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Leyre Arribas y los hermanos Paula y Sergio Terrazas usando sus móviles en una calle de Molinos de Duero (Soria).

“Hace frío y en el pueblo no hay más niños, ¿qué hago sin mi ‘Fortnite?”

Entre los chavales de la España vacía, sin apenas adolescentes, la tecnología es básica para socializar, estudiar y entretenerse

Hay mucha nieve en los 300 metros que separan la casa de Alejandro Arche, de 13 años, de la nave en la que viven sus gallinas. “Vendo cada docena de huevos a dos euros”, cuenta. Entre sus clientes están sus padres y otras personas de su pueblo, Salduero (Soria, 144 habitantes). Tardó unos cuantos meses en ahorrar el dinero que, con otra parte que le dieron sus padres, le sirvió para comprarse una Play Station 4.

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Lo que más le gusta hacer con su nueva consola de videojuegos, y con su móvil, es jugar a Fortnite. “En invierno, a las siete de la tarde ya es de noche, hace frío, no te apetece salir de casa y en el pueblo no hay más niños de mi edad. ¿Qué voy a hacer?”, dice. Es verdad. Las únicas habitantes de Salduero que, como él, están en edad de ir al instituto son Carmen Hernández, de 17 años, y Ana de Diego, de 14. Son muy amigas. “Cuando quedamos, vemos vídeos en YouTube con el móvil de alguna de las dos”, cuenta Carmen. Tres años de diferencia parecen un mundo en la adolescencia, pero no lo son cuando no hay nadie más en el pueblo. Ninguna de las dos tiene Facebook, pero sí Instagram.

“Hace frío y en el pueblo no hay más niños, ¿qué hago sin mi ‘Fortnite?”

Estos tres adolescentes van al instituto en Covaleda, capital de la comarca, en un autobús que pasa por varios pueblos. Antes de llegar a Salduero, pasa por Molinos de Duero, de 171 habitantes. “Cuando vemos que tarda, avisamos a los de Salduero por WhatsApp para que no estén esperando helados de frío”, explica Sergio Terrazas, de 14 años. Habla en su casa, en la zona más alta de Molinos, al calor de una estufa nueva. Su madre, Mercedes Cuesta, la compró por Internet: “Nos llegó por Amazon sin problema. Siempre he sido reacia a este tipo de compras, pero me ha ido estupendamente”. La hermana de Sergio, Paula Terrazas, de 18 años, se apunta el dato. Le gusta la ropa y suele ojear tiendas online, ya que no hay ninguna física en su pueblo. También le encanta ver series, para lo que utiliza Netflix: “Estoy enganchada a Vis a vis”.

La otra adolescente de Molinos es Leyre Arribas, de 13 años. Uno de sus planes favoritos es acudir al telecentro y conectarse a la wifi con su móvil. Es una conexión gratuita, habilitada por el Ayuntamiento. “Es una manera de pasar el rato”, señala esta adolescente. “Si no fuera por la tecnología, imagino que se aburriría bastante”, dice su madre, Sonia Lafuente. Ella también creció en Molinos: "Cuando era pequeña, el pueblo estaba lleno de chavales; ahora son poquísimos”. Tampoco hay biblioteca o quiosco. Por no haber, no hay ni bar. Solo abre los fines de semana.

La tecnología hace más fácil la vida de los adolescentes de Molinos y Salduero, pueblos situados en los Picos de Urbión, una de las sierras más altas de la Meseta. Si es clave para cualquier chaval, para ellos es más importante todavía: los móviles, ordenadores y tabletas son un elemento básico para relacionarse con otros adolescentes. Al fin y al cabo, cada uno de ellos es el único de su edad en su pueblo. Y entre ellos y la ciudad más cercana, Soria, hay 40 kilómetros de distancia.

“ El acceso a Internet no va a parar la despoblación, pero seguro que sin él se iría mucha más gente”

Gerardo García, director del instituto de Covaleda

La zona en la que viven estos adolescentes se encuentra dentro de la Serranía Celtibérica, un término geográfico acuñado por expertos en despoblación para agrupar el territorio de España con menor densidad de población. Ocupa, principalmente, Teruel, Guadalajara y Soria. “La gente se va de esta zona porque no hay trabajo. Antes había varias fábricas de muebles, se vivía de la madera, pero eso se fue abajo con la crisis”, cuenta Gerardo García, el director del instituto de Covaleda al que acuden los seis adolescentes de Salduero y Molinos, el IES Picos de Urbión. Mientras habla García, por la ventana se puede ver a varios alumnos disfrutando de la media hora de recreo: se están lanzando bolas de nieve.

La sierra que da nombre al instituto anima el interés turístico de la zona. “También tenemos la Laguna Negra, pero del turismo es muy difícil vivir. Es algo complementario”, añade García, que lleva 20 años dirigiendo el instituto. Cuando se estrenó había 240 alumnos. Ahora hay 140. “El acceso a Internet en esta zona es mucho mejor que en otras partes de la provincia. Ese servicio no va a parar la despoblación, pero seguro que sin él se iría mucha más gente”, añade.

