CIPRIANO CASTILLO MUÑOZ
Nacionalidad: Española
LUZ SÁNCHEZ-MELLADO
Aparcado en San Fernando de Henares hay un Peugeot 306 blanco esperando en vano a su dueño. En la era de los alerones, las llantas dobles y los brillos metalizados, Cipriano Castillo, planificador de obras de 55 años, prefería pagar más por menos. Todos sus coches fueron sencillos, básicos. Blancos. Para no llamar la atención. "Era así en todo. Discreto, honesto, ordenado, cabal. El que más trabajaba y el que menos figuraba. Siempre fue un hombre de base", dice Raúl, hermano de María, los dos hijos de Cipriano que ya habían emprendido el vuelo y que han vuelto al nido para acompañar a su madre, Marián, a dar los primeros pasos sin él. Socialista sin carné, magnate sin fortuna, maestro sin título, Cipriano había llegado a trabajar codo con codo con los ingenieros de Tecsa, su empresa, desde sus días de pastor en Villamayor de Calatrava (Ciudad Real).
Analfabeto hasta los 13 años, se vengó después leyendo todo lo que cayó en sus manos. Y contagió a Marián. Su esposa quiere honrarle con unas letras: "Mi marido era un hombre bueno, disciplinado, responsable y culto. Honrado y tierno. Cada día usaba el tren porque le permitía leer. Amante de la vida, su familia y su trabajo. Respetaba a todo el mundo en sus ideas, costumbres y cultos. Pero le mataron un grupo de fascistas de nuestro país, con su intromisión en otras vidas y su servilismo a un asesino americano. La intolerancia de los asesinos de hecho y la perversión de la fe. Desde mi corazón y vida destrozada os digo: 'Los extremos se tocan y ambos pertenecéis al mismo grupo. Sólo varían las siglas y los caminos de llegada'. Cada día, cuando vayáis a dormir, acordaos de él y de mí. Y de nuestro amor, que no sabíamos vivir el uno sin el otro. De nuestra maravillosa familia destrozada por vuestra avaricia, prepotencia y sinrazón. Papito, te adoro". Cipriano decía que descansar es cambiar de actividad. Marián, María y Raúl se preguntan: "¿Qué estará haciendo ahora?".