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La restricción del móvil en el instituto, bajo la lupa adolescente: “Los profes también deben cumplir la norma”

En Madrid se elimina este curso el uso individual de dispositivos digitales en los colegios. En secundaria deciden los centros, pero cada vez abogan más por limitar los teléfonos. Algunos hasta piden a los padres que sus hijos los dejen en casa

A Martina Fresno, de 14 años, sus padres le regalaron el primer teléfono al mes de empezar el instituto. “Todo el mundo lo tenía y si los compañeros hablaban por el grupo de Whatsapp de clase, yo no me enteraba. Me lo dieron para que no me quedase excluida”, cuenta. Una situación similar vivieron sus compañeros Pablo Carneros y Mateo Lamas, estudiantes en el instituto Las Musas, localizado en San Blas-Canillejas. Pero el nuevo curso ha llegado con una novedad a los centros públicos de la Comunidad de Madrid tras aprobarse el decreto que elimina el uso individual de dispositivos digitales en educación infantil y primaria. En la etapa de secundaria son los propios institutos los que delimitan su uso según las características de las enseñanzas, la edad y el grado de madurez de los estudiantes, aunque muchos abogan por la restricción del teléfono e, incluso, por su prohibición total.

En el instituto Las Musas, los alumnos pueden introducirlo al recinto escolar, pero debe estar siempre en silencio, también en el recreo. Rara vez lo utilizan para uso pedagógico porque los ordenadores cobran cada vez más fuerza. En el mismo distrito, el Marqués de Suanzes utiliza una normativa similar en este sentido. Pero hay liceos donde el reglamento se ha endurecido todavía más este curso. Es el caso del instituto San Isidro, ubicado en el distrito Centro, que inaugura el nuevo año académico con la “política de centro libre de móviles”. Su equipo directivo ha pedido a los padres que sus hijos no lleven ningún aparato electrónico al recinto escolar.

En caso de introducirlos, deberán permanecer apagados y no visibles. Incluso, les facilitan la adquisición de bolsas magnéticas de seguridad para guardar el teléfono. Una vez están selladas, impiden su acceso y su manipulación. Bloquean la recepción de mensajes y llamadas para garantizar la desconexión digital durante su uso. De esta manera, el móvil permanece en poder del alumno, pero le resulta inaccesible durante todo el periodo lectivo. Se extrae al finalizar la jornada mediante desbloqueadores instalados en puntos controlados del centro.

El uso no autorizado del móvil se tipifica como falta leve. A la segunda amonestación, será obligatoria la participación en una sesión formativa sobre el uso responsable de dispositivos digitales. El incumplimiento injustificado de esta medida conllevará una expulsión del centro durante dos días. Fresno, Carneros, Lamas y su compañero Lucas Pérez, todos estudiantes de tercero y cuarto curso de educación secundaria obligatoria en Las Musas, participan en un encuentro con EL PAÍS para analizar las restricciones de su centro.

“El móvil puede ser una herramienta y una oportunidad si nos enseñan a utilizarlo de forma responsable en clase”, expresa Pérez. Con él coincide Carneros, considera que, por ejemplo, es útil para consultar el diccionario de forma más rápida, para hacer actividades interactivas de aprendizaje con la plataforma Kahoot o para investigar datos curiosos sobre personajes históricos que estudian.

“Yo lo veo más como un enemigo. Para trabajar tenemos los ordenadores, que prácticamente hacen lo mismo y se evitan muchos problemas”, rebate Lamas. Fresno está de acuerdo: “Utilizar el teléfono como herramienta pedagógica no es lo más democrático. De los 25 que somos en clase, podemos llevarlo 18, pero los otros siete no”.

Carneros piensa que con los ordenadores el proceso de aprendizaje se ralentiza. “Entre que se enciende, se mete la contraseña, uno no funciona o el wifi se estropea, hemos perdido media hora de clase”, razona. Pero Fresno cree que el tiempo tampoco sería mejor invertido con los móviles porque, a su juicio, facilitan las distracciones.

Menos Carneros, todos tienen control parental en sus teléfonos móviles. Fresno solo lo puede utilizar una hora y media al día. Si lo enciende de noche, le sale un mensaje en la pantalla que le recuerda que es hora de descansar. El teléfono de Lamas también se bloquea cuando el sol se pone. “Me controlan las búsquedas y las aplicaciones”, confiesa Pérez.