En el instituto tienen más de 30 portátiles, un proyector en cada clase y varias pizarras electrónicas. “La verdad es que no nos podemos quejar”, dice el director. Los deberes de algunas asignaturas se realizan casi exclusivamente por Internet. “A mí me gusta mucho más cuando nos los mandan así”, dice Sergio. La razón la mascullan los demás con la boca pequeña: “Es que así no hay que copiarlos a mano”. Sin Red en sus pueblos, estos adolescentes no podrían hacer gran parte de sus tareas escolares.

De izquierda a derecha y de arriba a abajo: Leyre Arribas, Ana de Diego, Paula Terrazas, Carmen Hernández y Sergio Terrazas.
De izquierda a derecha y de arriba a abajo: Leyre Arribas, Ana de Diego, Paula Terrazas, Carmen Hernández y Sergio Terrazas. EL PAÍS

El alcalde de Molinos, Miguel Bonilla, es bastante crítico con la conexión del municipio: “Podría ser muchísimo mejor. Da muchos problemas, pero de momento es lo que tenemos. Cuando nos conectamos varios a la vez se ralentiza”, dice Bonilla, en el cargo desde hace 12 años con el Partido Popular.

Muchos vecinos del pueblo están entre el 86% de hogares que, según los datos del Instituto Nacional de Estadística, tienen acceso a Internet en España, pero a Molinos no llega con la velocidad a la que acostumbra en las ciudades y en zonas rurales mejor comunicadas. “No tenemos fibra óptica. Creo que llegará a Molinos a lo largo del 2019, pero no es seguro”, añade Bonilla. La fibra óptica garantiza que la conexión sea más rápida, por encima de 100 megas. Como detallaba el Ministerio de Industria en un informe de 2017, el 28% del territorio nacional no tiene conexiones por encima de esos 100 megas.

La conexión no es perfecta, pero es suficiente como para que Leyre pueda hablar con sus amigos de Irlanda, que conoció durante un verano aprendiendo inglés. “Hablamos por Snapchat porque no utilizan WhatsApp”, cuenta. También le basta para descargar libros para leer en su ebook: “Ahora estoy con Cazadores de sombras”. Y también es suficiente para que Paula vea sus capítulos de Vis a vis en Netflix y para que Alejandro juegue partidas de Fortnite.

Los padres de estos adolescentes apenas se quejan del tiempo que dedican a la tecnología. Ellos también la usan. “Utilizo mucho Facebook. Me gusta porque me entero de las noticias antes de que las cuenten en televisión. Mi marido me dice que estoy a la última”, dice Cuesta. Además, al igual que los otros adolescentes de Molinos y Salduero, sus hijos prestan menos atención a móviles, tabletas u ordenadores en verano. “Cuando vienen mis amigos de Madrid y de Soria, y mis primos también, me paso todo el día en la calle”, cuenta Alejandro. Se habla mucho de la adicción a la tecnología que sufren algunos niños y adolescentes, pero el uso que le dan en Molinos y Salduero muestra sus efectos más positivos. Sustituye, en parte, el vacío de personas de su edad en el resto de meses del año.

“Si las amigas de mi hija vivieran en Molinos, quedarían en el frontón para contarse sus cosas, en vez de hablar tanto por WhatsApp. Vamos, lo que hacía yo de pequeña”

Mercedes, madre de Paula

Los veranos de Alejandro son muy parecidos a los de Leyre: “En agosto no miro casi el móvil. El pueblo se llena de gente”. Es más, acuden tantas personas que, según explica el alcalde de Molinos, la conexión se sobrecarga y deja de funcionar. Algo parecido a lo que pasa en un concierto o en una gran manifestación.

“Yo sé que si las amigas de mi hija vivieran en Molinos, quedarían por las tardes en el frontón para contarse sus cosas, en vez de hablar tanto por WhatsApp. Vamos, lo que hacía yo de pequeña”, dice Mercedes, madre de Paula. “Creo que ahora mismo hay bastante menos diferencia entre la vida de mi hija y la de una niña de ciudad que entre la mía cuando yo tenía su edad y la de una niña de una ciudad de entonces”, finaliza la madre de Leyre.

Cuando ella tenía la edad de su hija no había móviles, pero sí muchos más niños y adolescentes. Entre lo primero y lo segundo, los chavales de Molinos y Salduero se quedan con la compañía. Pero mirando el móvil de vez en cuando.

Sobre este proyecto

Este reportaje es la segunda entrega de Crecer Conectados, una serie de artículos que explora la vida de niños y adolescentes en un mundo digital. Los códigos han cambiado, los chavales aprenden, juegan y se relacionan a través de redes y pantallas, rodeados de algoritmos y big data, nativos en entornos en los que sus mayores se mueven con desconcierto. Crecer Conectados reflexiona sobre los retos a los que se enfrentan y las posibilidades que se abren para estas generaciones. ¿Qué hacen, dónde están y cómo usan los menores la tecnología? Tienen entre 3 y 18 años: ellos serán nuestros guías. [Volver arriba]

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