respuesta: "Ya sé quién es Ortega Lara, uno de Vox. Lo acabo de mirar en Internet. En Instagram tiene un hashtag".
SOBRE ESTE PROYECTO
Este reportaje es la quinta entrega de Crecer Conectados, una serie de artículos que explora la vida de niños y adolescentes en un mundo digital. Los códigos han cambiado, los chavales aprenden, juegan y se relacionan a través de redes y pantallas, rodeados de algoritmos y big data, nativos en entornos en los que sus mayores se mueven con desconcierto. Crecer Conectados reflexiona sobre los retos a los que se enfrentan y las posibilidades que se abren para estas generaciones. ¿Qué hacen, dónde están y cómo usan los menores la tecnología? Tienen entre 3 y 18 años: ellos serán nuestros guías. [Volver arriba]