Deconstruir a Català-Roca

El Museo de América expone una faceta poco conocida de este maestro de la fotografía: las imágenes, muchas de ellas inéditas, que realizó durante sus viajes por Bolivia, Perú y México durante los setenta

Recoleción y preparación de la totora. Isla Suriki, lago Titicaca (Bolivia), en 1977.Català-Roca, VEGAP, Madrid, 2024

Las fotos de esta exposición no merecen la pena.

Las fotos de esta exposición merecen muchísimo la pena.

No miento en ninguna de las dos sentencias.

Situémonos: hablo de La elocuencia de la imagen. Català-Roca en América, que se inauguró el 22 de noviembre en el Museo de América y que se puede ―y debe― ver hasta el 13 de abril. Una muestra que no ha tenido apenas publicidad, de la que no s...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Las fotos de esta exposición no merecen la pena.

Las fotos de esta exposición merecen muchísimo la pena.

No miento en ninguna de las dos sentencias.

Situémonos: hablo de La elocuencia de la imagen. Català-Roca en América, que se inauguró el 22 de noviembre en el Museo de América y que se puede ―y debe― ver hasta el 13 de abril. Una muestra que no ha tenido apenas publicidad, de la que no se ha oído hablar, ni ha aparecido en muchos medios de comunicación. Raro, tratándose de una apuesta segura como Francesc Català-Roca, un grande de nuestra fotografía, un clásico que es historia y ha dejado imágenes para la historia. Su Madrid y su Barcelona son las nuestras. Dentro de unos años, cuando no quede nadie que haya habitado esos paisajes urbanos de la Gran Vía de los cincuenta y sesenta, sus imágenes ―y lo que ellas nos cuentan― serán la verdad que permanezca. Pero el autor de una de las fotografías más icónicas de Madrid, esas seis mujeres que caminaban agarradas del brazo por la Gran Vía, que ocupaban casi toda la acera y que el fotógrafo retrató de espaldas, era mucho más que eso y mucho más que los policías y limpiabotas que inmortalizó en otra Gran Vía, la de Barcelona. Su altavoz fotográfico cruzó el Atlántico y sus trabajos allí son el objeto de la muestra del Museo de América.

Acostumbrado a retratar paisajes urbanos, no tuvo que traducir su labia, sus imágenes seguían —y siguen hablando— solas. Y, ¡ojo!, son peligrosas, engatusan, usan el idioma de la seducción, te desarman, te dejas llevar por ellas, te arrastran, te metes dentro, la belleza encandila. Es un fotógrafo universal con un lenguaje universal, por tanto, da igual a qué lado del charco esté. Mueres con sus instantáneas a la vez que te quieres quedar a vivir en ellas, observar cada detalle, cada color (sí, deja el blanco y negro, aquí hay color), imaginar cada vida, entablar conversaciones, tocar cada hebra, cada fibra, porque en La elocuencia de la imagen hay también mucha textura, el deseo de tocar.

Mujer hilando con su bebé a la vera de un camino.Català-Roca, VEGAP, Madrid, 2024
Uso de horno para cerámica. Zona de río Blanco, Oaxaca (México), 1973.Català-Roca, VEGAP, Madrid, 2024
Fotografo de plaza. Pucallpa departamento de Ucayali (Perú), 1974.Català-Roca, VEGAP, Madrid, 2024
Autorretrato. México, 1975.Català-Roca, VEGAP, Madrid, 2024
Escena del ritual de la Semana Santa Cora, llamada La Judea.Català-Roca, VEGAP, Madrid, 2024
Recoleción y preparación de la totora. Isla Suriki, lago Titicaca (Bolivia), en 1977.Català-Roca, VEGAP, Madrid, 2024

La historia del artista en su recorrido por países como México, Bolivia y Perú, entre otros, desde 1973 a 1979, merece ser conocida, sus instantáneas la cuentan, pero hay que llegar hasta ellas. El Museo de América está fuera de la almendra central, pero tampoco es Pernambuco. Está a pocos minutos de la estación de metro de Moncloa y puede hacer que te enamores de este Catalá-Roca deconstruido. Así se presenta en una imagen que hay al entrar en la muestra: fragmentado. Se le conoce por sus gafas y su hasselblad, cada trozo puede evocar a este Català-Roca sacado de su contexto habitual gracias a la Editorial Blume, que le propuso documentar estas regiones. Y estos trabajos, pocos conocidos, incluso en parte inéditos, son los que ahora se exhiben: 230 imágenes de los 7.000 negativos que trajo. Algunas se hacen tridimensionales gracias a las piezas junto a las que se muestran. En los fondos del museo se conserva cerámica, objetos de fibras vegetales, coloridos huipiles (blusas) —qué aburridas somos las europeas, y no digamos los europeos— de los que el catalán documentó sus procesos.

El artista te lleva al mercado, ¡hay infinita vida en los mercados, todo puede pasar allí! Cargas fardos, quedas absorta en la belleza de una madre hilando con su bebé a cuestas, y no, no es el canon occidental. Capta el alma de varios jóvenes a la sombra de un cactus, como la de aquellas señoras que esperaban el Gordo de la Lotería de Navidad en la Puerta del Sol. Y más claro aún, esa gitanilla de Montjuïc, podría ser la misma jovencita que acarrea lana sobre su cabeza, o la que teje con un bebé a su espalda. Existe una comunión del retratado con su contexto, el artista desaparece, no hay artificio. El ser humano convive con la naturaleza que lo acoge. ¿En qué momento se perdió ese lazo? Ahora hay que recordarlo constantemente, véase el tema que centra la presente edición de Arco: la Amazonia.

Sus fotos son belleza, historia, artesanía, antropología, no importa lo que las rodee. Menos mal, porque en una primera incursión a la muestra, al indagar el vínculo que unía a Català-Roca con el Museo de América, las imágenes de la sala que encontré eran decepcionantes, no parecía que aquello mereciese la pena: unos paneles en los que apenas se podía apreciar la obra y que dejaba ver una museografía pobre. La forma de esta muestra es para olvidar; por suerte, el fondo ayuda, cada pieza persuade, conmueve, deleita.

Da igual lo que escriba, porque, como bien dice el título de la exposición, las imágenes hablan solas. Vaya y escuchen —o vean—.

'Señoritas paseando por la Gran Vía' (1952).FRANCESC CATALÀ-ROCA

Sobre la firma

Más información

Archivado En