TikTok, Instagram, Spotify y Whatsapp son sus aplicaciones favoritas, además de algún que otro juego. Cada año que pasa, el instituto Las Musas limita un poco más el uso de los teléfonos móviles, según comenta Pérez. “Si te pillan con este dentro del recinto, te lo confiscan”, asegura. “Un profesor le puso un cero en el examen a un alumno al que le sonó el móvil”, recuerda Fresnos. Todos llevan su dispositivo al centro para utilizarlo a la salida del instituto como medida de seguridad por si les pasa algo en el trayecto a casa o si tienen que dar o recibir un aviso importante.

El exdirector del instituto Las Musas, José Antonio Expósito, inició el camino de la restricción móvil hace cuatro años. “Nos dimos cuenta de que es un factor disruptivo extraordinario. Era el mayor foco de conflictos en la escuela. Cuando se le pone a un niño de 12 años un teléfono en las manos, que es una herramienta potentísima, debe estar supervisado por un adulto”, comenta tras insistir en la importancia de recuperar el humanismo en los centros educativos.

Defiende que los protagonistas deben ser los alumnos y los profesores, no la tecnología y recuerda que si los gurús de Silicon Valley educan a sus hijos alejados de las pantallas, es por algo. Le encanta volver a ver el patio “como toda la vida fue”, con adolescentes que corren, charlan, ríen y toman el bocadillo. “Era muy triste ver a un chico en un rincón con su móvil. El recreo se convirtió en soledad y esto es justo lo contrario de lo que pretendíamos”, cuenta.

Al alumno Lamas las restricciones de su centro le parecen correctas. Carneros no las ve mal, pero cree que pueden ser más laxas. “Vivimos en un mundo digital rodeados de inteligencia artificial. Estaría bien que en asignaturas como Tecnología o Digitalización nos enseñasen a utilizar el móvil de forma útil, consciente y responsable, porque en la vida laboral y en la universidad lo necesitaremos”, insiste.

Pérez piensa que si tienen una hora libre de clase porque el profesor no acude al aula, los docentes pueden “ceder un poco” y dejarles utilizar el teléfono. En lo que todos están de acuerdo es que la medida ahorra muchos problemas entre compañeros y merma situaciones desagradables. “Las fotos subidas sin consentimiento son un problema”, reconoce Carneros. “Soy mediadora y tuve que gestionar un conflicto de insultos por el chat del aula virtual, imagínate el lío si tuviésemos móviles en el instituto”, comenta Fresnos.

El actual director de Las Musas, Víctor Barbero, es consciente de la importancia de acompañar al alumnado en el manejo digital. “Por ello, facilitamos portátiles”, explica. Sus alumnos también proponen talleres en el centro que conciencien de la importancia del buen uso de la tecnología. “Aunque no deja de ser una responsabilidad de las familias, la educación tiene que venir dada de casa”, razona Pérez.

En lo que sí concuerdan sin fisuras es en que los docentes tienen que asumir también la normativa. “Los profes también deben cumplir la norma”, responden al unísono. Pérez se atreve a contar que no siempre lo hacen: “Tuve un profesor que nos mandaba tarea y se ponía a jugar con el móvil o a mirar las redes sociales”, confiesa. “Alguno lo utiliza para pasar lista o consultar los horarios”, comenta Carneros.

Fresno entiende que cojan el teléfono si reciben una llamada urgente de un familiar o del médico, pero considera que “la desconexión tendría que ser para todos”. Otro punto en el que concuerdan, sin dudarlo, es que el recreo sin pantallas de por medio es más divertido. “Estar con los amigos es lo mejor”, comenta Carneros. Con él coincide Andrea, estudiante del IES Marqués de Suanzes, de 13 años, que da un nombre ficticio en conversación telefónica. Tiene claro que la restricción de los móviles en los centros es una buena medida. Un día le sonó en clase por culpa de una notificación y el profesor le dijo que no podía volver a pasar. No confía en la posibilidad de utilizar el smartphone como herramienta pedagógica. “Un uso responsable requiere un compromiso muy grande por parte de alumnos y profesores que veo difícil de conseguir”, comenta.

Isabel Galvín, profesora de didáctica y organización escolar en el instituto San Isidro, explica que las medidas tomadas en su centro están respaldas por el consejo escolar en consenso con las familias y la sensibilización del alumnado. “Es una tarea conjunta”, expresa. Reconoce que la formación tecnológica es clave en el siglo XXI, sobre todo, “para no agudizar la brecha digital, que está intrínsecamente relacionada con la desigualdad socioeconómica”. Pero ve correcta la apuesta por los ordenadores: “Los móviles aíslan y alteran la salud mental de los más pequeños”, concluye.

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